Han sido tantos los contrastes que han venido marcando una profunda diferencia entre la pasada administración y la que actualmente ocupa la Casa Blanca, que una sola y franca sonrisa como la del menor nicaragüense Wilton Gutiérrez, captada en una imagen reciente, podría simbolizar lo que ha pasado y lo que está ocurriendo, al menos en el ámbito migratorio estadounidense.
No es tan simple, claro. Y si bien es plausible el hecho de que ahora los inmigrantes indocumentados estén recibiendo un trato digno y humano en la frontera, a fin de cuentas esa fue una de las promesas del actual gobierno; y cumplirla, por supuesto, es su obligación, política y moralmente hablando.
Pero no cabe duda de que después de tantos y tan largos cuatro años de ignominia padecida como inmigrantes de color, sobre todo los que han optado por el asilo provenientes de las regiones más empobrecidas de América Latina, ver multiplicada en todos los medios y redes sociales la sonrisa de ese menor centroamericano significa mucho.
Y no solo porque Wilton, de 10 años de edad, fue hallado pidiendo ayuda en la frontera apenas en abril pasado, él solo, después de haber sido abandonado por el grupo de migrantes con el que venía, sino por lo que sus ruegos y lágrimas representaron en ese preciso momento para millones de migrantes de todo el mundo que se encuentran fuera de sus países de origen en busca de un mejor acomodo en el planeta.
Las cifras más recientes nos recuerdan que hay más de 270 millones de migrantes internacionales, que incluye cerca de 40 millones de niños, según la Organización Internacional para las Migraciones (OIM), una cantidad que podría aumentar a pasos agigantados si las naciones de bienvenida no empiezan a modificar su relación y su responsabilidad con la cuestión migratoria mundial.
Así, la situación de Wilton era demasiado grave, pues tenía a cuestas no solo la fatiga física y el hambre, sino el desconocimiento total del lugar donde se encontraba. Es decir, era un pequeño ser humano perdido en sí mismo, sin más herramientas que el instinto de sobrevivencia y el sentido común, que para su edad lo supo manejar muy bien.
El hecho de que su historia haya terminado con bien es asimismo importante, no por la consecuente cobertura informativa del “final feliz”, sino porque en otras circunstancias, si hubiese ocurrido tan solo un año antes —durante uno de los gobiernos más antiinmigrantes y xenófobos de la historia de Estados Unidos como fue el de Donald Trump—, el pequeño Wilton habría sido ignorado, enviado a un centro de detención donde pasaría, enjaulado, por las peores situaciones de descuido y, finalmente, se habría perdido en la maraña migratoria que tejieron los asesores del anterior presidente para desalentar a otros migrantes.
Su deportación, por supuesto, habría sido un hecho; o bien, permanecería meses, si no es que años, sin la posibilidad de ver a su familia otra vez, tal como ocurrió en su momento con miles de menores migrantes que fueron separados de sus padres en la frontera, muchos de los cuales están siendo aún reunidos con sus parientes, a instancias del equipo especial creado por el gobierno de Biden para tal efecto.
¿Qué llevó a una administración como la de Trump a adoptar la xenofobia como política migratoria ensañándose sobre todo con los menores migrantes, y qué lleva al gobierno de Biden a contrarrestar con políticas migratorias más justas y humanas toda esa carga negativa que aún pesa en el ámbito nacional e internacional en referencia a la sociedad estadounidense cuando se habla de migración?
Esa y muchas otras preguntas quedan en el aire sin una respuesta concreta, salvo la que cada una de las partes da para justificar sus políticas migratorias, una en contra y otra en favor de sus propios inmigrantes. De hecho, la terminación definitiva del programa “Permanecer en México”, que obligaba a los solicitantes de asilo a esperar respuesta durante meses en territorio mexicano, o el plan de Biden de agilizar y acelerar los trámites migratorios, o incluso el TPS para la comunidad haitiana, son las más recientes decisiones que hacen pensar en un beneficio eventual aún mayor para millones de indocumentados que han esperado durante décadas para regularizar su situación.
Pero mientras eso llega, y aun cuando todavía hay una deuda enorme con los inmigrantes, reconforta ver que algo se está moviendo hacia el lado correcto de la historia. Porque, ¿cuándo fue la última vez que vimos a un menor indocumentado sonreír como producto de su propia historia?
Esas pequeñas cosas no pueden pasar inadvertidas. Ya no.
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