Si hay dos temas que definen en muchos sentidos la política migratoria del actual gobierno de Estados Unidos son, por una parte, la empecinada intención de construir el muro en la frontera con México y, por otra, la separación de familias de inmigrantes.
Ambos le han servido para consolidar la fidelidad de su base, de tal modo que no es casualidad que dichos temas se hayan introducido nuevamente tanto en el discurso oficial como en la cobertura mediática, aun en medio de una de las pandemias más letales para este país, misma que se ha convertido en una incómoda piedra en el zapato para el mandatario, conforme se acorta la fecha de la elección presidencial.
En efecto, la avalancha de observaciones que se le hacen día tras día por el manejo de la crisis de salud pública, provocada por los brotes de Covid-19 en prácticamente todo el país, crece como la espuma, sin que nada pueda hacer al respecto, salvo contrarrestarla con una estrategia ya conocida por él y que le ayudó a sobreponerse a sus rivales políticos.
Así, el muro fronterizo ha sido, es y será su “caballito de batalla”, y es fácil inferir que lo utilizará hasta el hartazgo para no perder el apoyo de sus seguidores tradicionales.
El haber propuesto hace días pintar el muro fronterizo que se construye en los límites con México, proyecto que tendría un costo de $500 millones, envía un mensaje claro y directo sobre las prioridades presidenciales. En ese mismo sentido se encuentra el hecho de haber adjudicado el contrato de $1,300 millones para la construcción de más de 42 millas de la valla en Arizona a una constructora de Dakota del Norte que, según The Washington Post, ha hecho donaciones al Partido Republicano y elogiado a Trump y sus políticas.
Pero al tema del muro se ha sumado otro no menos recurrente, pero sí lo suficientemente cruel como para tipificar a la actual Casa Blanca de insensible en torno a las consecuencias de sus propias políticas migratorias: la separación de familias, que supuestamente había dejado de ocurrir ante la andanada de condenas nacionales e internacionales por el trato inhumano que se daba a los inmigrantes al cruzar la frontera llegados en caravana en busca de asilo, especialmete a los menores, ha vuelto a surgir tras una serie de denuncias de diversos afectados.
Sus testimonios, recogidos y publicados por diversos medios informativos, dan cuenta de la existencia de un cuestionario en el que se les ofrecen nuevamente dos opciones: permanecer detenidos juntos; o bien separarlos de sus hijos, con la idea de que estos pasen a manos de familiares que ya se encuentran en Estados Unidos o, definitivamente, ser adoptados por otras familias.
Y todo esto ocurre en medio de una pandemia que al mismo tiempo está sirviendo de catalizador en esta nueva correlación de fuerzas nacionales e internacionales, de la que nadie sabe a ciencia cierta cómo va a terminar, ni quién saldrá ganando geopolíticamente hablando cuando todo se “normalice” y se reacomoden los mandos de un incierto nuevo “orden mundial”.
Lo cierto es que, mientras ese momento llega, es previsible que la campaña electoral que se avecina será una de las más sucias, llenas de odio y más despreciables que se hayan visto jamás en esta parte del mundo y en la que nadie, al menos en lo que se refiere a sus actores políticos, quedará intocado.
Y en medio de todo ello, por supuesto, los inmigrantes serán el fiel de la balanza que inclinará las cosas hacia lo impredecible en noviembre. La deportación de casi 1,000 niños migrantes no acompañados que se ha detectado y reportado en estos días habla de una posición oficial que no se detendrá ni variará de enfoque, especialmente cuando se trata de seres humanos que provienen de naciones por las que el mandatario no muestra precisamente aprecio alguno.
En fin, paralelamente a la lucha contra el Covid-19, cuyo manejo también ha entrado de lleno en el juego político estadounidense, se sumarán otras aristas del tema migratorio que no se detendrán solamente en el muro y la separación de familias, sino que abarcarán el rechazo o la defensa de programas como DACA o el TPS, por mencionar dos prioritarios, de cuya permanencia dependen cientos de miles de personas que ahora mismo incluso se encuentran en el frente de batalla tratando de abatir la crisis de salud pública que nos involucra a todos.
El presidente puede no ponerse cubrebocas en sus actividades públicas para demostrar “fortaleza” ante sus fieles seguidores; pero lo que no puede hacer es tapar el sol con un dedo ante una más que complicada realidad migratoria, exacerbada ahora mismo por un virus que ha puesto en jaque cualquier estrategia política excluyente.
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