WASHINGTON, DC – El recetario de excusas republicanas para la inacción en materia migratoria se queda sin ideas. La más reciente, dada en el contexto del Obamacare, es que el presidente Barack Obama no es de fiar porque es “incapaz” de aplicar las leyes debidamente y que por eso no vale la pena aprobar una nueva ley de inmigración.
Los republicanos siguen montados en el caballito de la Ley de Seguro Médico Asequible (Obamacare), aparentemente hasta desbocarlo, porque así continúan atizando a su base, la misma base que no es suficiente para ganar la Casa Blanca en 2016.
Claro está, si de aplicar las leyes migratorias se trata, los casi 2 millones de deportados por esta administración a razón de 1,100 por día, incluyendo padres, madres, hijos, hermanos o cónyuges que no suponen una amenaza para la seguridad nacional, hablan por sí solos. En este rubro el gobierno ha aplicado la ley celosamente y de manera cuestionable pasando por alto la presunta discreción procesal, que se supone haga que se concentren en verdaderos criminales y no en quienes podrían legalizarse con base en la reforma migratoria que irónicamente la propia administración apoya.
Así, una vez más, la comunidad inmigrante y los familiares y amigos, ciudadanos y residentes que la apoyan, aguardan entre la espada y la pared: entre un Partido Republicano negado a ofrecer una solución legislativa argumentando falacias y ridiculeces; y una administración demócrata deportando inmigrantes en cifras récord.
En el caso de los republicanos, con su más reciente excusa sobre la desconfianza de que Obama implemente las leyes debidamente, el presidente de la Cámara Baja, John Boehner, plasma las profundas divisiones del caucus republicano sobre cómo y cuándo manejar el tema migratorio, que hasta ahora parece ser de ninguna manera y nunca; demuestra que el ala antiinmigrante sigue rigiendo el discurso migratorio de ese partido y tiene más peso que una mayoría bipartidista integrada mayormente por demócratas y algunos republicanos que sí desean que este tema salga de la mesa, particularmente antes de las elecciones del 2016. Refleja que obviamente no existen los votos de una mayoría de la mayoría republicana.
Asimismo, las amenazas de que los puestos de liderazgo republicano estarían en juego si insisten en impulsar una reforma migratoria, así sea por partes, parecen estar jugando un papel en el “reversazo” del liderazgo que hace dos semanas presentó sus principios de reforma migratoria.
Sus argumentos parecen ser que el Obamacare será su carta ganadora en estas elecciones de medio tiempo y no hay incentivos para perturbar, con una pelea interna por la inmigración, a esa base conservadora que esperan movilizar a las urnas el 4 de noviembre con miras a mantener el control de la Cámara Baja y para tratar de arrebatarle el Senado a los demócratas.
No ven más allá, al 2016, cuando enfrenten otra elección presidencial sin haber superado su fama de antiinmigrantes y sin haberse redimido ante los votantes latinos que necesitan para ganar la Casa Blanca. En elecciones generales, como probó Mitt Romney en 2012, el voto de la base no es suficiente y el estigma de haber bloqueado la reforma migratoria seguirá evitando que sean una alternativa viable entre los votantes latinos que numéricamente requieren para ganar. Con una base de anglosajones ultraconservadores que ven con recelo a las minorías, no se gana la Casa Blanca.
Sin una reforma migratoria este año por la vía legislativa, lo natural es que la presión de los grupos pro inmigrantes gire hacia la administración Obama pidiéndole que use su poder ejecutivo para amparar de la deportación a un grupo más nutrido de indocumentados, como hizo con los DREAMers en 2012, año de elecciones generales.
El mismo poder ejecutivo del cual, según los republicanos, Obama abusa y que le ha costado la confianza del público estadounidense.
Los republicanos se niegan a ofrecer la solución migratoria legislativa permanente que se necesita y, al mismo tiempo, atacarían cualquier viso de acción ejecutiva para amparar a ciertos grupos de la deportación, como ejemplo de que el presidente va por encima del Congreso y no es de fiar.
Palo si bogas, palo si no bogas.
“Va a haber mucha presión (sobre Obama), pero ¿por qué al presidente, si la culpa recae en los que no quieren reformar las leyes que causan que el presidente tenga que deportar?”, es decir, sobre los republicanos, cuestionó el congresista demócrata de California, Xavier Becerra, en el programa “Al Punto”, de Univisión.
Los inmigrantes no son los únicos entre la espada y la pared. Los republicanos están entre su intransigencia y la irrelevancia política; Obama está entre las deportaciones, su promesa incumplida y su legado en juego.
Ahora el senador demócrata de Nueva York, Charles Schumer, uno de los arquitectos del proyecto de reforma que aprobó el Senado el 27 de junio de 2013, propone un “happy medium”: que se apruebe la reforma y no se implemente hasta el 2017 cuando Obama esté fuera de la Casa Blanca. ¿Será?
En medio de este pulseo político y electorero, el “daño colateral” siguen siendo los inmigrantes y sus familias que una vez más ven sus vidas y destinos usarse como peones de un cruel juego de ajedrez.
Maribel Hastings es asesora ejecutiva de America’s Voice