En otro capítulo de la novela en que se han tornado las décadas sin una verdadera reforma migratoria favorable para los inmigrantes, los republicanos de la Cámara Baja están condicionando ahora la ayuda a Ucrania a cambio de avanzar un conjunto de medidas migratorias de línea dura contenidas en un proyecto de ley aprobado en mayo, el HR 2, que no obtuvo ni un voto demócrata y cuyo norte es, entre otras cosas, dificultar que las personas soliciten y obtengan asilo, y completar el muro fronterizo iniciado por el expresidente Donald Trump.
Por su parte, tres senadores republicanos presentaron hace un par de días lo que sería el proyecto acompañante del HR 2 en el Senado y que igualmente dificulta la solicitud y obtención de asilo endureciendo los requisitos y elevando el estándar de miedo creíble. Establece, asimismo, la norma del Tercer País Seguro. Pide además que se limite el uso de los permisos humanitarios o parole (libertad condicional). Y requiere que se retome la construcción del muro fronterizo. Los senadores republicanos Lindsey Graham, de Carolina del Sur, Tom Cotton, de Arkansas, y James Lankford, de Oklahoma, afirman que la medida responde a las “políticas fallidas” del presidente Joe Biden en materia migratoria y también condicionan la ayuda a Ucrania a que avancen estas medidas
Pero el líder de la mayoría demócrata del Senado, Chuck Schumer, de Nueva York, respondió que “condicionar la ayuda a Ucrania a políticas fronterizas de extrema derecha que nunca serán aprobadas por el Congreso es un gran error de parte de nuestros colegas republicanos”.
Vanessa Cárdenas, directora ejecutiva de America’s Voice, opinó que “necesitamos una modernización total de nuestro sistema de inmigración. Ese proceso necesita llevarse a cabo mediante un orden regular e involucrar un conjunto de reformas políticas a gran escala, no solamente esfuerzos disuasorios metidos a fuerza en un debate de financiamiento a corto plazo por el Partido Republicano, que sigue demostrando ser un socio renuente e incapaz en el funcionamiento básico del gobierno y de nuestra democracia”.
Pero si la actitud politiquera republicana actual le suena familiar es porque se trata del mismo desgastado libreto de la batalla legislativa. Ese libreto, donde lo único que cambia son los protagonistas, va más o menos así: los republicanos siempre reducen el debate migratorio a la frontera como si las razones para que miles quieran ingresar a Estados Unidos se debieran a que un buen día esos migrantes no tienen nada que hacer y deciden lanzarse a una peligrosa travesía de miles de millas que incluso puede costarles la vida. Pero es más complicado y va más allá de la búsqueda de seguridad, protecciones, trabajo y un mejor futuro, o huyendo de violencia, corrupción y dictaduras.
También se debe a que, para los migrantes, en un maltrecho y anacrónico sistema migratorio, la reunificación familiar puede tomar años, incluso décadas, y en su desesperación optan por tratar de cruzar sin documentos, complicando todavía más su situación. Tampoco hay visas de trabajo suficientes para cubrir la urgente necesidad de mano de obra en muchos sectores de la economía estadounidense.
La realidad es que los republicanos no quieren solucionar el problema porque hacerlo les quita su arma política y electoral favorita: decir que la frontera está descontrolada y que los migrantes, incluyendo solicitantes de asilo, son “criminales”, “terroristas” y responsables de la crisis del fentanilo en Estados Unidos. Ha sido así por siempre. Pero con el arribo de quizá el presidente republicano más antiinmigrante en la historia reciente, Trump, las tretas, los engaños y la desinformación se recrudecieron, así como las trabas a los beneficios migratorios y al asilo.
Y en esta parte del libreto, entran los otros protagonistas de esta saga, los demócratas, que en principio condenan los excesos republicanos; pero si la situación se complica y se ven contra la pared, en oportunidades previas han cedido a presiones republicanas en detrimento de los migrantes. Y esto no solo es en relación con batallas presupuestarias. Obviaremos a Bill Clinton en los noventa. Pero, por ejemplo, en 2008 Barack Obama ganó la presidencia con la promesa de impulsar una reforma migratoria amplia. Ya en el poder y con mayorías demócratas en ambas cámaras del Congreso, sus asesores le recomendaron que dedicara todo su capital político y energía a la reforma de salud que se robó todo el oxígeno.
Luego Obama y sus asesores alegaron que para lograr el apoyo republicano y de demócratas moderados y conservadores a esa reforma migratoria había que hacer concesiones en materia de seguridad fronteriza. El resultado fue la deportación de casi 3 millones de indocumentados. Al final, ni los republicanos ni los demócratas moderados y conservadores cooperaron, y la reforma migratoria no progresó.
No fue hasta 2013 que tras su reelección con un apoyo latino mayor a 2008 tras otorgar DACA en 2012, es que Obama apoya un plan bipartidista de reforma aprobado en el Senado y enterrado en la Cámara Baja por la inacción republicana. Ha sido una ayuda a cuentagotas que si bien abrió una nueva perspectiva a miles de jóvenes Dreamers en ese momento, hoy los mantiene en la zozobra al saberse objetos de una negociación política de conveniencia, sumergidos en un limbo migratorio que no tiene fin.
Toda esta revisión histórica es para recordar que el presidente Biden era el vicepresidente de Obama y antes de eso fue senador por Delaware durante décadas y conoce el tema de arriba abajo. Hacer caso omiso de esa realidad es como tapar el sol con un dedo en un momento electoral de la mayor trascendencia, con un expresidente como Trump acechando y prometiendo redoblar sus draconianas medidas antiinmigrantes si regresa a la Casa Blanca.
Sería refrescante que ahora que la situación en la frontera se ha complicado y el arribo masivo de refugiados a ciudades a través del país genera tensiones, tanto Biden como los demócratas se apartaran del libreto de ceder a presiones republicanas y actuaran a la ofensiva, no a la defensiva. Después de todo, hagan lo que hagan, los republicanos seguirán acusándolos de tener las “fronteras abiertas”. ¿Por qué no hacer algo que beneficie no solo a los migrantes, sino a la economía? ¿Por qué no seguir ampliando y abriendo mecanismos para regularizar a los que están aquí y a los que quieren venir a trabajar?
Pronto sabremos si el círculo vicioso del tema migratorio sigue sin romperse.
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