No se trata de un déjà vu. El expresidente Donald Trump, líder indiscutible del Partido Republicano y aspirante a la nominación presidencial en 2024, volvió a declarar su intención de emitir una orden ejecutiva para denegar la ciudadanía estadounidense automática a niños nacidos en Estados Unidos de padres indocumentados, lo que está amparado por la 14ta Enmienda de la Constitución. Lo dijo en 2015, en 2018 y vuelve a decirlo ahora porque los inmigrantes, con o sin documentos, siguen siendo su objetivo de ataque favorito con fines politiqueros y electorales.
Y son su objetivo central porque los inmigrantes, especialmente los de color y de naciones pobres, se encuentran siempre en situación vulnerable, un aspecto atractivo para acosadores de minorías como lo es el expresidente y quienes siguen celebrando su retórica antiinmigrante. Algo que no ocurre, por supuesto, cuando se trata de gente de poder y de dinero, a quienes Trump ha alabado, incluso si sus regímenes son señalados como violadores de los derechos humanos. ¿Suenan familiares Duterte, Putin, Abdulfatah el Sisi, Hun Sen?
A decir verdad, no es sorprendente en lo absoluto. Ya sabemos quién es Trump y lo que da. Pero lo indignante es que el Partido Republicano, luego de la estela de sangre que han dejado y siguen dejando el extremismo y la xenofobia en este país, haya decidido que su rostro, su mensaje y sus estrategias de campaña serán precisamente ese extremismo y esa xenofobia.
Tal parece que no se ha dado cuenta de que si alguna enseñanza ha dejado ese tipo de campañas de odio y de racismo es que, a la postre, no tienen éxito permanente, de tal modo que las va diluyendo la conciencia nacional estadounidense, que por fortuna es mayoritaria y siempre apunta a estar del lado correcto de la historia, aceptando, más que rechazando, dar la bienvenida a los inmigrantes.
Y aunque, de momento, Trump sigue siendo la figura central y dominante de ese partido, la estrategia antiinmigrante no es exclusiva de él, pues tiene varios Mini-me, entre otros, el gobernador de Florida, Ron DeSantis, quien acaba de promulgar la ley antiinmigrante más severa de Estados Unidos. La medida entra en vigor el 1 de julio, pero ya genera temor entre la población floridana y no únicamente entre los indocumentados, pues hay familias de situación migratoria mixta que pueden verse en aprietos por transportar y asistir a indocumentados. Está afectando a diversas industrias como la agrícola y la de construcción, y ahora mismo a la automotriz y eventualmente impactará a la del turismo; e incluso afecta a organizaciones no gubernamentales que asisten a los indocumentados.
El gobernador de Texas, Greg Abbott, es otro de los súbditos de Trump que ha declarado una guerra sin cuartel contra los indocumentados y ha utilizado la frontera como una de sus armas favoritas para atacar al gobierno del presidente demócrata, Joe Biden, y tildarlo de ineficiente en el manejo de la franja fronteriza.
Pero su influencia no es aún tan amplia, y en todo caso carece de originalidad incluso siendo racista y antiinmigrante, pues si en realidad quisiera buscar la nominación republicana apelaría al voto de otro sector republicano, harto ya de la forma como se ha vilipendiado a su partido por parte del ala más extremista del conservadurismo de Estados Unidos. Competir por el mismo tipo de voto —antiinmigrante y xenófobo— convierte a Trump y a DeSantis en los saltimbanquis de la política moderna republicana.
Incluso la Cámara Baja de mayoría republicana está plagada de fieles a Trump, listos para promover su agenda antiinmigrante, como lo demostraron con la aprobación del proyecto HR 2, centrado en medidas de control fronterizo y en minar las leyes de asilo. Y el principal porrista de Trump es el presidente cameral, Kevin McCarthy, republicano de California, quien ha indicado que ese organismo no considerará ninguna medida que suponga beneficios para los indocumentados.
Porque la realidad es que el ataque frontal de los republicanos no es únicamente en contra de los indocumentados. Es realmente en contra de la migración y, al mismo tiempo, contra el Estados Unidos incluyente y compasivo en que se estaba convirtiendo esta nación incluso antes de la lucha por los derechos civiles en el siglo pasado. La batalla por el Título 42 plasmó que los solicitantes de asilo tampoco son bienvenidos, y aunque los republicanos dicen amar la “legalidad” parece tenerles sin cuidado que en la nación haya 11 millones de indocumentados realizando trabajos esenciales, sin que haya una luz al final del túnel para lograr su regularización.
Si algo es evidente es que en la campaña presidencial de 2024 los republicanos, sin más recursos políticos de verdadera trascendencia histórica por el bien común, enfilan sus cañones una vez más contra su objetivo favorito: los inmigrantes.
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