WASHINGTON, DC – A paso lento pero seguro se suscita una evolución del voto latino que, en algún momento, obligará a los dos principales partidos políticos a replantear sus estrategias para apelar a ese sufragio, pues las nuevas generaciones esperan más que frasecitas en español y eventos simbólicos en la Casa Blanca, el Congreso y las campañas.
Aunque los DREAMers luchan por el documento que oficialice su situación migratoria y la de sus familiares, la prueba de su integración a la fibra cívica de este país está en la manera en que revivieron el movimiento pro reforma, con tácticas audaces no siempre bien recibidas por el blanco de sus críticas o por el establishment. Empero, han surtido efecto como evidencia la Acción Diferida (DACA) próxima a cumplir dos años y a renovarse, que les concede permisos de trabajo y amparo temporal de la deportación.
Muchos argumentarán que estos jóvenes no son ciudadanos y no pueden votar. En algún momento lo harán y mientras eso sucede influencian a quienes sí pueden votar: otros jóvenes ciudadanos y otros votantes latinos que simpatizan con sus reclamos. Parte de esa nueva generación de votantes son también los hijos ciudadanos de padres indocumentados que luchan por regularizar a sus padres. No se dejan apantallar por promesas, cuestionan la inacción y exigen soluciones.
Las nuevas generaciones de futuros votantes no se conforman con simbolismos y exigen, como debe ser, soluciones a sus temas de interés, en este caso la reforma migratoria, independientemente del partido y de los líderes que sean.
Durante años el Partido Demócrata, con el que más se identifican los votantes latinos, ha disfrutado del apoyo incondicional de la mayor parte de esos electores beneficiándose de la debacle interna del Partido Republicano que ha espantado minorías de todo tipo, especialmente a los hispanos con sus posturas extremistas en inmigración.
En los 90, durante la presidencia del demócrata Bill Clinton, el Congreso adoptó y el ex mandatario promulgó dos de las reformas más onerosas para los inmigrantes con documentos: welfare e inmigración, esta última regalándonos las prohibiciones de los tres y los 10 años que, al sol de hoy, impiden que muchos inmigrantes casados con ciudadanos y residentes permanentes regularicen su situación migratoria. En ese momento los demócratas argumentaron que el Congreso era republicano y que poco a poco irían enmendando los aspectos más controversiales de ambas leyes. Los demócratas no sufrieron consecuencias serias: la economía era boyante y Clinton nunca prometió reforma migratoria.
En los tumultuosos 2000, cuando George W. Bush era presidente, la reforma migratoria fue otra víctima de los ataques terroristas del 9-11 y de los intercambios de poder en el Congreso. Ambos partidos deshicieron la posible solución que, como ahora, era apoyada por el ocupante de la Casa Blanca.
Por eso cuando Barack Obama prometió reforma y ganó la Casa Blanca en 2008 con un Congreso demócrata, muchos pensaron que los planetas se habían alineado, pero otros asuntos tuvieron prioridad. En ese lapso, asesores demócratas vendieron la idea de que la mano dura en inmigración atraería votos republicanos. Pero ni hubo reforma y sí se recrudecieron las políticas que han desembocado en las más de dos millones de deportaciones.
Con todo, a los demócratas les incomoda que los cuestionen. Asumen una actitud de que “la ropa sucia se lava en casa”, de que “la pregunta ofende”, ofrecen una lista de puntos de discusión de lo que creen haber conseguido, y rematan con otros puntos de discusión sobre lo que esperan conseguir si tan sólo controlaran ambas cámaras del Congreso; aunque cuando lo han hecho, la reforma migratoria tampoco ha progresado. Es más sencillo culpar –y con razón–, a los republicanos antiinmigrantes que admitir sus propias fallas de estrategia. Después de todo, pensarán, ¿qué otra opción tienen los votantes latinos? ¿Votar republicano, votar por los menos malos o no votar?
Lorella Praeli, directora de defensa comunitaria y política pública de United We Dream, recuerda que si en 2010, 2011 y 2012 hubiesen bajado la presión sobre el gobierno, como se les pedía, no habría DACA. Dice además que hay sectores que piensan erróneamente que presionar a la administración demócrata implica que no hay presión sobre los republicanos, como si una cosa cancelara la otra.
“Ya basta de sólo culpar a los republicanos y de no asumir responsabilidades”, dice Praeli, quien desecha el argumento de que presionar a los demócratas por un alivio administrativo lastimará la reforma a nivel legislativo. “La realidad es que hay una crisis ahora de separación familiar que requiere acción. Por ejemplo, de los 25 jóvenes que integran el personal central de UWD, 11 han perdido a su padre o su madre por una deportación”.
No bastan las intenciones sino las acciones, indicó Praeli, y ahora que se acercan dos ciclos electorales, “si quieren el voto latino tienen que demostrar que se lo merecen”.
“Hay que desarrollar una conciencia independiente. Si los latinos somos un bloque electoral importante, tenemos que portarnos como tal, reconocer ese poder y exigir que se atiendan nuestros problemas”, agregó.
Los años de Mi Casa Blanca es su Casa Blanca , del Sí se Puede (aunque después no se pueda) y del síndrome de votar por el menos malo parecen encaminados al cambio.
“Eso se acaba con nosotros”, concluyó Praeli.
Maribel Hastings es asesora ejecutiva de America’s Voice