Una manifestación en Italia el pasado domingo, donde los participantes hicieron el saludo fascista, revolcó un avispero en esa nación cuando partidos opositores de centroizquierda acusaron al gobierno de Giorgia Meloni de permitir una “apología del fascismo”. Sucede que la primera ministra italiana también militó en algún momento de su vida en el extinto Movimiento Social Italiano (MSI), fundado por seguidores del dictador Benito Musolini, seguidores que promovieron dicha movilización.
No es extraño, pues la presencia de grupos neofascistas en diversos países europeos, así como el auge de partidos de ultraderecha, ha sido ampliamente documentado. En un artículo de la BBC, el profesor Luciano Cheles, de la Universidad de Grenoble, explica que la proliferación de estos partidos y grupos responde al aumento de la inmigración en esos países.
“Estas ideas neofascistas se han introducido a través de este tipo de argumentos, los que dicen que Italia u otros países no se pueden permitir tener tantos extranjeros”, declaró Chelis a la BBC.
Es como la primera línea que se forma en el frente antiinmigrante en cada nación de destino, donde miles de seres humanos buscan salida a su situación económica y social, fundamentalmente. Y el rasgo más distintivo de esta realidad es que dichas naciones, en donde se exacerba el ultranacionalismo y el sentimiento antiinmigrante, son de mayoría blanca y desarrolladas.
Si suena familiar, es porque en Estados Unidos se debate si la multiplicación de grupos supremacistas y su retórica de odio, precisamente hacia los inmigrantes, puede tener inclinaciones fascistas. Hay variedad de opiniones al respecto. De hecho, ya la exsecretaria de Estado, Madeleine Albright, preguntaba “¿por qué, a esta alturas del Siglo 21, estamos hablando nuevamente sobre el fascismo?”, en su libro Fascismo: Una advertencia, en el contexto de la presidencia de Donald trump.
Pero de lo que no cabe duda es que esa retórica racista utilizada por los supremacistas blancos y normalizada por políticos de derecha y figuras republicanas ha inspirado ataques terroristas domésticos que han segado la vida de judíos, latinos y afroamericanos en diversas partes del país. Es la realidad.
Es decir, los rasgos de comportamiento de esos grupos antiinmigrantes y supremacistas concuerda con las características de todo fascismo e incluso nazismo del siglo pasado. Pueden sustituirse los términos si se quiere, y utilizar uno que se ha acuñado desde la aparición de Donald Trump en el escenario político: “trumpismo”. Pero el efecto es el mismo como categoría de análisis sobre la realidad que nos ha tocado vivir.
Y en nuestro caso, la inmigración, o más exactamente el sentimiento antiinmigrante, mueve a estos grupos e individuos. El responsable de la masacre en un Walmart de El Paso, Texas, en 2019, Patrick Crusius, escribió en un manifiesto que “este ataque es en respuesta a la invasión hispana en Texas”. Mató a 23 personas e hirió a 22, en su mayoría hispanos. No hay que olvidar que ha sido el gobernador republicano de Texas, Greg Abbott, quien ha fomentado el uso del término “invasión”, al grado de incluso declararla oficialmente. El mismo Abbott que ha enviado miles de migrantes a ciudades lideradas por demócratas en autobuses y aviones.
En este espacio hemos denunciado hasta la saciedad que lo preocupante es que esa retórica que habla de una “invasión” en la frontera Estados Unidos-México, de “fronteras abiertas” o diseminar teorías conspirativas como la del “gran reemplazo” de anglosajones por migrantes y minorías para acaparar el poder político, antes se limitaba a grupos marginales. Pero ahora se pronuncian desde el pleno del Congreso, en mítines de funcionarios electos y candidatos, e incluso desde la misma presidencia, como fue el caso con Donald Trump.
Ahora como precandidato y favorito para ganar la nominación presidencial republicana en 2024, Trump ha intensificado esa retórica, echando mano de frases del nazismo como la de que los inmigrantes están “envenenando y destruyendo” la sangre de Estados Unidos.
Esta misma semana el Comité de Seguridad Nacional de la Cámara Baja llevaría a cabo una audiencia en torno a los esfuerzos republicanos para destituir al Secretario de Seguridad Nacional (DHS), Alejandro Mayorkas de su cargo, el único hispano en el gabinete de Joe Biden; no porque haya cometido “delitos mayores y faltas”, sino porque no están de acuerdo con la política migratoria de Biden.
Y el proceso ha estado matizado por la misma retórica nativista. Los republicanos han echado mano de la “invasión” en la frontera sur y la teoría del reemplazo para justificar el proceso contra Mayorkas.
Pero en el fondo, el Partido Republicano está tratando de enjuiciar a Mayorkas no únicamente por ser un inmigrante hijo de inmigrantes, sino porque lo consideran el chivo expiatorio perfecto para atizar a la base MAGA acusándolo de tener la frontera sur “abierta” y de que estamos siendo “invadidos”.
Sin embargo, la realidad es que solamente buscan politiquear con el tema migratorio sin ofrecer soluciones, ni aceptar las que la misma administración Biden les ha ofrecido en materia de seguridad fronteriza en el estancado plan de ayuda a Ucrania. Porque solucionar el problema sería quitar a los republicanos su arma electoral favorita, la inmigración, y sus chivos expiatorios preferidos, los inmigrantes.
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