Los gobernadores republicanos de Texas y Florida, Greg Abbott y Ron DeSantis, respectivamente, han montado un teatro político de año electoral utilizando a los inmigrantes y solicitantes de asilo como chivos expiatorios en sus estrategias de campaña. Esto, no con el objetivo de ofrecer soluciones reales, sino simple y llanamente para explotar el tema migratorio con fines electorales.
Pero a Abbott las cosas no parecen haberle salido como esperaba. Por ejemplo, el envío de autobuses con inmigrantes a Washington, D.C., con el fin de provocar un tremendo caos en la capital del país como represalia por el anuncio del presidente Biden de eliminar el Título 42 a finales de mayo, ha resultado en que organizaciones cívicas y religiosas den un paso al frente y asistan a los indocumentados, mediante un proceso bastante ordenado, dentro de las circunstancias.
Asimismo, su plan de reinspección de camiones en la frontera sur se le hizo sal y agua, después de la presión de diversos sectores por el daño que su farsa estaba acarreando a la economía de Texas. En efecto, el caos vehicular y las potenciales pérdidas económicas en ambos lados de la frontera lo llevaron a levantar su orden de inspecciones más minuciosas, que supuestamente tenían el fin de combatir el trasiego de drogas y el tráfico humano, pero a través de las cuales no se encontró ni lo uno ni lo otro. Lo irónico es que cuando surge legislación bipartidista federal para abordar ambos temas que afectan a la región, los republicanos como Abbott siempre se oponen a las medidas.
Obviamente, Abbott solo hizo el ridículo de su vida con esta rabieta de primer año de primaria en la arena política, pues todo mundo sabe que la frontera México-Estados Unidos es la más transitada del mundo, y que particularmente los 1,931 kilómetros que Texas comparte con el vecino del sur son más de la mitad de la franja fronteriza que divide —o une— a estas dos naciones, que es de más 3,200 kilómetros. Como dato al calce, el comercio entre los dos países alcanzó en 2021 la estratosférica cifra de 661,164 millones de dólares, apenas unos puntos porcentuales por debajo de Canadá, pero por encima de China, según datos del Censo y de la Secretaría de Economía de México. ¿Los asesores económicos de Abbott tomaron en cuenta esto o dejaron que su jefe se pusiera en evidencia él mismo?
DeSantis, por su parte, todavía no ha comenzado a enviar, como amenazó, autobuses con migrantes a Delaware, estado que el presidente Biden representó ante el Senado durante casi cuatro décadas y donde tiene residencia; o a Martha’s Vineyard, en Massachusetts, donde Barack Obama tiene una mansión veraniega y donde vacaciona la crema y nata del mundo liberal todos los veranos.
Pareciera que DeSantis no sabe que un gran porcentaje de los solicitantes de asilo que ha arribado a la frontera sur pretende, eventualmente, radicarse en Florida con familiares, toda vez que son cubanos, venezolanos, colombianos, nicaragüenses, hondureños y haitianos, entre otras nacionalidades. Es decir, aunque los transporte a Delaware, los grupos de asistencia seguramente terminarán enviándolos a Florida a ser recibidos por familiares que pagan impuestos en ese estado y que, seguramente, han votado por DeSantis y por el propio Donald Trump. Hay que recordar que Florida es uno de los estados que alberga latinos conservadores, muchos de los cuales tienen familiares que huyen de dictaduras como Cuba y Venezuela; pero tal parece que huir de dictaduras latinoamericanas no llena los requisitos de DeSantis.
No se sabe si DeSantis tomará en cuenta el fracaso de Abbott en esta misma estrategia, cuyo efecto búmerang estaría afectando políticamente ya a ambos mandatarios estatales. Pero lo cierto es que no cejará en su intento de demostrar que de política nacional entiende poco y de demografía y derechos humanos mucho menos.
Abbott y DeSantis quieren asegurar la continuidad del Trumpismo en sus respectivos estados para apelar al sector nativista, en una especie de lid para demostrar quién es más antiinmigrante, con la esperanza quizá de algún día aspirar a convertirse en sucesores de Trump en la Casa Blanca. Pero como hemos dicho mil veces en este espacio, los republicanos no quieren solucionar el tema migratorio, porque hacerlo los privaría de explotarlo con estratagemas electorales, como muros, acusaciones de caos en la franja fronteriza o, como ahora, con autobuses llenos de migrantes.
¿Tendrán alguna otra “brillante” sorpresa en las próximas semanas los señores Abbott y DeSantis para seguir satanizando a los indocumentados, sus víctimas favoritas? ¿O seguirán jugando el juego de “lo que hace la mano, hace la tras” para demostrar cuán antiinmigrantes son? No se esfuercen más, ya todo mundo lo sabe.
Y como si no bastara con la bolsa de trucos electorales republicanos, tenemos a unos demócratas timoratos que, en lugar de responder a estos ataques, permiten que crezcan como bolas de nieve y dejan, como siempre, que los republicanos dicten la narrativa. No solo eso. Tienen planes, pero no los desarrollan ni los defienden como se debe.
Nos aguarda, sin duda, un largo verano-otoño de temporada electoral donde la obstrucción y la demagogia republicanas seguirán dictando el orden del día.