La conducta vengativa de Donald Trump, de atacar sin piedad a quienes considere una piedra en su zapato, no conoce los límites de la decencia o el respeto por las instituciones, comenzando por la propia presidencia.
Esto no es nuevo. Trump ha sido siempre igual, con la única diferencia de que desde un puesto de poder actúa como los autócratas que admira. Y para mal, ni quienes lo rodean en la Casa Blanca, ni el Congreso de mayoría republicana tienen las agallas para enfrentarlo. Los escasos críticos republicanos se cuentan con los dedos de una mano y se reducen mayormente a figuras que han anunciado su retiro del Congreso. Incluso un sector evangélico parece poner en segundo plano los Diez Mandamientos que tanto predican y se hacen de la vista larga ante los excesos, los ataques, las mentiras y hasta las aparentes infidelidades de Trump, sólo porque asegura oponerse al aborto o porque puede nombrar jueces conservadores.
Por eso mientras la saga del Rusiagate sigue su curso, el más reciente capítulo consistió en el despido del subdirector del FBI, Andrew McCabe, a horas de poder acogerse a su retiro con pensión por 21 años de servicio.
McCabe presuntamente fue despedido por su manejo de información sobre la pesquisa del FBI en torno a la exaspirante demócrata a la presidencia, Hillary Clinton. Pero en días pasados se reportó que McCabe también escribió memorandos sobre sus cuatro interacciones con Trump que podrían sustentar las versiones de su exjefe, el también despedido exdirector del FBI, James Comey, de que Trump intentó presionar a Comey para que no investigara a su caído en gracia exasesor de seguridad nacional, Mike Flynn, quien se declaró culpable de mentirle al FBI sobre sus contactos con los rusos.
Así que el Secretario de Justicia, Jeff Sessions, a quien Trump desprecia a cada oportunidad por haberse recusado de la pesquisa sobre Rusia, despidió a McCabe por recomendación de la Oficina de Responsabilidad Profesional del FBI basándose en un reporte del Inspector General del Departamento de Justicia cuyos detalles no se conocen. Se reportó que durante la pesquisa de Justicia, McCabe no actuó con “franqueza” en torno a su interacción con un periodista.
¿Se imaginan que la falta de “candor” se aplicara a la presidencia? Trump ya estaría fuera.
Trump también vuelve a dar señales de que tiene en la mira al fiscal especial encargado de la pesquisa sobre el Rusiagate, Robert Mueller, quien la semana pasada solicitó documentos en torno a las actividades financieras de la organización Trump. El presidente siente pasos en la azotea y se autoproclama víctima de persecución política, aunque Mueller sea republicano. Se canta inocente, pero actúa como culpable.
Paso revista por todo esto porque tenemos un presidente que parece gozar de carta blanca, que no respeta las instituciones democráticas ni a sus propias agencias policiales y utiliza la poltrona presidencial para atacar a quienes caigan de su gracia o lo investiguen. Encabeza una guerra política que ha dividido al gobierno en tribus.
Y si así se porta con altos funcionarios y jefes de agencia, qué puede esperar el resto, incluyendo los inmigrantes, que también están en la mira de Trump por otras razones, para ser la piñata que golpear, a fin de satisfacer a su recalcitrante base. Como en un circo romano, Trump echa mano de su persecución de inmigrantes como un espectáculo que sacie los prejuicios de esa base; que sacie la otra guerra promovida por Trump, la guerra cultural.
¿Qué pueden esperar los inmigrantes? La intensificación de la campaña en su contra: más redadas, detención de indocumentados sin historial delictivo que no deberían ser prioridad de detención o deportación; agentes migratorios con carta blanca; una cada vez más aparente persecución de activistas críticos de sus políticas migratorias; jugar con las vidas de los Dreamers y de sus familias; levantar un inútil muro sólo para satisfacer a su base y a sí mismo; lanzar un ataque frontal contra las ciudades o estados santuario, como está haciendo el Departamento de Justicia contra California. La lista se agranda.
El sábado, vía Twitter, Trump celebró el despido de McCabe diciendo que fue “un gran día para la democracia”.
El gran día para la democracia realmente llegará cuando acabe la pesadilla de la presidencia de Trump.