A simple vista no parece existir relación alguna entre la ley antiinmigrante SB 1718, que entra en vigor en Florida el 1o de julio, y el décimo aniversario de la aprobación en el Senado del proyecto S. 744, el último intento de impulsar una reforma migratoria que luego pereció en la Cámara de Representantes de mayoría republicana por negarse a considerarlo. Ese plan se aprobó el 27 de junio de 2013 con un voto bipartidista de 68-32.
Pero sí hay una relación, pues ante la ausencia de una reforma migratoria uniforme a nivel federal, los estados, particularmente los gobernados por republicanos más interesados en politiquear que en presentar soluciones sensatas a los problemas migratorios, optan por impulsar propuestas como la promulgada en Florida por el gobernador Ron DeSantis. El republicano aspira a la nominación presidencial prometiendo que, de ser el nominado y resultar electo, llevará a nivel nacional lo que ha hecho en Florida.
Ese intento de reforma migratoria de hace 10 años, como muchos otros, para evitar que Estados Unidos diera la espalda a su propia esencia inmigrante habría sido la plataforma perfecta para convertir a esta nación en una potencia más allá de lo humanitario y sensato en términos sociales y económicos; pero el ala más recalcitrante entre los antiinmigrantes y xenófobos canceló toda posibilidad y, en ese sentido, dio paso a la creación de posturas incluso más radicales que a lo largo de todos estos años han dado como resultado la formación de cuadros políticos que enfocan en los sectores más vulnerables la vileza de sus propuestas impregnadas de racismo.
En efecto, la SB 1718, aun sin ser implementada, ya ha generado una crisis humanitaria entre los indocumentados de Florida quienes, ante el temor, han empezado a abandonar casas, trabajos y pertenencias para mudarse a otro estado. Eso a su vez repercute en la economía cuando esos indocumentados deciden dejar sus trabajos en diversas industrias clave del estado, como la agricultura, la construcción, así como el sector turístico y hospitalario.
Ese tiro que se ha dado en el pie el gobernador y quienes lo apoyan en Florida y en otras partes del país ha obligado a empresarios locales y estatales a sonar las señales de alarma, pues sus negocios se han visto directamente afectados por la ausencia de mano de obra que tenían contratada. Esto, a su vez, ha puesto al descubierto que la fuerza laboral indocumentada en ese estado, como en el resto de la nación, es un factor clave del desarrollo económico-financiero, y quienes los contratan lo saben. Esa hipocresía les está costando caro, ahora que los migrantes han decidido abandonar un estado que no los quiere ahí.
La situación se complica más cuando figuras como DeSantis deciden emplear y normalizar la retórica de supremacistas blancos en el discurso migratorio; esto es, referencias a las “fronteras abiertas” y a que “hay que detener la invasión” de indocumentados. Utilizar estas frases ya ha tenido el efecto de influir en desequilibrados que deciden tomar acción para detener la supuesta “invasión”, y las consecuencias han sido mortales.
En 2019 en El Paso, Texas, el racista blanco Patrick Crusius disparó en una tienda Walmart con una clientela mayormente hispana con un rifle AK-47 matando a 20 personas e hiriendo a otras 26. El lugar elegido por este joven de 21 años no fue casualidad porque, según él mismo escribió en un manifiesto, “este ataque es en respuesta a la invasión hispana en Texas”. Durante los años recientes han abundando ejemplos similares del odio racial motivado por teorías conspirativas de nacionalistas blancos normalizadas por figuras republicanas como el expresidente Donald Trump y por quienes aspiran a su trono como el más antiinmigrante, como es el caso de DeSantis.
En 2013 cubrimos el debate y posterior aprobación del S. 744 en el Senado federal. La medida no vio la luz del día en la Cámara Baja de mayoría republicana presidida entonces por el congresista de Ohio, John Boehner, ahora retirado. No consideró ese proyecto ni tampoco presentó una alternativa porque desde entonces ya el Partido Republicano disfrutaba el juego político de acusar a los demócratas de no controlar la frontera, al tiempo que bloqueaba medidas que atendían este y otros asuntos del sistema migratorio, incluyendo la adjudicación de asilo y legalizar a los millones de indocumentados entre nosotros.
Así, lo que no se sabía en 2013 es que dos años más tarde Trump buscaría en 2015 y ganaría en 2016 la nominación presidencial republicana y luego la presidencia con un mensaje xenófobo, racista y antiinmigrante, llevando al Partido Republicano a una espiral de la que parece no tener salida y donde emplear retórica de supremacistas blancos es su estrategia electoral.
Su pupilo DeSantis ahora copia el mismo libreto de Trump y el lunes lo hizo suyo presentando su plataforma migratoria en Eagle Pass, Texas. Y aunque ahora se odien, pues compiten por lo mismo, están cortados por la misma tijera antiinmigrante. Dios los cría y ellos se juntan.
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