Gabe Ortíz, miembro de la familia de America’s Voice, escribió este elocuente artículo para el Washington Post. Titulado “Ser gay en Estados Unidos aún es un acto subversivo” es altamente recomendable.
El artículo de Gabe está disponible en línea aquí y lo reproducimos a continuación:
Al menos 50 personas fueron masacradas el fin de semana cuando un sujeto disparó dentro de un club en Orlando lleno de gente que festejaba el Mes del Orgullo Gay. Nos estamos enterando de más detalles sobre el asesino, quien aparentemente tiene una historia de violencia y fanatismo, con frecuencia hacia la comunidad LGBT. Según la información, el padre del asesino dijo que su hijo se había “enojado mucho” después de ver a dos hombres besándose en público hace algunos meses.
Es así como vivimos nuestras vidas como lesbianas, gay, bisexuales y trangénero en Estados Unidos. Aún en 2016, nuestra mera existencia puede todavía ser considerada una amenaza.
Nuestro movimiento ha hecho increíbles progresos en la batalla por la igualdad en años recientes. Un presidente en funciones respaldó el matrimonio igualitario. La Corte Suprema lo hizo ilegal. Al menos 225 ciudades y condados alrededor de Estados Unidos prohíben la discriminación en el empleo con base en la orientación sexual o la identidad de género. Nos estamos haciendo más visibles en la televisión y en las películas. Sería fácil pensar que la lucha por la igualdad se acabó.
Pero en la mayoría de los estados, a una persona aún se le puede negar el servicio por ser gay y puede ser despedida debido a su identidad de género. Recientemente, legisladores republicanos han intentado hacer la vida tan miserable como sea posible para los estadounidenses transgénero al restringirles el acceso a baños públicos. La matanza masiva en Orlando puede ser la peor en la historia de Estados Unidos, pero de ninguna manera es un acto aislado contra la gente LGBT. Estadounidenses han sido baleados, acuchillados, ahogados y golpeados por el delito de ser LGBT —por sus compañeros de clase, su padres, sus vecinos y con frecuencia por desconocidos. Ser gay en 2016 es aún de muchas maneras un acto peligroso y subversivo.
Bares y centros nocturnos como Pulse, de Orlando, han sido nuestros refugios, donde podemos reunirnos con las familias que hemos escogido cuando nuestras familias de sangre nos han rechazado. Esos son espacios libres de esas miradas incómodas que podemos reconocer muy fácilmente. Mucha gente LGBT prefiere no besarse o no tomarse de las manos en público como medida de protección contra insultos y ataques. Pero como vimos en Orlando, la mortal homofobia y transfobia nos persigue adonde quiera que vamos.
En un análisis de datos del FBI, el Southern Poverty Law Center encontró que “es dos veces más probable que la gente LGBT sea objeto de un ataque violento de crimen de odio que judíos o negros. Cuatro veces más que los musulmanes, y casi 14 veces más que los latinos”. La comunidad transgénero ha experimentado devastadores y desproporcionados niveles de violencia. En los primeros cinco meses de este año, 10 personas transgénero fueron asesinadas, la mayoría mujeres transgénero de color. En 2015, al menos 21 mujeres transgénero fueron asesinadas.
En 2002, Gwen Araujo, de 17 años, fue estrangulada por cuatro amigos hombres después de que descubrieron que ella era transgénero. En 2008, Lawrence King, de 15, fue baleado dos veces en la cabeza por un compañero de escuela, Brandon McInerney, de 14, enfrente de su grupo. El delito de King: pedirle a McInerney ser su pareja el Día de San Valentín. En 2007, Andrew Anthos, de 72, quien era gay, fue golpeado con un tubo de plomo en Detroit mientras su atacante le gritaba insultos antigay; Anthos murió 10 días después. Y clubes gay, bares y eventos han sido durante mucho tiempo el objetivo de balaceras e incendios provocados. El fin de semana, la policía de Los Ángeles habría evitado otro ataque de un sospechoso que portaba armas y explosivos, y quien dijo que “quería causar daño” al desfile del orgullo gay a realizarse en la ciudad.
Hemos hecho del prejuicio un asunto de política pública. No debe sorprendernos entonces que el prejuicio se haya filtrado en nuestras vidas en tantas devastadoras formas. Hasta principios de este año, Mississippi fue el último estado de la nación en no permitir que las parejas del mismo sexo adoptaran niños. Michelangelo Signorile escribió el pasado mes de febrero que los legisladores de más de 20 estados habían impulsado “proyectos de ley sobre libertades religiosas que permitirían discriminar contra los homosexuales a los trabajadores del gobierno, a grupos financiados por los contribuyentes y a las empresas cuyos dueños u operadores se oponen al matrimonio entre personas del mismo sexo”.
Como gay latino nunca olvidaré que el objetivo de este carnicero fue un club gay que celebraba su Noche Latina un sábado durante el Mes del Orgullo Gay. Las primeras siete víctimas identificadas fueron hispanas, cinco de las cuales tenían 23 años de edad o menos. Pienso en mí cuando tenía 23 años. Todavía estaba en el clóset, viviendo con el temor de que iba a ser descubierto, y sin sospechar las magníficas cosas que la vida me tenía reservadas. A las víctimas les robaron. A todos nos robaron.
Este acto de odio tuvo el objetivo de infligir temor. Es todavía más doloroso en momentos en que la retórica antilatina es tan común. Pero no debemos temer. De eso se alimentan la homofobia y la transfobia y ya hemos avanzando demasiado como para que nos empujen nuevamente hacia el clóset. Para muchos de nosotros esa vida de miedo terminó hace muchos años y así debe permanecer. Debemos seguir luchando por las voces silenciadas en Orlando y por los que siguen viviendo atemorizados en el clóset.