De cara a los comicios intermedios en noviembre de este año y con la mira puesta en las elecciones generales de 2024, los demócratas tienen una dura tarea por delante para tratar de entusiasmar a los votantes que componen su base. Esto es en gran medida porque el impacto económico de la pandemia, la inflación y la paralización en el Congreso han impedido que puedan presentar una lista de logros que se traduzcan en votos a su favor.
Algunos dirán que mucho de lo que no ha ocurrido en el Congreso se debe en parte al obstruccionismo republicano. Pero cuando la Casa Blanca y las dos cámaras del Congreso son demócratas, es lógico que se les culpe por no producir lo que prometieron.
Es año electoral y se alborota el avispero de encuestas y de grupos de sondeo para tomarle la temperatura a los votantes, saber cómo se sienten, qué les molesta, qué les preocupa y cómo todo eso incidirá en su decisión de salir o no a votar en las próximas elecciones.
Y como en cada ciclo electoral (aunque luego se les ignore), comienza la consabida búsqueda del llamado voto latino, que según diversas encuestas ha evidenciado que su apoyo a los demócratas no está escrito en piedra; que puede inclinarse por candidatos republicanos y que incluso el expresidente Donald J. Trump, mejoró sus índices de apoyo entre los latinos en 2020 comparado con 2016.
Siempre que se aproxima una elección me pregunto si por fin ambos partidos, pero sobre todo el Partido Demócrata, se darán cuenta de que tienen que afinar su mensaje electoral partiendo de la premisa de que el voto latino no es uniforme y que, por ende, aplicar un mensaje uniforme hacia esa comunidad les ayudará con algunos, pero alejará a otros. Es decir, del mismo modo que desarrollan mensajes para los diversos tipos de votantes, sean mujeres, afroamericanos, comunidad LGBTQ+, personas con educación universitaria, sin educación universitaria, entre otros, igualmente tienen que ver a los latinos con su amplia gama de trasfondos históricos, culturales, nacionalidades, unos ciudadanos estadounidenses por nacimiento, otros por naturalización.
Los latinos pueden ser progresistas, liberales, moderados, conservadores; católicos, evangélicos o ateos; pro y contra el aborto, pro y contra la legalización de indocumentados; pro gobierno y antigobierno; fiscalmente conservadores, capitalistas o socialistas; incluyentes o racistas; a favor o en contra de la igualdad entre el hombre y la mujer; a favor o en contra de la comunidad LGBTQ+. En fin, si hay supremacistas blancos que son latinos, esa debería ser prueba suficiente de que bajo la sombrilla de lo que es latino hay de todo como en botica.
Esa ignorancia de nuestra diversidad es la que puede haber llevado a políticos a aplicar una misma estrategia para los votantes latinos de diversas nacionalidades convirtiéndonos más en una caricatura de lo que es un votante latino y no lo que realmente somos.
No debería ser tan complicado porque a todos, latinos o no, nos preocupa la inflación, el alto costo de la gasolina, tener un trabajo que cubra nuestras necesidades y las de nuestras familias, tener acceso a cobertura médica cuando la necesitemos, poder comprar y mantener una casa, dar la mejor educación a nuestros hijos, incluyendo sufragarles una educación universitaria; queremos seguridad en nuestros vecindarios; salir sin temor a que nos asalten o nos convirtamos en una estadística más de la delincuencia. Queremos vivir sin ser víctimas del racismo ni del prejuicio; queremos abrir nuestros propios negocios. Y para muchos de nuestros hermanos, es vital que se concrete una reforma migratoria que los legalice para avanzar hacia su integración oficial a esta nación a la que tanto le han dado.
En otras palabras, aunque parezca difícil, afinar un mensaje efectivo para nuestra diversa comunidad latina es complicado, pero no imposible. Eso sí, también los demócratas deben tomar en cuenta que aunque nuestros intereses sean diversos, algo que tenemos en común es que entendemos perfectamente cuando nos quieren dar gato por liebre y que nos queda claro que hay muchas cosas que se nos han prometido y no se han cumplido, como es el caso de la reforma migratoria.
Eso ha desencantado a muchos votantes latinos, por lo que los demócratas tienen ante sí una ardua tarea para decirle a esos hispanos que los sigan apoyando. Y a la apatía habría que sumar la oleada de desinformación en las plataformas sociales en español, como ocurrió en 2020 cuando, entre otras locuras, se regó como pólvora entre comunidades latinas, particularmente en el Sur de la Florida, que el presidente Joe Biden era “socialista” y tenía lazos con regímenes de izquierda de América Latina, incluyendo Venezuela.
En resumen, el voto latino no es un bloque. Es bastante oscilante. Los demócratas siguen siendo los principales receptores de ese sufragio, aunque los republicanos han tenido algunas ganancias, y muchos latinos, particularmente jóvenes, se identifican más como independientes que casados con los dos partidos tradicionales. No obstante, el principal reto para los demócratas es mantener ese apoyo. Incumpliendo sus promesas de campaña no es una fórmula ganadora para conseguirlo.