La campaña del aspirante presidencial republicano, Donald Trump, busca cómo atacar a la candidata demócrata, Kamala Harris, y recurre a su conocida estrategia electoral: explotar el racismo y el prejuicio esperando que enardecer a su base sea suficiente para ganar el 5 de noviembre, aunque aleje a otros sectores de votantes.
El ataque más reciente es contra los inmigrantes haitianos diseminando falsedades de que se comen las mascotas de los residentes de Springfield, Ohio. No es verdad, pero Trump, su candidato a vicepresidente, J.D. Vance, y otras figuras republicanas siguen propagando la mentira. La comunidad inmigrante haitiana de Springfield teme por su seguridad, han habido incluso amenazas de bomba, y grupos extremistas como los Proud Boys se personaron en la ciudad.
Porque la intención es infundir rechazo no solo hacia los inmigrantes, sino específicamente hacia inmigrantes afrodescendientes y de color. Esto le permite a su vez atacar a Harris por ser afroamericana y de ascendencia india. Y es que los prejuiciosos no van a distinguir entre un haitiano y un afroamericano. Para ellos se trata únicamente de evitar que, por segunda vez en la historia, una persona de color gane la presidencia de Estados Unidos.
Los ocho años de la presidencia del primer mandatario afroamericano en la historia de Estados Unidos, Barack Obama, dieron paso a la presidencia de Trump porque un sector electoral nunca superó ese desarrollo histórico. Aunque se argumenta que la ansiedad económica fue la causa principal para que muchos votantes blancos que apoyaron a Obama en 2012 votaran por Trump en 2016, el prejuicio y la xenofobia también han tenido un papel central. Durante la presidencia de Obama se recrudeció la polarización racial y la proliferación de grupos supremacistas blancos.
Estos grupos alcanzaron cifras récord bajo la presidencia de Trump quien emergió como una especie de “enviado” para dar voz a la xenofobia, el prejuicio y el racismo que ya no estarían limitados a grupos marginales sino que harían su entrada triunfal a la campaña política de 2016 y posteriormente, con el triunfo de Trump, se asentaron en la propia presidencia de Estados Unidos.
Por eso Trump arrancó su campaña presidencial en 2015 atacando a los inmigrantes mexicanos tildándolos de criminales y violadores. Su desdén por los inmigrantes latinoamericanos y de color lo llevó a implementar despreciables políticas públicas como la de separar a bebés y niños de sus padres en la frontera. Una de sus primeras acciones en 2017 fue el veto musulmán impidiendo el ingreso a Estados Unidos de inmigrantes de seis países musulmanes. Trató de eliminar DACA. Previamente se refirió a Haití, a naciones africanas y a El Salvador como “países de mierda”; y ya había dicho que muchos haitianos “tienen SIDA” y lo traen a Estados Unidos.
La danza de Trump con el racismo no es nueva. A fines de los años 80 compró un anuncio de una página completa en The New York Times y otros diarios pidiendo la pena de muerte para 5 adolescentes afroamericanos e hispanos acusados de golpear y violar a un mujer anglosajona en el Parque Central de Nueva York. Pero pruebas de ADN y la confesión del responsable los exoneraron de toda culpa.
Décadas más tarde fue uno de los principales promotores de la farsa de que Obama no era ciudadano estadounidense sino que había nacido en Kenia, África. Cuando nombraba a Obama enfatizaba su segundo nombre, Hussein.
Cuando busca la nominación en 2016 y es alabado por el Gran Mago del Ku Klux Klan, el supremacista blanco David Duke, Trump patina al reaccionar aunque luego dijo que “repudiaba” el apoyo de Duke a quien en el 2000, el propio Trump llamó “prejuicioso, racista, un problema”. La ironía es que están cortados por la misma tijera.
Se codea con antisemitas, y llamó a los manifestantes neonazis de Charlottesville, “gente buena”.
Es decir, el racismo se instaló al centro de la campaña presidencial republicana ya sin tapujos ni mensajes codificados como antes.
La comunidad haitiana es una de las más rechazadas en este Hemisferio. Sean pobres con escasa educación o profesionales, se les discrimina por su color. Pero cuando el ataque proviene de un expresidente de Estados Unidos que quiere volver a serlo, se abre la puerta a la violencia en un periodo electoral ya bastante volátil.
La retórica incendiaria del propio Trump ha provocado atentados contra su persona.
Pero Trump y sus huestes creen que son ellos los atacados por la “extrema izquierda” y siguen alimentando al monstruo del racismo con retórica deshumanizante con la esperanza de que su retorcida visión prevalezca en las urnas.