Mientras la frontera vuelve a ser escenario de un drama humano con ramificaciones políticas, resulta imposible no reconocer que en esta situación nadie está libre de culpas. Los republicanos por haberse convertido en el principal obstáculo para una solución legislativa que reforme todos los componentes de un sistema migratorio anacrónico e insuficiente; y los demócratas por haber desperdiciado varias oportunidades de actuar cuando han controlado ambas cámaras del Congreso y la Casa Blanca.
Más aún, a estas alturas todos los protagonistas políticos de este drama migratorio saben exactamente qué hay que hacer a nivel legislativo. Sin embargo, escasea no solo la voluntad para hacerlo, sino que abunda la cobardía y la conveniencia personal y partidista para solucionarlo.
Pero ahora que el Título 42 dejará de aplicarse la semana que viene, el 11 de mayo, provocando que miles de migrantes, particularmente solicitantes de asilo, sigan arribando a la frontera con la esperanza de llegar a suelo estadounidense, volvemos a escuchar los mismos argumentos: por una parte, que es culpa de los demócratas por tener las fronteras “abiertas”; y por otra, las mismas “soluciones” que no son otra cosa que simples parches temporales.
Mientras tanto, ajenos al ajedrez político preelectoral estadounidense, miles de migrantes siguen su camino, atravesando regiones geográficas llenas de peligros, sin otro objetivo en mente que arribar a la frontera México-Estados Unidos, como la única solución que se tiene a la mano en esta etapa de la historia humana. Es decir, ellos mantienen viva mentalmente la luz de ese “faro de esperanza”, que de un tiempo a la fecha aquí se ha ido extinguiendo sin que se prevea una reactivación de su otrora brillantez en el corto plazo.
Es cierto que el gobierno de Joe Biden anunció programas de reunificación familiar y la apertura de centros de procesamiento en los países que envían migrantes o que son escala en su travesía al norte. Eso sin contar con la aplicación CBP One para hacer citas para sus casos sin estar en Estados Unidos, tecnología que no ha servido de mucho debido a sus constantes fallas, según han relatado los mismos migrantes en tránsito. Pero nada de eso parece frenar a los miles de seres humanos que quieren llegar.
La Agencia EFE reportó el martes que la Patrulla Fronteriza detuvo a 22,220 migrantes en un lapso de 72 horas. Además, ciudades fronterizas comenzaron a declarar estado de emergencia porque sus albergues no tienen cabida y los migrantes siguen llegando.
Y por si fuera poco, el gobierno de Biden anunció el envío de 1,500 tropas adicionales a la frontera sur para proveer labores de apoyo y administrativas, pero no detener a migrantes.
Hace unas semanas, en este mismo espacio, publicamos una columna donde planteábamos que esta medida se implementó en marzo de 2020 por la administración de Donald Trump, de manera que el actual gobierno de Estados Unidos ha tenido tiempo para planificar su respuesta al anticipado aumento de migrantes, una vez que deje de aplicarse. Pero como el tema migratorio es para los políticos esa molesta piedra en el zapato que quieren sacarse y proseguir su camino, las soluciones suelen ser inadecuadas y a destiempo.
Y ahí están las consecuencias: vidas truncadas que alguna vez creyeron en el discurso de la salvación y de la bienvenida, pero que ahora se topan con un muro legislativo e ideológico que quizá siempre estuvo presente, pero que la realidad lo ha desnudado por completo y ha hecho ver a Estados Unidos como una nación más limitada de lo que se creía. En efecto, los tiempos de los migrantes no corren paralelos a los de quienes dicen legislar en torno al tema migratorio. De hecho, a estos les está quedando muy grande una noble y admirable migración que quizá no merecen.
El envío de tropas a la frontera tampoco ofrece una imagen compasiva para miles de personas que han cruzado selvas y desiertos huyendo de miseria, violencia, abusos y corrupción. Si es para disuadirlos, no creemos que sea tan efectivo.
Porque pase lo que pase después del Título 42, los flujos migratorios siempre serán una constante en la frontera sur. El reto que no han sabido enfrentar los políticos es cómo avanzar leyes que hagan de ese flujo algo cotidiano y normal, y cuando haya incrementos la situación no se torne en una crisis. Además, que existan visas para quienes quieren venir a ofrecer una muy necesitada mano de obra; que se legalice a los millones de indocumentados que llevan décadas aquí; que ciudadanos y residentes puedan solicitar a familiares sin que pasen décadas para reunificarse; que las leyes de asilo sean fortalecidas para garantizar que todo el que lo necesite pueda solicitarlo y que sus casos no se despachen sin una verdadera revisión de las razones que los llevaron a solicitar ese asilo.
Esos son todos los componentes de una reforma migratoria amplia que durante décadas ha sido víctima de la politiquería con repercusiones nefastas sobre millones de vidas humanas y sobre nuestra economía.
Decir que la administración Biden se diferencia de la de Trump porque aborda el tema de forma más humana de nada sirve si las medidas que aplica son tan similares, como cuando el republicano envió tropas a la frontera ante el arribo de caravanas de migrantes.
Como dijo el martes el senador demócrata de Nueva Jersey, Bob Menéndez, “la administración ha tenido más de dos años para planificar el eventual fin de esta política de la era Trump de una manera que no comprometa la integridad de nuestros valores como país. Les he ofrecido un plan estratégico e integral, que en gran medida han ignorado. Tratar de anotar puntos políticos o intimidar a los migrantes al enviar tropas a la frontera, solo da cabida a fortalecer los ataques xenófobos del Partido Republicano contra nuestro sistema de asilo”.
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