Parece que el hecho de que el Consejo Nacional de la Raza (NCLR) lo declarara “deportador en jefe” no le gustó ni gota al presidente Barack Obama. Sin embargo, debería entender que los verdaderos amigos son los que nos dicen nuestras verdades aunque duelan.
Quienes sólo dan la razón, a todo dicen que sí, pero nunca cuestionan lo que hacemos, no tienen nuestros mejores intereses en mente. De vez en cuando una sacudida no viene mal para no dormirse en los laureles.
Y con el tema que nos ocupa —la reforma migratoria—, no hay muchos laureles sobre los cuales recostarse.
Está clarísimo que quienes están obstaculizando la reforma migratoria a nivel legislativo son los republicanos de la Cámara de Representantes, que han preferido seguir a merced de los amotinados del Partido del Té, desechando las advertencias de que oponerse a la reforma migratoria y alienar el voto latino les impedirá ganar elecciones presidenciales en los años por venir.
Como eso parece no importarles, la solución legislativa permanente que se requiere parece complicada por ahora, ante la negativa de quienes controlan la agenda en la Cámara Baja, comenzando con el presidente cameral, John Boehner, republicano de Ohio.
Sin esa solución legislativa permanente, millones de familias a través del país viven con la constante incertidumbre de ser separadas, y eso no sólo afecta a los indocumentados, sino a ciudadanos y residentes permanentes que viven en familias de situación migratoria mixta. Esto incluye a casi cinco millones de niños ciudadanos con padre o madre indocumentados.
De hecho, ya demasiados han sido deportados.
Todos entienden que las leyes migratorias hay que aplicarlas, pero cuestionan por qué siguen deportando a inmigrantes sin historial criminal que podrían beneficiarse de la reforma migratoria que no llega. No todos los 1,100 deportados a diario son delincuentes.
Muchos de los ciudadanos afectados por las deportaciones votaron por Obama en 2008 cuando prometió la reforma migratoria, y en 2012 cuando, a pesar de no haberla concretado, confiaron en su liderazgo para conseguirla en su segundo y último mandato.
Y todavía esperan algo porque, como otros tantos, se cuestionan que Obama vaya a concluir su presidencia con un récord de deportaciones y sin reforma migratoria.
El pasado 14 de febrero, al hablar durante el retiro de los demócratas en Maryland, Obama dijo que seguir evadiendo y postergando la reforma migratoria por otros dos o tres años “lastima a la gente”.
“Lastima nuestra economía, lastima a las familias. Tenemos que recordarnos a nosotros mismos que tras las estadísticas hay personas”, afirmó Obama.
Y ese es el gran detalle, Señor presidente. Que hay personas, familias y comunidades tras las estadísticas de deportación que ya rondan los dos millones. Es una crisis. Hay comunidades enteras donde las familias han perdido padres, madres, cónyuges, hijos. Por eso crece la presión sobre su administración, porque sin una luz al final del túnel a nivel legislativo, la vista se vuelve a la otra alternativa disponible. Obama dice que está atado de manos, pero sí hay mecanismos disponibles.
Eso no implica que vaya a cesar la presión sobre los republicanos que erróneamente puedan pensar que el giro a la Casa Blanca supone que ellos sólo tendrán que sentarse y disfrutar de la función. Más temprano que tarde seguirán enfrentando las consecuencias políticas de su intransigencia y su miopía demográfica.
Es más, si Obama decidiera amparar a ciertos indocumentados de la deportación, tal como hizo en 2012 al conceder la Acción Diferida a los DREAMers, los republicanos obstructores de la reforma lo acusarán de encabezar una “presidencia imperial” y de pasarlos por alto.
Pero a estas alturas Obama debería estar más preocupado por quedar bien con los votantes y los potenciales futuros votantes que apoyan la reforma, y no por lo que pueda decir un Partido Republicano negado a legislar y empeñado en bloquear la agenda del presidente y negarle cualquier crédito legislativo. Si hay dudas, la pelea por revocar la ley de Cuidado Médico Asequible (Obamacare) es la mejor prueba. Si vamos a considerar la reforma en puros términos políticos, un amparo administrativo de la deportación supondría réditos electorales para los demócratas en 2016 y Obama salvaría su legado. Lo que ahora la administración pueda percibir como “ataques” de sus aliados puede ser una bendición a largo plazo.
Estamos en 2014. No estamos en condiciones de seguir restregando que la promesa de reforma de 2008 se rompió y que la administración debió impulsarla cuando controlaba la Casa Blanca y ambas cámaras del Congreso, y que el Obamacare dejó sin oxígeno al resto de la agenda. Ya a lo hecho pecho.
Le dijeron “deportador en jefe” y Obama asegura que es el “defensor en jefe” de la reforma migratoria.
Lo que queda claro es que Obama es el Comandante en Jefe que aseguró que usaría su teléfono y su pluma para hacer avanzar los asuntos que el Congreso bloquee.
Un alivio de las deportaciones por la vía administrativa podría ser un buen comienzo.
Maribel Hastings es asesora ejecutiva de America’s Voice