Al celebrarse el 245 aniversario de la Declaración de Independencia de Estados Unidos este 4 de julio, el primero desde que Donald J. Trump no es presidente, es buen momento para reflexionar cómo nos ha ido como país, como sociedad. Pero sobre todo hacia dónde vamos y cómo el gobierno demócrata electo tras la traumática gestión de Trump —y apenas superando la pandemia del Covid 19— tiene el enorme reto de producir resultados palpables en diversos rubros.
Es justo, es necesario y es urgente. No como una salida fácil a un conjunto de promesas, sino como parte de un compromiso y una misión que no se encuentran ya en el ámbito político necesariamente, sino que han trascendido al terreno de lo moral, de lo humanitario y de lo histórico.
Es decir, no nos referimos al estricto sentido patriótico de la celebración de Independencia, sino a cómo tras esos dos hechos que nos han marcado como país, tanto la presidencia de Trump como la pandemia, va siendo hora de liberarnos —es decir, independizarnos—, de muchos lastres que han impedido el progreso de tantas cosas.
Pongamos por ejemplo a los demócratas que recuperaron la Casa Blanca y el Senado, por estrecho margen, y siguen siendo mayoría en la Cámara de Representantes. A pesar de eso, siguen enfrascados en una lucha contra los republicanos para poder avanzar la agenda legislativa del presidente Joe Biden. Sí, es cierto que hay reglas en el Senado y que en un mundo ideal las medidas deberían aprobarse de forma bipartidista por el bien común. Pero no vivimos en un mundo ideal.
Precisamente por ello es necesario poner los pies sobre la tierra, al menos en este momento en que se tiene enfrente la posibilidad de hacer trascender históricamente una gestión presidencial, la cual tiene en sus manos la oportunidad de creer en el ejercicio más concreto de la aplicación del poder en función del bien común.
Los pasos que ha dado Biden, por supuesto, parecen encaminarse en la dirección correcta, eliminando en apenas cinco meses algunas de las barreras que habían sido impuestas, por ejemplo, a los inmigrantes para evitar su ingreso al país o, en su defecto, disuadir su intento de pedir refugio aquí.
Pero la postergación mayor en ese tema, la que ha quitado el sueño durante años a millones de familias inmigrantes, parece eternamente estancada debido a la poca efectividad en negociaciones políticas que han visto pasar generaciones y generaciones de aspirantes a ser considerados como parte de esta sociedad.
Ese asunto pendiente, por ejemplo, es una prueba de fuego para cualquier gobierno que pondere políticas sociales como parte de su esencia más estadounidense, más comprometida con su propia historia, con su patria.
Esto es, sería maravilloso que los demócratas declararan su independencia de los titubeos y temores que les impiden actuar y reconocer el poder que tienen. Porque lo tienen. Que se liberaran de la influencia negativa que ejerce sobre ellos la presión de los republicanos, que sin importar que son minoría, siguen actuando como si fueran mayoría.
En materia migratoria, insistimos, cuán beneficioso sería para el futuro de una reforma que legalice a los 11 millones, que los demócratas se sacudieran la parálisis que se genera en ellos cuando los republicanos pronuncian las palabras mágicas “seguridad en la frontera” como prerrequisito para cualquier legislación. Aunque en realidad solo sea el mismo cansado libreto republicano de obstruir y bloquear.
Esa estrategia es tan obvia, que incluso se eleva a la categoría de insulto a la inteligencia nacional. Es decir, es un insulto tanto el insufrible obstruccionismo republicano, como la profiláctica contemplación de los demócratas.
Por otro lado, cuán productivo sería si al menos un puñado de republicanos se liberara —se independizara— del yugo de Trump, que ese partido ha asumido a costa de su dignidad e integridad. Ojalá que al menos un reducido sector republicano se sacudiera el prejuicio, el racismo, el sexismo, la xenofobia, la maldad y la crueldad legados por Trump, porque con solo ese puñado podría avanzar cualquier legislación. Pero parece que se regodean en ese lodo que les pasará factura —política e histórica, en ese orden— más temprano que tarde.
En fin, que en lugar de desfiles y discursos patrioteros realmente se pusiera en práctica lo que dice esa Declaración de Independencia de Estados Unidos: “Que todos los Hombres son creados iguales, que su Creador los ha dotado de ciertos Derechos inalienables, que entre ellos se encuentran la Vida, la Libertad y la Búsqueda de la Felicidad”.
Maribel Hastings y David Torres