Resulta perturbador, aunque no sorprendente, que Donald Trump se ensañe con niños y padres inmigrantes, muchos de ellos con válidos casos de asilo, pero que actúe como un corderito junto al autócrata ruso, Vladimir Putin.
Después de todo, así actúan los bullies. Saben con quién se meten. Trump es despiadado con los más vulnerables de los vulnerables, pero sabe el terreno que pisa con quienes son más bullies que él, a quienes no les tiembla la mano para ordenar la muerte de sus opositores, reales o imaginarios, desconocidos o familiares. Por eso se derrite en elogios hacia Putin e incluso hacia el norcoreano Kim Jong-un, pero tilda de criminales a hombres, mujeres y niños que huyen de una violencia encarnizada en países centroamericanos que les sirvieron a los intereses militares de Estados Unidos en su momento, pero luego levantaron vuelo tras las guerras civiles, se lavaron las manos como Pilatos y ahora se preguntan por qué la violencia y la corrupción reinan en esas naciones.
Para bailar, eso sí, se necesitan dos, y los gobiernos corruptos también comparten la culpa.
Pero volviendo al tema que nos ocupa, la semana pasada el camarada Trump, junto a Putin en Helsinki, prefirió defender al ruso que ordenó el ataque contra las elecciones generales de 2016 en Estados Unidos y puso en entredicho a las agencias de inteligencia del país que desgobierna, las cuales concluyeron que, en efecto, Rusia intervino en las elecciones para favorecer a Trump.
Luego Trump quiso “aclarar” que no dijo lo que el mundo entero escuchó en tiempo real, aunque ya era demasiado tarde. Y si antes existían sospechas de que Putin le sabe algo tan macabro a Trump que lo tiene bailando a su son, ahora esas sospechas son todavía mayores.
Los contrastes de este presidente no podían ser mayores. Es despiadado con los más desprotegidos. De otra forma no puede explicarse su política de tolerancia cero que llegó a su punto más cruel cuando casi 3,000 niños fueron separados de sus padres en la frontera. Tras la condena mundial a su política y la intervención de los tribunales, se inició un proceso de reunificación tan caótico como la presidencia de Trump, y al sol de hoy se desconoce si todos esos niños arrebatados a sus padres volverán a verlos. El daño psicológico infligido sobre familias que ya venían huyendo de situaciones terribles es simplemente imperdonable. También ha cambiado las reglas del juego para impedir que más centroamericanos en particular puedan solicitar asilo exitosamente porque la violencia de las pandillas y la doméstica ya no serán causales que garanticen asilo.
Canceló DACA porque le dio la gana, porque fue una orden girada por el presidente Barack Obama, y Trump siente una mezcla de envidia, desdén y odio por el expresidente que raya en la obsesión, como también le ocurre con Hillary Clinton. Es la inseguridad tan común en los bullies.
Ha cancelado el Estatus de Protección Temporal (TPS) a personas de diversos países pobres y en crisis que no pueden absorber el retorno de 300,000 almas a naciones que dejaron en muchos casos hace más de 20 años. Como si eso fuera poco, 273,000 niños ciudadanos estadounidenses, hijos de los 300,000 beneficiarios del TPS que Trump revocó, están en riesgo de ser separados de padres que no los quieran llevar a países plagados de violencia y crisis. ¿Los llevaría usted en una situación semejante?
No hay que olvidar el veto musulmán y la guerra sin cuartel contra los inmigrantes pintándolos a todos como pandilleros de la MS-13 que ha escogido como caballito de batalla para seguir explotando el tema en las elecciones intermedias de noviembre.
A los inmigrantes que han contribuido con trabajo y esfuerzo a la fibra de esta nación, a su economía; a los que han dado sangre y vida en las Fuerzas Armadas, a esos inmigrantes y a sus familias estadounidenses, Trump los ataca y los desprecia, sobre todo si son latinoamericanos o de naciones pobres. A Putin, el artífice del ataque a nuestra democracia en los comicios de 2016, esfuerzos que siguen vigentes de cara a las intermedias, lo trata con guantes de seda y lo premia con otra reunión cumbre, esta vez en la Casa Blanca. Visto desde los ojos de Trump, es lo propio porque fue Putin quien ayudó a colocarlo en la Casa Blanca con su campaña de desfinformación.
Solo resta esperar a que los hijos y familiares ciudadanos de esos inmigrantes a los que Trump les ha declarado la guerra, o todos aquellos que tengan conciencia y sean capaces de sentir empatía por el abuso al prójimo, voten con tal fuerza en el 2020 que ni la mano negra de Putin será suficiente para reelegir a Trump.