La propuesta de conceder únicamente permisos de trabajo y protección de la deportación a entre 7 y 8 millones de indocumentados surge como la más reciente alternativa que los demócratas intentarán incluir en la conciliación presupuestaria del Senado, ante el rechazo de la asesora legal de ese organismo, a medidas que concedan una vía a la ciudadanía.
Este nuevo respiro migratorio, sin embargo, alienta medianamente expectativas porque solo se inscribe otra vez en el ámbito de lo probable, pero no de lo ampliamente definitivo.
En efecto, el llamado “Plan C” ampararía de la deportación y concedería permisos de trabajo a quienes hayan ingresado a Estados Unidos antes del 1 de enero de 2011. Se trataría de un permiso de cinco años renovable por otros cinco años a quienes cumplan con los requisitos.
Pero ahora hacer cuentas, de hecho, es ya de antemano una tortura para millones de seres humanos que esperaban más desde el principio, de tal modo que la propuesta arrebataría sueños a millones de quienes ya se han arraigado en el país durante la última década. El desánimo, por supuesto, entra en la casa de muchos como una sombra que oscurece todo. Una vez más.
Aun así, hay varias interrogantes. Una de ellas es si el Plan C pasará el cedazo de la Parlamentaria del Senado, quien ha rechazado dos propuestas previas por conceder una vía a la ciudadanía. La tercera es la vencida, se dice, pero la especulación ante el rechazo previo contra los indocumentados por parte de una sola persona en una democracia no da margen a muchas ilusiones.
De ahí que la otra interrogante es qué harán los demócratas si el Plan C también es rechazado por la Parlamentaria. ¿Dejarán morir el asunto tomando como excusa lo que diga dicha asesora legal del Senado? ¿Intentarán impulsar alguna legislación independiente, aunque sus posibilidades de aprobación sean mínimas, considerando la oposición republicana en bloque y los temores de demócratas en escaños vulnerables en las elecciones de 2022?
¿O decidirá el presidente Joe Biden seguir la ruta de Barack Obama para proveer algún tipo de protección mediante orden ejecutiva? En este último caso —y ya se ha visto en los últimos años con los Dreamers—, la situación ha sido también una moneda en el aire, pues si bien se protegió temporalmente a dichos jóvenes, ahora mismo se encuentran en ese mismo limbo migratorio por el que nadie desearía pasar, sobre todo después de haber crecido con la idea de que este es su país. Y lo es, por derecho propio.
Porque la realidad es que la paciencia de los inmigrantes sin documentos y de quienes los apoyan ya llegó a su límite. Este 6 de noviembre se cumplen 35 años de la promulgación por el republicano Ronald Reagan de la amnistía de 1986, que legalizó a unos 3 millones de personas. Y eso, en la simbología política, dice mucho; pero al parecer no ha significado lo suficiente para los demócratas, a quienes se exige ahora mismo que cumplan sus promesas no solo con los inmigrantes que dicen defender, sino con la historia que también, por supuesto, hablará de ellos si no logran hacer todo lo que está en sus manos ahora que tienen el poder.
Así, es increíble que tres décadas y media más tarde, todavía no hay reforma, y la población indocumentada se ha casi cuadruplicado. La obstrucción republicana y las promesas demócratas dan para escribir un libro. Los dos bandos han utilizado a los inmigrantes como balón político sin que se vislumbre una solución favorable a este sector de la población que es uno de los ejes de nuestra economía y de nuestra vida cotidiana, pero que se le desecha sin contemplaciones.
Ahora mismo, se desarrollan marchas de protesta en diferentes ciudades del país para presionar a los demócratas a cumplir, un síntoma de que los inmigrantes no tienen por qué estar “casados” ni con promesas huecas, ni con los cálculos electorales que solo benefician a la clase política.
A los inmigrantes siempre se les pide seguir esperando y a quienes los apoyan siempre se les pide seguir votando por los demócratas, porque “ahora sí se va a poder”. Porque si madura como pinta y no se logra ni el permiso de trabajo, los demócratas volverían a desempolvar su cansado libreto de que “tratamos pero no se pudo, y será para la próxima”. Con lo que no cuentan en esta ocasión, tal vez, es que no solo los inmigrantes, sino los votantes, tienen ahora una perspectiva más clara de la “cosa política” y del uso y abuso de la promesa para lograr el poder.
Lo cual nos lleva a otra interrogante: ¿Y qué tal si la Parlamentaria dice sí y el llamado Plan C avanza?
Es de anticiparse que comiencen las recriminaciones de que se estaría creando una especie de ciudadanía de segunda clase de personas sin derecho a naturalizarse y posteriormente votar. Habrá quienes asuman la postura de todo o nada y decidan que, sin ruta a la ciudadanía, hay que rechazar la protección temporal. Y los demócratas achacarán a las divisiones internas del movimiento pro reforma el potencial fracaso de la iniciativa.
Pero sin la posibilidad real de que una verdadera reforma migratoria con vía a la ciudadanía progrese antes de que los demócratas puedan perder el control del Congreso y de la Casa Blanca, la pregunta es: Usted, ¿qué haría?
Más aún, habría que preguntar a los propios inmigrantes qué preferirían. Una protección temporal o aguardar a otra oportunidad futura para que se concrete una reforma migratoria amplia.
En este escenario, es obvio decir que cada caso es diferente, cada familia tiene sus prioridades, cada aspirante a lograr el pleno reconocimiento como estadounidense tiene y mantiene sus ilusiones personales. Pero de eso no se trataba cuando se prometía proteger a los 11 millones. Ahora habrá que hacer nuevos ajustes familiares y comunitarios, como si se volviera a empezar otra vez. Y eso, además de injusto, ya es cruel.
Pase lo que pase, quizá todo este proceso sirva para aleccionar a los demócratas. Los inmigrantes indocumentados y los ciudadanos y residentes que los apoyan no son piezas de su ajedrez político. Llevan décadas usándolos como balón político y pidiéndoles su apoyo, formulando promesas vacías que nunca cumplen. La estrategia de que los republicanos son el “malo” de la película ya cansa, porque los demócratas —como “heroes” de esa misma película— dejan mucho qué desear. Y después se quejan de la apatía de los latinos que no votan o de quienes lo hacen por otro partido.
Con Donald Trump amenazando con postularse en 2024 para la presidencia, más les vale a los demócratas cumplir de una vez sus promesas. O bien, ¿cuál será su pretexto esta vez?
Para leer la versión en inglés de este artículo consulte aquí.