La forma que ha escogido el “trumpismo” para resurgir después de su fracaso como “modelo” político-social de Estados Unidos obliga a una nación de inmigrantes a hacerle frente de manera inmediata. Sí, detener su avance se vuelve un asunto urgente desde este preciso momento en que Trump y los suyos se quieren convertir de nuevo en una falsa guía moral del orden y de la seguridad nacional.
El sentido común, sin embargo, aconsejaría en estos casos obviar los dardos con los que ese movimiento quiere envenenar otra vez a esa parte de la población que aún confunde la intolerancia con el “mejor” modo de vivir en sociedad.
Es decir, la solución indicada sería no referirse a esos primeros síntomas de la típica retórica de Trump para evitar que se propaguen de nuevo sus ideas. Pero dada la necedad y la frecuencia con que se han manifestado diversas voces de ese ignominioso y antiinmigrante pasado reciente, es preferible identificarlas y pararlas en seco. Al menos como una advertencia necesaria para evitar que se repita el daño que el Trumpismo le hizo a este país tan multirracial como multicultural, del cual aún no se repone del todo.
Por ejemplo, si la idea de construir el muro en la frontera resultó un fracaso político y, por ende, económico durante el gobierno anterior, por qué entonces personajes como el gobernador de Texas, Greg Abbott, vuelven a la carga para impulsar la idea de hacer una valla fronteriza al menos en el sur de su estado, además de anunciar una política de arrestos de inmigrantes indocumentados, en clara confrontación con la administración central.
La respuesta es obvia: el mandatario estatal prepara el terreno político para elecciones venideras, con el fin de captar la atención de quienes aún piensan de ese modo, identificando al “otro”, al inmigrante, como el enemigo a vencer.
Pero incluso ha sido peor la propuesta de la nuera del anterior mandatario, Lara Trump, quien durante una entrevista de televisión se atrevió a decir que es mejor que la gente que vive en la frontera se prepare y tome las armas, pues “tal vez tenga que tomar el asunto en sus propias manos”.
¿A qué “asunto” se refiere Lara Trump? Evidentemente al tema del asilo y sus consecuencias en la frontera, un fenómeno internacional mucho más complejo de lo que su limitada visión del mundo supone. Para empezar, es un derecho legítimo que no se puede suprimir a punta de balazos.
Esa y otras barbaridades por el estilo se empezarán a escuchar de nuevo, conforme avancen los tiempos políticos y se vayan acomodando los discursos en los que la xenofobia y el racismo serán parte esencial de todas sus estrategias. Ello, a pesar de los diversos y fatales ataques perpetrados contra las minorías de color durante el gobierno más antiinmigrante que haya existido en la historia estadounidense, como la masacre en El Paso en 2019 que se cobró la vida de 23 personas; o la separación de familias en la frontera, cuyo mayor daño sufrieron miles de niños arrancados de los brazos de sus padres para ser confinados en centros de detención para inmigrantes durante largo tiempo.
Sin embargo, una cosa también es cierta: ese absurdo anacronismo racial y antiinmigrante ya no cabe en una sociedad que trata de superar sus prejuicios y que es testigo hoy mismo de cómo el tema migratorio se puede abordar de otro modo, de una manera más humana y justa; sobre todo en un momento en que se ha aceptado el carácter esencial de la mano de obra indocumentada y cuyo futuro depende del debate legislativo en una sociedad democrática que ha reconocido su importancia social, económica, cultural y demográfica.
Lamentablemente, así como hay bocas que se han dedicado a propagar discursos incendiarios contra los inmigrantes, también hay oídos que aún prefieren escuchar el “canto de las sirenas” para adherirse como simpatizantes, sin importar lo poco informados que se encuentren.
De tal modo que la conciencia social debe poner todo de su parte para evitar que se concrete dicho resurgimiento del trumpismo, con su carga violenta y xenófoba. Y evitar con acciones en favor de los inmigrantes que se diseminen esas ideas del expresidente entre quienes no tienen idea alguna sobre la cuestión migratoria, ni sobre por qué esos mismos antiinmigrantes se encuentran en una posición mucho más privilegiada en este mundo o por qué otros —millones de personas— sufren las consecuencias de un sistema económico internacional completamente desequilibrado. Es decir, no es un asunto de oportunidades o de méritos, sino de distribución a la que no tienen acceso precisamente esos millones de seres humanos que se han visto forzados a migrar históricamente. Tan simple como eso.
Ante la barbarie que representó el trumpismo para Estados Unidos y para el mundo, la civilidad democrática vuelve a ser el mejor antídoto. De eso, por fortuna, se encarga ya una parte de la sociedad que ha madurado y que no desea ser identificada de nuevo con la intolerancia.
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