Casi hemos convertido en una tradición utilizar el festivo de Acción de Gracias para reconocer la importante labor que día a día realizan los migrantes en este país, particularmente quienes se encargan de sembrar, pizcar y procesar los alimentos que millones de familias disfrutarán con los suyos este jueves: los trabajadores agrícolas.
En efecto, es el campo de donde nace todo y del que depende la supervivencia. Y hoy mismo es innegable el hecho de que las manos que cultivan las tierras estadounidenses son cien por ciento de migrantes que, sin faltar a su responsabilidad laboral, garantizan que en la mesa haya alimento suficiente no solamente en los días de celebración, sino todo el año y todos los años.
Estos titanes que literalmente tienen en sus manos una de las industrias centrales de nuestra vida diaria y de nuestra economía siguen esperando por el milagro político que de una vez y por todas les conceda la legalización que durante décadas les ha sido negada, pero que ya merecen con creces.
Y obviamente no están solos. Son 11 millones los indocumentados que siguen aguardando sin que se vislumbre una solución a corto, mediano o largo plazo. Pero mientras eso sucede, con su arduo esfuerzo ellos demuestran todo el tiempo que no están cruzados de brazos, que ellos sí cumplen la parte que les corresponde de ese “contrato social” con la nación que han adoptado como hogar.
Sin embargo, en este momento soplan vientos huracanados ahora que Donald Trump se perfila como el favorito para ganar la nominación presidencial republicana. Y ya dejó muy claro que si vuelve a la Casa Blanca, el panorama para los indocumentados será de terror: detenciones y deportaciones sumarias; centros de internamiento; intentos de impedir la ciudadanía por nacimiento a hijos de indocumentados, entre muchas otras barbaridades. Lo que no se dice es que esos indocumentados viven en familias de situación migratoria mixta y tienen cónyuges e hijos que son residentes y ciudadanos estadounidenses.
Es decir, la promesa que hace a los suyos el expresidente más antiinmigrante de la historia del país tiene la doble intención de socavar a un segmento de la población que sí trabaja y hace lo que le corresponde, además de trastocar el tejido social que define al Estados Unidos de este siglo, y que le seguirá afinando el rostro conforme avance la demografía.
Y tampoco los demás salimos bien librados, porque este reino de terror al que Trump aspira supone el uso de perfiles raciales de manera que residentes y ciudadanos también pueden quedar vulnerables a ser detenidos o sus derechos violentados. No solo eso. Trump, de ser el nominado y ganar la presidencia, viene con sed de venganza y aires de dictador. Y no cabe duda de que usará el poder para minar nuestros derechos y atentar contra la democracia misma.
Con ese panorama en mente, aprovechamos estos feriados de fin de año para reflexionar y reconocer la enorme resistencia que ha tenido la población indocumentada de este país; no solo ante los ataques de Trump y del Partido Republicano desde 2015, sino desde antes, durante las décadas de administraciones demócratas y republicanas que nunca les han cumplido la promesa de concederles los documentos que se han ganado a pulso con su esfuerzo y sus trabajos vitales en diversas áreas de nuestra economía.
A la resistencia de los migrantes, por cierto, se debe agregar su deseo de ofrecer como legado a las nuevas generaciones de estadounidenses y a la historia misma del país que la idiosincrasia de un pueblo no la dicta una agenda política, sino su compromiso con la realidad y sus ganas de construir, no de destruir, como lo quiere hacer el perfil de la supremacía, el racismo, la xenofobia y el odio que abundan entre las huestes del trumpismo, como hace un siglo hicieron los creadores del fascismo europeo.
Pero, por otro lado, digamos que las noticias han sido mixtas: miles han recibido el Estatus de Protección Temporal (TPS) que incluso se ha ampliado para algunas naciones, como es el caso de Venezuela, aumentando la cifra de quienes pueden beneficiarse. Asimismo, le han concedido permisos humanitarios a migrantes de ciertos países y se siguen buscando vías para promover la inmigración regular sin exponerse a rutas peligrosas y mortales, aunque cientos de miles lo siguen y seguirán intentando.
Pero los que llevan décadas aquí sin papeles todavía no ven una luz al final del proverbial túnel.
Como escribimos en 2013, este movimiento de la lucha por una reforma migratoria nos permite conocer lo mejor y lo peor de los seres humanos. Lo peor son los que como Trump se alimentan del racismo, la xenofobia y el extremismo. Lo mejor son esos otros sectores del país que reconocen el papel que han jugado los inmigrantes en la historia de esta joven nación. Y lo son los inmigrantes con su ética de trabajo, su tesón y valentía. Son historia viva aunque los antiinmigrantes como Trump, DeSantis, Abbott y los suyos quieran invisibilizarlos con discursos y con leyes extremadamente draconianas.
Así, celebramos a los inmigrantes por su perseverancia y por seguir adelante levantando con su trabajo y su esfuerzo no solo a sus familias, sino a esta nación que tiene una enorme deuda con ellos.