Luego de que el Senado federal derrotara el pasado viernes la medida que crearía una comisión bipartidista para investigar la insurrección del 6 de enero —perpetrada por los fanáticos de Donald Trump convencidos por su líder de que le “robaron” la elección—, el presidente Joe Biden y los demócratas deberían convencerse de que el Partido Republicano no trabajará de buena fe ni de forma bipartidista. Y en ese sentido, ya es hora de que a los republicanos se les pase por alto si es que los demócratas pretenden impulsar algunos elementos de su agenda legislativa en lo que resta de sesión.
De hecho, los republicanos están más interesados en llevar a cabo audiencias sobre el arribo de unos miles de niños a la frontera en busca de asilo, que en llegar al fondo del asunto en torno al ataque al Capitolio el pasado 6 de enero. Le temen más a los niños migrantes que a una partida de violentos insurrectos capitaneados por Trump, que arremetieron contra la policía del Capitolio y literalmente querían colgar al exvicepresidente Mike Pence por reconocer el triunfo de Biden.
Si al líder de la minoría republicana del Senado, Mitch McConnell, no le tiembla el pulso para hundir una medida que en un mundo normal debería gozar de apoyo bipartidista por tratarse de un asalto frontal a nuestro sistema democrático —donde incluso hubo muertos, todo con el único fin de no contrariar a su líder Trump ni a las huestes republicanas que siguen creyendo la gran mentira del “fraude”—, por qué seguir teniendo tantas contemplaciones con una bancada republicana, cuyo único fin es frenar la agenda legislativa de Biden para que los demócratas no puedan mostrar logros a los votantes de cara a los comicios de medio tiempo en 2022 y los generales en 2024.
Con cada nueva afrenta republicana, la novel administración Biden no deja de semejarse a la de Barack Obama cuando llegó al poder en 2009 prometiendo “esperanza y cambio”, y se topó con el mismo muro de inacción republicana cuando Trump ni siquiera figuraba en el panorama. La misma mala fe republicana operó entonces supuestamente sustentada en diferencias ideológicas, aunque era más que evidente que la elección de un afroamericano a la presidencia sacudió a los sectores más racistas y prejuiciosos de ese partido, resultando ocho años más tarde en la elección de Trump.
Pero Obama trató de apaciguarlos, hizo llamados al bipartidismo y no logró nada, excepto disminuir sus índices de popularidad y ver su agenda legislativa empantanarse, para en 2010 perder la mayoría en la Cámara de Representantes cuando los republicanos sumaron 63 escaños. El Senado quedó en manos demócratas, pero los republicanos sumaron siete escaños.
La pregunta es cuántas bofetadas deben recibir los demócratas de parte de los republicanos para acabar de entender que no están lidiando con un grupo de políticos interesados en el bienestar de sus representados o del país. No tienen propuestas ni quieren cooperar. Solamente buscan asirse al poder aunque tengan que seguir besando el anillo de Trump, un instigador de violencia que enfrenta investigaciones criminales.
Lo triste es que la ambiciosa agenda legislativa de Biden, a cinco meses de haber asumido el cargo, sigue estancada. Hay demasiado en juego. Su presupuesto ya fue declarado como muerto por la minoría republicana; su proyecto de infraestructura va por el mismo rumbo, pese a los conatos de “negociación” de parte de los republicanos. Y en materia migratoria, a nivel legislativo, las medidas que legalizarían a millones siguen sin definirse.
Biden todavía goza de buenos índices de popularidad, sobre todo por su manejo de la crisis del Covid. Pero de aquí al 2022, cuando se celebren los comicios de medio tiempo, falta un buen trecho y los demócratas tienen que demostrarle a los electores que las promesas de campaña se van haciendo realidad.
Desconozco si al final los demócratas echarán mano del proceso de reconciliación presupuestario para aprobar medidas por simple mayoría sin necesidad de los 60 votos que se requieren en el Senado para superar medidas dilatorias o filibuster. Aparte de los republicanos, Biden también tiene que lidiar con los demócratas conservadores. Desde 1980 se han aprobado y promulgado unos 22 proyectos de ley por reconciliación, casi todos relacionados con impuestos, gastos o el límite de la deuda. Fue la reconciliación la que usaron los republicanos en mayoría para tratar de minar la ley de Seguro Médico Asequible, conocida como Obamacare.
Hay veces que los momentos históricos requieren decisiones extremas y valientes. Y si resulta hasta ilusorio esperar que funcione el bipartidismo con un Partido Republicano que hace años perdió la brújula y solamente rinde culto a Trump y a sus huestes, quizá este sea uno de esos momentos en que hay que echar mano de las herramientas disponibles para avanzar en legislaciones que beneficien al país, desde la infraestructura hasta la reforma migratoria.
El país y los votantes lo agradecerán.
Maribel Hastings