Sin respuesta aún sobre el futuro de su situación migratoria, pero con la mirada fija en sus prioridades personales y familiares, los inmigrantes indocumentados vuelven a ponerse en guardia. Esta vez para agregar su granito de arena a fin de mantener viva y alimentada a la sociedad estadounidense, ante la eventualidad de que se propague la nueva variante del Covid-19, denominada ómicron.
En efecto, mientras la asesora legal del Senado pareciera jugar con su decisión manteniendo en ascuas a cientos de miles de familias con un veredicto que ha sido negativo en dos ocasiones anteriores —como si se tratara de un ejercicio de poder impune al estilo de la Antigua Roma y reducido a un dedo pulgar hacia abajo—, esos millones de indocumentados son conscientes ya de lo que tienen que hacer para, una vez más, salvar junto con otros a una población que aún no los mira como uno de los suyos.
Ya sea el campesino en California, Florida o Georgia; o el personal de enfermería de un hospital, entre cuyos miembros hay Dreamers y beneficiarios de TPS; o los empleados de una tienda de productos básicos; o el repartidor de comida que no puede aspirar a más por el momento porque carece de documentos, todos ellos están dispuestos a continuar luchando contra viento y marea en el terrible contexto de esta pandemia que parece interminable.
Contagiados también algunos de ellos debido a su labor ininterrumpida, o fallecidos algunos otros por la misma razón, han sido parte del nuevo tejido social estadounidense que, por más que los antiinmigrantes quieran invisibilizar, su indispensable presencia es ya ineludible, su fuerza laboral inquebrantable y su voz cada vez más determinante.
Y a pesar de que sus expectativas de lograr un prometido beneficio migratorio son en este momento honestamente bajas, no es excusa para no seguir dando todo de sí en el momento en que más necesita Estados Unidos de ellos, sobre todo cuando más de la mayor parte de su población ha decidido no aplicarse la vacuna contra el Covid-19, poniendo en riesgo incluso a los ya vacunados. De hecho, a esta etapa de la evolución del coronavirus se le llama, como todos sabemos, “la pandemia de los no vacunados”.
Es decir, no se sabe exactamente qué hace falta en la conciencia de la Parlamentaria, o de la clase política estadounidense —tanto republicana como demócrata—, o de los más recalcitrantes racistas de esta nación para darse cuenta de que los inmigrantes indocumentados ya están totalmente integrados a la dinámica social, económica, fiscal, educativa, cultural, laboral, etc., y que no regularizarlos sería como atentar contra la misma sociedad estadounidense que, según todas las encuestas, está en favor de una reforma migratoria.
Porque si de sacrificios se trata, los millones de indocumentados que llevan décadas viviendo y trabajando aquí conocen a la perfección el significado y el sentido de lo que es sacrificar todo en función de una nueva perspectiva de vida. Con su presencia y aportaciones, de hecho, ellos mismos dan una clase de historia contemporánea al resto de la población, sobre todo en momentos en que, no obstante el rechazo, siempre están dispuestos a contribuir con su experiencia y su conocimiento al desarrollo de una nación propia del siglo XXI en todo, menos en su sistema migratorio.
Así, es seguro que los indocumentados volverán a pasar la prueba del compromiso social combatiendo a ómicron o a cualquier otro virus, aunque su futuro migratorio siga pendiendo de un hilo.
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