Hay versiones encontradas sobre lo ocurrido este pasado viernes cuando una madre y sus dos hijos se ahogaron en el Río Grande en la frontera entre Estados Unidos y México. La tragedia ocurrió en Eagle Pass, Texas, en las inmediaciones de un parque fronterizo clausurado por el gobernador republicano de ese estado, Greg Abbott, como parte de su “Operación Estrella Solitaria”.
El Departamento de Seguridad Nacional (DHS) asegura que la Guardia Nacional de Texas le impidió el paso a la Patrulla Fronteriza a la zona, luego de recibir un llamado de las autoridades mexicanas sobre una emergencia en progreso. La Guardia Nacional de Texas rechaza esa versión.
De lo que no cabe duda es que una madre migrante y sus dos hijos se convirtieron en una estadística más en una gélida noche de viernes en la frontera. Pero la tragedia hace resaltar que los migrantes no son números, sino seres humanos con problemas, preocupaciones, aspiraciones que deciden tomar la a veces mortal decisión de lanzarse a un río de noche a ver si pueden arribar a la que consideran la “Tierra Prometida”, Estados Unidos, huyendo de la violencia y la pobreza que plaga sus países de origen.
Es imposible no entender la desesperación de esos migrantes, que en su decisión por no mirar hacia atrás también se encuentra su lucha entre la vida y la muerte, algo que va más allá de cualquier consideración lógica en el terreno de la política migratoria, que sobre todo se concreta a establecer normas, las cuales parecen más un bloqueo que una hoja de ruta para facilitar el ejercicio de un derecho humano como es el de migrar.
La deshumanización de estos migrantes comienza desde los países de origen que no pueden brindarles la seguridad, ni las oportunidades que evitarían el peligroso viaje hacia el norte. Si sobreviven esa travesía, en gran parte de los casos terminan siendo detenidos y deportados al mismo infierno del que huyeron. Vuelven a ser parte de la raíz del problema migratorio, en gran parte fomentado por la enorme desigualdad de un sistema económico que ha llegado a un estado salvaje, en el que el humanismo y la igualdad no forman parte de su esencia.
Luego están los que logran ingresar sin documentos a tratar de pasar desapercibidos en pueblos y ciudades de Estados Unidos, y a comenzar una vida en las sombras, que es una mejor alternativa a lo que tenían en sus países.
Y también están los que, como esta mujer y sus hijos, mueren en el intento.
Lo lamentable es que todo esto podría evitarse si se reformaran las leyes migratorias y se ampliaran las vías legales para que estos migrantes lleguen a Estados Unidos sin jugarse la vida; ya sea con visados de trabajo con industrias que desesperadamente requieren trabajadores; aumentando los topes de las visas de trabajo existentes; o con visas de reunificación familiar, ya que los ciudadanos de algunos países tienen que esperar décadas para poder reunirse con los familiares que los solicitaron en Estados Unidos.
Esa misma reforma permitiría un proceso de asilo que responda y se ajuste a las necesidades de este siglo.
A eso habría que sumar la legalización de los millones de indocumentados entre nosotros que ya trabajan y pagan impuestos. Legalizarlos supondría todavía más impuestos para el fisco. Y, claro está, dicha reforma destinaría más recursos para la frontera.
Pero durante las pasadas décadas los republicanos han bloqueado todo intento de concretar esa reforma migratoria en el Congreso y han preferido explotar el tema con fines politiqueros y electorales, con el fin de seguir acusando a los demócratas de tener las fronteras “abiertas” y de permitir que los migrantes nos “invadan”.
Abbott precisamente es uno de los republicanos que ha pasado de la retórica a la acción cruel y deshumanizante enviando migrantes en autobuses y aviones a ciudades lideradas por demócratas; colocando peligrosas boyas y alambre de púas en el Rio Grande; declarando que lo único que no está haciendo su gobierno es “dispararle a la gente que cruza la frontera porque, claro está, la administración Biden nos acusaría de asesinato”; y clausurando el parque fronterizo en cuyas inmediaciones ocurrió la tragedia del viernes.
Y para colmo, la amenaza contra los migrantes no cesa. El triunfo de Donald Trump el lunes en el caucus de Iowa supone que sube otro peldaño en su intento por lograr la nominación presidencial republicana. El mismo Trump del muro, de la separación de familias, del Título 42 y de tantas otras políticas nefastas que añadió a su currículum antiinmigrante este pasado fin de semana la aseveración de que cuando asuma la presidencia en 2025 (si gana la nominación y la elección general), comenzará “la operación de deportación más grande en la historia de Estados Unidos”.
Su asesor, el también antiinmigrante Stephen Miller, dijo en X con esa dosis de cinismo que le caracteriza que “las deportaciones comenzarán a mediodía del día de la toma de posesión”.
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