Llevamos más de tres décadas siguiendo los debates migratorios en Estados Unidos con sus triunfos, fracasos, promesas y la eterna espera de una solución humana y justa.
Ha sido un viaje informativo, formativo, reflexivo, histórico, e incluso filosófico y humanista. Pero también ha contenido una dosis bastante alta de frustración al confirmar todo el tiempo cómo la política —y más que esta, los juegos de conveniencia política— echan por tierra una y otra vez las esperazas de millones de seres humanos en un país que ha sido su única tabla de salvación.
Ahora nos encaminamos hacia otro de esos debates. Pero este es especial por tratarse de un esfuerzo tras el fin de la presidencia de Donald Trump, una de las más antiinmigrantes en la historia de esta nación.
Sin embargo, en este nuevo esfuerzo en la presidencia de Joe Biden resurgen los mismos y cansados viejos argumentos, particularmente de la oposición republicana, sobre “amnistías” y premios a la “ilegalidad”. Es decir, las mismas excusas convertidas en “estrategias” que no tienen otro fin que el rechazo al “otro”, a su exclusión sobre todo racial.
Y del bando demócrata comienzan a escucharse también sus mismos “argumentos”: que si no se puede todo a la vez, que si hay que ir por partes, que tenemos mayorías en el Congreso pero son estrechas y necesitamos republicanos, etc., etc… Es decir, son igualmente excusas que van extendiendo más y más un discurso gastado que suena a “esperanza”, sí, pero que a la postre se diluye y se convierte solo en un cúmulo de buenas intenciones que a nadie le sirve, sobre todo no a los inmigrantes, ni a sus familias.
Por otra parte, están los grupos de presión, los antiinmigrantes y los pro inmigrantes.
Los grupos pro inmigrantes, es cierto, luchan por una causa común, pero también tienen diversidad de opiniones sobre cómo conseguirla y no siempre están de acuerdo entre sí. Eso, por supuesto, también ha incidido en la ausencia de una solución definitiva a la regularización migratoria de millones.
Y en esas circunstancias aún nos encontramos, en pleno Siglo XXI.
De manera que invariablemente el debate migratorio provoca flashbacks de dilemas pasados. Es inevitable, y hasta cierto punto comprensible, pero sería inexcusable que la comunidad inmigrante no vea una solución real tras el martirio vivido durante los cuatro largos años de la presidencia de Trump, tras probar una vez más en medio de la pandemia el valor de su trabajo, y luego que sus familiares, amistades, su comunidad acudieron a las urnas abogando por un cambio de mando.
¿No es tiempo ya de cambiar de perspectiva y poner los pies en la tierra en función de los múltiples beneficios para este país de inmigrantes de contar con un segmento de población que ha hecho todo por integrarse y adaptarse, contribuyendo sin rechistar al engrandecimiento de esta nación? Han servido en las Fuerzas Armadas; han alimentado a este país literalmente con sus manos trabajando en los campos estadounidenses; han pagado miles de milones de dólares en impuestos sin la garantía de reembolso alguno; han enfrentado como muchos otros esta pandemia en la primera línea de combate, y también han resistido todas las humillaciones, acusaciones y ataques por su condición migratoria durante la xenófoba administración pasada.
También es inexcusable la retrahíla de pretextos para la inacción. Honestamente, ¿a quién le importa lo que diga un desacreditado Partido Republicano controlado por Trump que ni siquiera tiene la decencia de reconocer el papel del expresidente en el asalto a la democracia, que provocó siete muertes, y que con sus acciones sigue validando la mentira del “fraude” electoral?
Por su parte, los demócratas tienen que asumir que controlan el Congreso y la Casa Blanca. Pero como en oportunidades previas, parecen no saber utilizar el poder ni el mandato para impulsar causas justas.
Ya no hay tiempo para esos titubeos ni cálculos partidistas: la madurez política de los inmigrantes es un hecho en este siglo, y esa nueva categoría de análisis tiene que servir de base para empezar a cumplir. Ahora sí.
Ganaron. Asuman su poder. Sean creativos. Impulsen medidas beneficiosas para la comunidad inmigrante y, por ende, para el país. Las aportaciones y los beneficios de la inmigración son harto conocidos. Son demasiados años de promesas incumplidas —o cumplidas a medias—, y de señalar a los republicanos como culpables de la inacción. Sí, lo han sido, pero eso no es excusa. No pueden ponerse al mismo nivel de sus rivales. Supérenlos con medidas históricas que abran un nuevo sendero que reivindique lo mejor de la condición humana.
En otras palabras, en elección tras elección las comunidades de color han dado la cara y los han catapultado al triunfo. Es hora de compensar tanto apoyo, tanta espera y tanta paciencia. Recuerden: la última amnistía fue hace 35 años.
Por su parte, las organizaciones pro inmigrantes deben centrar y unificar sus esfuerzos en lograr que esas promesas esta vez realmente se cumplan dejando de lado los diferendos que puedan tener. Las estrategias se ajustan según las necesidades a la mano. No siempre los planetas se alinean, y ha quedado probado en la historia reciente que aunque los demócratas controlen la Casa Blanca y ambas cámaras del Congreso, la reforma migratoria no siempre ha salido beneficiada. Al contrario. Ocurrió con Barack Obama. Y luego llegó Trump.
De manera que hay que aprovechar el momento favorable y presionar, presionar, presionar para que este déjà vu del debate migratorio tenga un final diferente y, ahora sí, feliz.
Por Maribel Hastings y David Torres