Aún faltan dos años para las elecciones generales de 2016 pero parece que ya están aquí con los truenos de que, mirando al pasado, podría haber un Clinton o un Bush en la pelea por las nominaciones presidenciales demócrata y republicana. ¿Quién dijo que las dinastías políticas están extintas?
Pero me desvío, aunque en la carrera por la Casa Blanca en 2016 la inmigración promete, otra vez, ser tema central.
Sucede que las elecciones de medio tiempo este año lucen sin novedad y la atención está puesta en 2016. El 2014 parece prometedor para los republicanos que esperan mantener el control de la Cámara Baja y probablemente se alcen con el Senado.
Aunque 2014 pinta bien, la pura matemática predice que 2016 no parece prometedor si los republicanos continúan desechando sus oportunidades de atraer el voto latino que requieren para ganar la Casa Blanca.
El debate migratorio me hace sentir que estoy viendo un episodio de la Dimensión desconocida (Twilight Zone), donde situaciones irreales se juntan para ofrecer un desenlace sorpresivo que en este caso todavía no llega. O más bien no será nada sorpresivo en 2016 si los cálculos no fallan.
Todavía no me recupero de la enorme oportunidad desperdiciada por los republicanos en 2013 para compartir el crédito por un proyecto de reforma migratoria bipartidista que ya sería ley.
El 27 de junio de 2013 el Senado aprobó un plan imperfecto, pero prometedor, seis meses después de que los desastrosos resultados de la elección de 2012 llevaron al Partido Republicano a hacerse una “autopsia”. El reporte no sorprendió a nadie: su dependencia en la base anglosajona ultraconservadora y antiinmigrante ha matado sus posibilidades de ganar elecciones presidenciales y necesitan del voto de otros sectores. Impulsar una reforma migratoria les ayudaría a competir por el voto latino.
Los grupos pro reforma, a pesar de pasadas diferencias y del descontento de algunos por el plan senatorial, se unieron para que el proceso avanzara. Una amplia coalición de inusuales aliados de los sectores empresarial, religioso, sindical y otros también mostró un frente común. Sondeo tras sondeo hablaron de los beneficios económicos, políticos, sociales y humanitarios de la reforma migratoria. Sondeo tras sondeo también demostraron el apoyo a esa reforma entre votantes de diversa ideología y afiliación. Incluso los demócratas y la Casa Blanca accedieron a maximizar las medidas de seguridad fronteriza y a que la Cámara Baja considerara la reforma por partes y no de forma integral.
¿Qué hacen los republicanos? Anunciar unos lastimosos principios y ofrecer lamentables excusas para la inacción, entre otras, que el presidente Barack Obama no aplica las leyes debidamente y es mejor no aprobar más medidas que se conviertan en ley. Es decir, no hacer su trabajo que es legislar.
Los demócratas, en montajes de año electoral, pretenden forzar votaciones mediante peticiones de relevo o descarga que requieren 218 votos para llevar un proyecto de ley directamente al pleno de la Cámara Baja. Circulan una para la medida de alza al salario mínimo y dicen que presentarán otra para un plan de reforma migratoria. La última vez que una petición así tuvo éxito fue en 2002, cuando el republicano Newt Gingrich era presidente de la Cámara Baja y la manzana de la discordia era el proyecto de financiamiento de campañas electorales. En esa oportunidad un congresista republicano se encargó de buscar apoyo a la petición que finalmente se aprobó. En esta oportunidad, en un ambiente más polarizado, no hay visos de que el puñado de republicanos que apoya la reforma migratoria que propone el plan demócrata HR 15 quiera enfrentar a su liderazgo en año electoral.
Las razones son las de siempre. Los republicanos no planifican a largo plazo. Saben lo que tienen que hacer para atraer el voto latino, pero a la hora de la hora repiten errores pasados. Se rigen por los designios de la base ultraconservadora anglosajona a la Tea Party, que no es suficiente para ganar la Casa Blanca. Saben cuál es la salida, pero optan por la irrelevancia política en la esfera nacional. Es como si no pudieran rescatarse de sí mismos.
John Feehery, estratega republicano y quien fue portavoz del ex presidente cameral Dennis Hastert lo resume así: “Es difícil predecir el futuro con gran exactitud, pero les digo lo siguiente: si no aprobamos la reforma migratoria este año, no volveremos a ganar la Casa Blanca ni en 2016, 2020 ó 2024”.
Es que los cambios demográficos, como el tiempo, no perdonan.
Como bien dice Feehery, es difícil predecir el futuro y quién sabe si los republicanos ven la luz entre hoy y el 2016 o si ese año nos trae una repetición de 2012: republicanos peleando por la nominación presidencial inclinándose tanto a la derecha hasta virar el barco; y el presidente Obama enfrentando la presión de grupos pro reforma para que use su teléfono y su pluma y gire la orden que dice que no puede girar, a fin de amparar de la deportación a millones de indocumentados como hizo en 2012 con los DREAMers, no con su reelección en mente, pero sí con su legado en mente.
Si a eso le sumamos otro Clinton y otro Bush en la carrera presidencial, no cabe duda de que presenciaremos otro episodio de la Dimensión desconocida.
Maribel Hastings es asesora ejecutiva de America’s Voice