Parecía prácticamente imposible que cientos de familias separadas durante el gobierno anterior se pudieran reunir de nuevo alguna vez. En medio de una cruel retórica antiinmigrante, de una política de “tolerancia cero” en la frontera y, sobre todo, de una Casa Blanca tomada por la xenofobia durante cuatro largos años, la esperanza de que padres y madres migrantes volvieran a ver a sus hijos era casi nula.
La reunificación de Bryan Chávez con su madre Sandra Ortiz esta misma semana en la garita de San Ysidro, California, después de más de tres años separados —desde 2017—, cuando él contaba apenas con 15 años de edad, abre la posibilidad de que los más de 1,000 niños migrantes que aún no han podido ver a sus padres logren abrazarlos de nuevo en alguna fecha próxima. Ello, como resultado de las gestiones del equipo especial creado en febrero pasado por el presente gobierno para ese propósito, pero sobre todo gracias al clamor de la mayoría estadounidense y a la presión de organzaciones pro inmigrantes que lucharon codo con codo durante largo tiempo para conseguirlo.
En efecto, fueron más de 5,500 familias las que resultaron separadas durante el gobierno de Donald Trump como parte de su estrategia de disuasión para que, por medio del temor a una separación inminente, los migrantes dejaran de intentar el arribo a la frontera sur con el fin de ingresar luego a territorio estadounidense.
Obviamente esta fue una de las políticas migratorias más infames y crueles de que se tenga memoria en la historia reciente de Estados Unidos, pensada no para resguardar la seguridad en la frontera, sino para infligir un severo daño físico y sobre todo psicológico a los migrantes, en especial a los menores de edad.
Todavía está por saberse la evaluación en ese terreno y las secuelas que a corto, mediano y largo plazos dejará la separación familiar en los niños migrantes, a los que abruptamente les impidieron la posibilidad de seguir al lado de sus padres en la etapa en que más los necesitaban para su formación.
Es decir, si bien es realmente positivo que se haya encontrado ya la manera de concretar poco a poco la reunificación de las familias afectadas, no debe pasarse por alto que nunca debió ocurrir dicha separación, por sentido común, por humanidad y por principio ético. No en este Estados Unidos que se decía multicultural, multiétnico, defensor de los derechos humanos y de otras conquistas históricas desde la lucha por los derechos civiles del siglo pasado.
Ser humanitario, por supuesto, no es algo que se podía pedir ni esperar de Donald Trump, ni mucho menos de su principal asesor en esta materia, el xenófobo Stephen Miller. No está en su naturaleza.
Por lo pronto, Bryan y su mamá ya están juntos, después de la odisea que los obligó a salir de su natal Michoacán, México, para evitar que él fuese reclutado por las pandillas locales; o bien, que le ocurriera lo que a su padre, quien, según The Washington Post y el grupo Al Otro Lado, fue desaparecido en 2010 y su cadáver encontrado días después con heridas de bala. Otra gente cercana a su familia tuvo el mismo fin. De tal modo que había que huir para salvar la vida.
Sin saberlo, sin embargo, su destino en Estados Unidos estaría marcado por otro tipo de crueldad con la separación familiar de la que aún tendrán que recuperarse al paso de los años. Bryan lo sabe mejor que nadie: ahora con un inglés impecable y trabajando para un grupo de ayuda a refugiados, Immigrant Defenders, se enfila por un camino que jamás imaginó, pero que ahora conoce de primera mano para abogar por los refugiados.
Casos como el de Bryan y el de su madre empezarán a multiplicarse en algún momento. De eso no hay duda. Pero su historia no estará completa si se pasa por alto un hecho tan importante como contundente: dado que los derechos humanos de este grupo de familias migrantes se vieron violentados desde la mismísima Casa Blanca —que presidia Donald Trump y controlaba Stephen Miller en el área de políticas migratorias—, la rendición de cuentas es algo que debería estar en la lista de urgencias, aun cuando dichos personajes ya no estén en el poder.
El crimen de lesa humanidad que cometieron sigue latente en todos y cada uno de los casos de separación familiar, una crueldad que seguramente hará eco en el recuento histórico de esa etapa que parecía eterna.
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