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En inmigración, los extremos no son buenos consejeros

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Al aproximarse el fin de un año complicado y tumultuoso en muchos aspectos, los inmigrantes y sus defensores se reagrupan para enfrentar un 2025 con mayores retos porque las promesas de deportaciones masivas de Donald Trump podrían concretarse.

En días atrás escribí que en una época festiva donde muchos planifican celebraciones, viajes, encuentros, hay un amplio sector de la población, los indocumentados y sus familiares ciudadanos, que afinan planes para enfrentar una posible deportación preparando poderes legales, buscando otros mecanismos que eviten ser separados de sus familias, y algunos podrían optar por autodeportarse con todo y sus hijos ciudadanos para evitarles el trauma de la detención y separación familiar.

La prensa recoge historias de beneficiarios de DACA o del TPS preparándose para lo peor exponiendo un descompuesto sistema migratorio donde personas sin historial delictivo, que trabajan y pagan impuestos, que tienen hijos ciudadanos, que son activos en sus comunidades no pueden legalizar su situación migratoria de forma permanente.

Algunas de estas historias mencionan las tensiones entre familiares pues hay quienes votaron por Trump pensando que sus amenazas de deportación se centrarían en “criminales” y no afectarían a sus parientes indocumentados. La realidad es otra.

Irónicamente, este 18 de diciembre, se conmemora el Día Internacional del Migrante, que este año cobra un sentido especial porque lejos de celebrar sus aportaciones, en Estados Unidos esos inmigrantes están bajo ataque y a merced de las acciones de Trump una vez asuma el cargo el 20 de enero de 2025.

Hay marchas, huelgas de hambre, y peticiones de grupos pro inmigrantes y de legisladores demócratas para que el presidente Joe Biden renueve el TPS de ciertos beneficiarios antes de que Trump asuma el cargo.

Queda por ver qué acciones tomará Trump contra los protegidos de la deportación mediante DACA o TPS pues se opone a ambos programas. Se anticipan batallas en tribunales en varios frentes. Trump también quiere revocar la ciudadanía estadounidense de los hijos de padres indocumentados.

Mientras este drama humano y legal se desarrolla, a nivel político los republicanos celebran sus cerradas mayorías en ambas cámaras del Congreso y aplauden las deportaciones masivas. Los demócratas siguen buscando culpables por la derrota electoral de 2024 sin mirar la viga en su propio ojo.

Lo cual me lleva a una reflexión de fin de año. Este estancamiento  migratorio lleva décadas desarrollándose. Es una bola de nieve que sigue agrandándose cuesta abajo por la incapacidad de los políticos de buscar consenso para arribar a soluciones.

Es cierto que son los republicanos los principales responsables del tranque obstruyendo la reforma migratoria a cada paso porque creen que legalizar indocumentados, cuya mano de obra es vital para nuestra economía, es “premiarlos”, o movidos por el prejuicio o el deseo de apoyar a muchos de sus benefactores de campaña como los que operan cárceles y centros de detención.

El caso de los demócratas es más complicado porque dicen defender a esos inmigrantes pero han desaprovechado infinidad de oportunidades para impulsar esa reforma cuando han controlado la Casa Blanca y el Congreso. Actuar siempre a la defensiva, sobre todo en temas fronterizos, tampoco ayuda.

La realidad es que en la elección 2024 los votantes compraron la versión de Trump de las fronteras “abiertas” movidos, en algunos casos, por sus propios prejuicios, pero también por sus temores de lo que supondría para sus bolsillos y sus trabajos el flujo de migrantes buscando asilo que arribaron a ciudades a través del país.

Y a pesar de todo, esos mismos votantes apoyan una reforma migratoria que legalice a los indocumentados establecidos en este país y que al mismo tiempo traiga orden a la frontera. Una cosa no debe cancelar la otra.

El bombardeo de imágenes y mensajes de caos y descontrol migratorio y fronterizo llevó a Trump a la victoria aunque las cifras no sustenten esa noción. Pero ya ganó y ahora comienzan las batallas legales para frenar sus propuestas extremas.

Todavía se pueden sentar las bases para educar a los votantes sobre cómo una reforma migratoria nos beneficia a todos: legaliza la mano de obra esencial en nuestra economía, trabajadores que con sus impuestos financian programas que nos benefician a todos, y nos permite saber quiénes representan una amenaza para nuestra seguridad y la de nuestras comunidades. Lo llamo un retorno a lo básico.

Lo mejor que hizo Dios es un día tras otro. También hay una elección tras otra. Se avecinan retos fuertes para los inmigrantes y sus defensores. Pero en la crisis existe la posibilidad de que todas las partes se autoevalúen y descarten estrategias erradas en pos de soluciones que tengan el apoyo de la mayoría en el país. El consenso y no los extremos debe ser nuestro norte.