Mientras la Casa Blanca impulsa su propuesta legislativa de reforma migratoria con una vía a la ciudadanía para los indocumentados, también avanza medidas ejecutivas y cambios de política pública para poner fin a algunas de las prácticas más onerosas de la presidencia de Trump, entre otras la detención de menores migrantes y de familias. Es una tarea, además de urgente y necesaria, propia de un momento histórico que no puede esperar más para concretarse, sobre todo en función del capital humano que representan los millones de inmigrantes indocumentados y su valía de cara a la nación y su propio futuro.
Pero como en otras administraciones con posturas migratorias más benévolas, de inmediato se le señala por incitar una “crisis” en la frontera como si se tratase de un fenómeno nuevo o como si esta nación fuera incapaz de manejarlo. Es tan obvio que gobiernos van y gobiernos vienen, y la frontera sigue ahí, con su propia dinámica, sus propias preguntas y sus respuestas. En pocas palabras, la frontera se define por sí sola.
Para empezar, no se puede pasar por alto que fueron las políticas de Trump las que generaron el caos reciente en la frontera, entre otras, cuando empezó a enviar a México a legítimos solicitantes de asilo con el único objetivo de que se cansaran de la espera. Fue una política rapaz e insultante, que por fortuna ha llegado a su fin y ha permitido que poco a poco los cientos de casos que parecían postergados para siempre se empiecen a atender con el debido proceso, para beneficio no solo de las familias migrantes, sino para restaurar la decencia y la ética al aspecto legal del asilo.
Pero que los migrantes de diversas naciones emprendan su viaje hacia el Norte buscando seguridad y oportunidades no es nada nuevo. ¿No se produjeron caravanas de migrantes durante la gestión de Trump, uno de los presidentes más antiinmigrantes de la historia moderna? El expresidente separó niños de sus padres y muchos de ellos ni siquiera han sido reunificados con sus familias, y ni eso detuvo el flujo de migrantes. Es precisamente en este nuevo gobierno cuando se intenta revertir esa ofensa a los derechos humanos de los migrantes, al reunificar poco a poco a menores que fueron arrancados de los brazos de su padres en la frontera; pero tal parece que la “influencia” de la anterior administración quiere meter ruido político para confundir y tergiversar una misión que a todas luces es fundamentalmente humanitaria.
En ese sentido, es de anticipar que al asumir las riendas una administración pro inmigrante se produzcan oleadas de migrantes que traten de jugarse incluso la vida tratando de arribar a este país, creyendo erradamente que la frontera “está abierta” porque ya cambió el gobierno. En su desesperación, son víctimas de “coyotes” que también explotan la situación haciéndoles creer que con Biden en la Casa Blanca la frontera tiene las “puertas abiertas”, argumento esgrimido por el propio Trump y sus secuaces quienes también contribuyen a las campañas de desinformación que alimentan los cruces.
Pero la realidad es que no importa quién sea presidente, pues las oleadas migratorias son constantes porque violencia, corrupción, desempleo, hambre o la necesidad en los países de origen de esos migrantes también son constantes. La pandemia del Covid19 también ha empeorado las circunstancias ahí, lo mismo que los desastres naturales.
En este punto, los antiinmigrantes siempre se preguntan por qué los más pobres del planeta escogen Estados Unidos como destino, arriesgándolo todo, incluso la vida. La respuesta que saben, pero que pretenden ignorar esos antiinmigrantes, no tiene que ver con el hecho de que los migrantes quieran “invadir” esta nación porque les da la gana, sino porque la lógica que impone el paradigma de la economía convierte a la autodenominada “nación más poderosa del mundo” en la ruta inequívoca de la supervivencia humana en este presente. Y la mano negra de Estados Unidos en las políticas que han generado caos en los países de origen de esos migrantes es algo que, de este lado de la frontera, siempre se ignora.
Por otro lado, cuando Trump aplicó una política cruel de división familiar para disuadir a otros de no llegar a la franja fronteriza, la cobertura mediática mostró los horrores de lo que estaba ocurriendo. Pero ahora que llega un presidente que busca implementar cambios con miras a eliminar muchas de esas políticas y a tratar de impulsar transformaciones permanentes mediante legislación, comienzan las apuestas para predecir su fracaso.
En efecto, la administración Biden enfrentará desafíos en la franja fronteriza, exacerbados por la crisis de la pandemia y sus limitantes de cómo abordar los nuevos ingresos.
Así, que los políticos en Washington, de ambos partidos, usen esto de excusa para la inacción, por una parte, o el retraso en las acciones requeridas, por la otra, es harina de otro costal. Las consideraciones políticas y electorales también son una constante a la hora de mal manejar la frontera.
Pero llámenle crisis, desafío o caos, la realidad de la frontera siempre ha estado presente para quienes solamente se percatan de su existencia cuando se pone de moda reportar al respecto o para perpetuar la narrativa de que cualquier intento de cambio está destinado al fracaso.
Porque sería lamentable, en todo caso, que, aun fuera de la Casa Blanca, Trump siga definiendo la política migratoria de Estados Unidos, sobre todo en la frontera.
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