Dicen que Año Nuevo, Vida Nueva. Pero ese no es el caso para los miles de migrantes que siguen llegando a la frontera, muchos en busca de asilo; ni para los que el gobernador republicano de Texas, Greg Abbott, sigue enviando en autobuses y aviones desde ese estado a ciudades demócratas como si fueran mercancía.
Tampoco parece haber cambios a nivel político con los republicanos del Senado, quienes insisten en minar las leyes de asilo y revivir políticas migratorias polémicas de Donald Trump a cambio de liberar la ayuda a Ucrania.
Este círculo vicioso que ha dado tantas vueltas parece aceitar de nuevo su engranaje para evitar que se llegue a una solución en el ámbito migratorio, como si se tratara de un acto malévolo en sí mismo que tiene como objetivo afectar negativamente a cientos de familias que solo buscan la mejor de las vidas posibles, como millones de migrantes antes que ellos.
A eso se suma que entramos de lleno al año electoral, cuando la politiquería, y no la sensatez, suele dominar el discurso y la narrativa de candidatos y precandidatos, particularmente los republicanos, que no buscan solucionar los problemas migratorios, sino explotarlos en beneficio propio y de su precandidato presidencial favorito, Trump. El mismo que ha hecho todo lo posible por pintar la peor de las imágenes en torno a los migrantes, gracias a lo cual el racismo, la xenofobia, el odio y sobre todo los ataques violentos contra las minorías de color se han intensificado desde que el magnate apareció en la escena política.
De hecho, el 15 de este mes el proceso electoral arranca con el caucus republicano en Iowa y le sigue la primaria de New Hampshire el 23 de enero. En ambos estados Trump ha dicho que los inmigrantes “envenenan y destruyen la sangre” de Estados Unidos, lenguaje empleado por Adolf Hitler refiriéndose a los judíos. Pero en Iowa, Trump aseguró que “nunca leí Mein Kampf (Mi lucha)”, el manifiesto donde Hitler alude a los judíos señalándolos de contaminar la sangre de los alemanes “puros”.
También es el lenguaje empleado por los supremacistas blancos, así como el concepto de “fronteras abiertas” que Trump y los republicanos usan indiscriminadamente, al tiempo que ese partido bloquea en el Senado lenguaje que asignaría millones de dólares para la seguridad fronteriza y para asistir a los estados y ciudades que están absorbiendo a migrantes y refugiados. Es que el objetivo de los republicanos no es solucionar el problema. Es exacerbarlo para generar el caos que dicen querer combatir.
Y no les importa utilizar la más inhumana de las estrategias, que es culpar al más vulnerable y ponerlo en peligro junto a sus familias ante un sinfín de desequilibrados que han absorbido las absurdas teorías conspirativas, como la del “gran reemplazo”, acabando con vidas inocentes.
Porque en realidad, lo que encabeza Trump es una guerra racial en la cual inmigrantes y minorías son satanizados con fines politiqueros. De igual modo encabeza una cruzada contra la democracia porque al sol de hoy él, sus aliados republicanos y sus seguidores insisten en afirmar que le “robaron” la elección en 2020, a pesar de que saben que es mentira. También minimizan los hechos del 6 de enero de 2021, cuando una turba de sus seguidores atacó el Capitolio federal intentando evitar la certificación del legítimo triunfo de Joe Biden en esa elección.
Este sábado 6 de enero se cumplen tres años del lamentable, vergonzoso y sangriento incidente que cobró vidas, que demostró la fragilidad de nuestra democracia y que expuso de lo que es capaz Trump, quien ahora lidera la batalla republicana por la nominación presidencial de ese partido, pese a los más de 90 cargos criminales que pesan en su contra.
Ese es otro de los peligros que acechan con el expresidente, que es torcer el concepto de democracia hasta convertirlo en un sinsentido, en algo que no tiene validez en el mundo “trumpiano” donde, por ejemplo, solo es aceptable la supremacía blanca y todos los privilegios que solía tener con total impunidad y donde las elecciones solo son válidas cuando sus conservadoras huestes ganan.
En resumen, 2024 es un Año Nuevo con viejos problemas; entre otros, la falta de una reforma migratoria seria y sensata que aborde todos los elementos, incluyendo la legalización de los millones de indocumentados que están entre nosotros. Y también pulula la renovada amenaza del potencial retorno de Trump al poder, si ganara la nominación republicana y si derrotara a Biden en noviembre.
Eso representa una amenaza crítica si se considera que Trump vendría a completar lo que no pudo lograr en su primer periodo, no solo en inmigración, sino en otros rubros, y a tratar de dar rienda suelta a sus aspiraciones de autócrata y de emplear el aparato del Estado para perseguir a sus opositores. Sería como coronar su eterna egolatría, en la que no cabe esta nación, ni su historia, ni sus logros, ni su futuro.
Aunque suene dramático, es una amenaza real.
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