Por Maribel Hastings, asesora ejecutiva de America’s voice
En la era de las redes sociales, la inmediatez es dueña y señora. Acciones, declaraciones, reacciones, aciertos y metidas de pata están al alcance de un botón y de un celular; esa adicción a la inmediatez provoca una enfermiza impaciencia que en la política pública puede ser perjudicial.
Pongamos por caso la ley de seguro médico asequible, mejor conocida como Obamacare.
Es cierto que la administración de Barack Obama está bajo fuego por el penoso debut de la fase de implementación de la ley; que están ocurriendo cosas que debieron preverse para no poner en bandeja de plata argumentos a los republicanos que han jurado revocar esta ley.
Es cierto incluso que el principal legado de esta administración, su sello, el Obamacare, se ha llevado por delante otros asuntos de la agenda doméstica y amenaza con seguir bloqueando otros, como la reforma de inmigración. Pero el objetivo final del Obamacare es valioso. Si no, que lo digan quienes no pueden asegurarse por condiciones médicas preexistentes y otros tantos grupos demográficos que en algún momento se beneficiarían de la ley.
Si tan sólo le dieran tiempo para arrancar.
Pero en la era de la inmediatez está prohibido esperar por resultados. Si lo mismo se hubiese exigido de programas como el Seguro Social en los años 30 del pasado siglo, y el Medicare, en los años 60, seguramente no existirían. Estos programas también fueron tildados de “socialistas” y de poner en peligro la fibra de la nación, pero aquí están vivitos y coleando.
Lo curioso es que los políticos que exigen resultados inmediatos en el Obamacare son los reyes de la desidia en otros asuntos, como la reforma migratoria. Son los que se han quedado sin excusas para impedir que esa reforma se debata y se vote en el pleno de la Cámara Baja.
Repitiendo el libreto de la batalla presupuestaria que provocó el cierre gubernamental, la mano derecha de la mayoría republicana en la Cámara Baja no sabe qué hace la izquierda. Hablan por hablar. Se oponen por oponerse pero no hay una estrategia clara, excepto la vieja amiga: la obstrucción.
Sus declaraciones públicas, sacadas a la fuerza, son confusas y contradictorias.
El presidente cameral, John Boehner, prometió, tras las desastrosas elecciones del 2012 para su candidato Mitt Romney, que la reforma sería tema prioritario en 2013. Ahora dice que la Cámara Baja no negociará con el Senado con base en el plan que aprobó la Cámara Alta el pasado 27 de junio.
Pero tampoco presenta su propia legislación, ni siquiera las medidas individuales que avanzaron a nivel de comité, aunque ninguna ofrece una solución al limbo de los 11 millones de indocumentados.
El segundo en línea de mando, Eric Cantor, republicano de Virginia, dice que los republicanos están esperando por los demócratas. Los demócratas presentaron un proyecto que aseguran tiene el apoyo de la mayoría de su caucus. Un puñado de republicanos se ha sumado a la medida y circula una carta recabando firmas pidiéndole a Boehner que permita un debate en la Cámara Baja. Y el tiempo pasa y nos vamos poniendo viejos.
Para quienes llevamos décadas siguiendo este debate, es déjà vu. Es 2013 pero la oposición sigue presentando los mismos viejos y cansados argumentos: no hay tiempo, es complicado, no se ha leído el proyecto de ley (si se presentara), no hubo consenso (cuando no se presenta); es amnistía, supondrá la destrucción del país. Lo curioso es que el statu quo es peor porque no saben quién está aquí, la economía deja de recibir impuestos de una mano de obra legalizada, y la nación que promueve los valores familiares sigue separando familias.
Los demócratas, por su parte, también tienen lo suyo. Casi me ahogo con el café cuando leí sobre el ex jefe de despacho de Obama y actual alcalde de Chicago, Rahm Emanuel, hablando de la urgencia de aprobar este año una reforma migratoria que él mismo frenó en la Cámara Baja y en los primeros dos años de la administración Obama, cuando tenían la mayoría de ambas cámaras y cuando quizá habría sido más sencillo impulsar la reforma migratoria que el Obamacare, que tomó casi dos años aprobar.
Obama cumplió una promesa, el Obamacare, y está viendo su suerte en la implementación. La otra promesa, la de la reforma, sigue pendiente.
En lo que el hacha va y viene, ICE no descansa. Cada semana se sabe de un padre, madre, hijo, esposo o hermano que enfrenta la deportación. No se trata de criminales sino de trabajadores. Pero en este caso para los detractores de la reforma la única inmediatez que cuenta es la de las deportaciones. Para la solución real no hay prisa. Después de todo, los políticos pueden darse el lujo de esperar cuando creen que les conviene.
Sólo resta redoblar la presión y seguir la marcha. Y aunque el agrio debate por el Obamacare vuelve a incidir sobre la reforma migratoria como ocurrió hace dos años, ambas cosas son necesarias. Millones de hispanos se beneficiarán del Obamacare y millones lo harán de una reforma migratoria.
Las dos reformas siguen entrelazadas.