Pese a los catastróficos pronósticos contra los demócratas en las elecciones intermedias, todo parece indicar que no les ha ido tan mal como se anticipaba. La “ola roja” que esperaban los republicanos parece no haberse concretado. El control del Senado, hoy de mayoría demócrata, no se dilucida aún, y todo apunta a que los republicanos controlarían la Cámara Baja, pero no por las decenas de escaños que esperaban.
Es decir, fue una buena jornada para la democracia estadounidense, que se consolidó en una sola noche frente a los agoreros de la desinformación y el retroceso, así como de los falsos promotores de dicha “ola roja” que en realidad se convirtió en “charquito desteñido”. No hay que subestimar, sin embargo, el daño que puedan hacer los republicanos a nivel legislativo si controlan una o ambas cámaras del Congreso.
Podría decirse que un país dividido tuvo una elección con resultados divididos con razones para celebrar para ambos partidos. Y también quedó plasmado que el trumpismo tiene sus vulnerabilidades, como en el caso de Pennsylvania, donde el candidato apoyado por Donald J. Trump, Mehmet Oz, perdió ante el demócrata John Fetterman, cuya esposa es una inmigrante brasileña que fue indocumentada durante 10 años. Hay otros ejemplos similares.
Es decir, también fue una mala noche para Trump y los suyos, que diseminaron con su retórica un contexto de violencia electoral que tampoco les dio resultado porque la civilidad y el derecho al voto se hicieron presentes, superando incluso las expectativas y mostrando el camino a seguir en las próximas justas electorales. El trumpismo, en sí mismo, ya no tiene razón de ser, no cabe en esta democracia. Trump, de hecho, es un pésimo inversionista político.
Por otro lado, la contienda por el Senado en Nevada, entre la titular demócrata Catherine Cortez Masto y el trumpista republicano Adam Laxalt, no se había definido, al igual que la del senador demócrata de Arizona, Mark Kelly, y el trumpista Blake Masters.
En Texas, el gobernador antiinmigrante republicano, Greg Abbott, revalidó en su puesto. En el Sur de Texas, en el Valle del Río Grande, otrora bastión demócrata, hubo resultados mixtos. De las tres candidatas republicanas apoyadas por Trump solamente una, Mónica de la Cruz, ganó su escaño en el distrito 15 derrotando a la demócrata Michelle Vallejo. Esta es quizá una de las contiendas que demuestra la falta de inversión demócrata a nivel nacional cuando determinan que se trata de carreras difíciles de ganar, cediendo así terreno a los republicanos. Al menos en el caso de Mayra Flores (TX-34) y Cassy García (TX-28) la realidad electoral les dio una lección que no olvidarán al perder en sus distritos de manera contundente.
En el Sur de Texas, el Valle del Río Grande, de hecho, los demócratas no invirtieron ni los recursos ni el tiempo, pensando —como siempre— que los votantes latinos no los abandonarían, aunque desde 2020 se reflejó la erosión del apoyo latino a los demócratas. De hecho, Biden ganó en 2020 con márgenes inferiores a los de Hillary Clinton en 2016 en los condados de Hidalgo y Starr.
Y Florida es una historia en sí misma. Ahí sí hubo una “ola roja” con los triunfos republicanos: Ron DeSantis en la gobernación, Marco Rubio al Senado y la congresista María Elvira Salazar en el distrito 10, todos con amplio apoyo del voto latino del estado. De hecho, los medios en español destacaron cómo el condado de Miami-Dade, con una población 70% hispana, eligió a un republicano, DeSantis, como gobernador, por primera vez en 20 años. Jeb Bush ganó ese condado en 2002.
Esto prueba cuán oscilante puede ser el voto latino, aunque en el caso de Florida ya se dice que ha dejado de ser un estado púrpura, que puede inclinarse por cualquiera de los dos partidos, para ser uno rojo.
De manera que estas elecciones todavía sin dilucidar ofrecen enseñanzas para los dos partidos, mismos que deben apurar a sus respectivos estrategas a fin de aprender a interpretar mejor a este segmento del electorado estadounidense y evitar la mezcla de los estereotipos culturales con las realidades políticas de un determinado momento electoral.
Por ejemplo, aunque no hubo una “ola roja”, los demócratas habrían tenido un mejor papel si hubiesen hecho las inversiones debidas entre los sectores adecuados, cuyo respaldo puede inclinar la balanza electoral. Los latinos, en efecto, no se inclinaron abrumadoramente por los republicanos como se anticipaba. Pero la erosión del voto latino entre los demócratas en otrora seguros bastiones de ese partido, como el caso del Sur de Texas y el condado Miami Dade, también es algo muy real.
Pero elección tras elección, a los demócratas se les advierte lo mismo, que el voto latino no es monolítico, que es oscilante y que puede ser incluso de extrema derecha, de centro o de extrema izquierda. Y son persuadibles. Si el partido y los candidatos que apoyan no atienden sus prioridades, los latinos escuchan lo que dicen otro partido y otros candidatos, así sean extremistas como Donald Trump. Los demócratas deben entender de una vez por todas que hay que cortejar ese voto de manera constante y no días u horas antes de las elecciones.
Y a pesar de todo, los latinos siguen favoreciendo a los demócratas sobre los republicanos. Prueba de ello es que, por ejemplo, la frontera sur no se volvió “roja” y que los negacionistas electorales fracasaron nuevamente.
La lección para los republicanos es que su discurso extremista y antiinmigrante tiene sus limitaciones. Quizá los ayuda con la base MAGA, pero para el resto del país, el extremismo y la división son señales de precaución.
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