Ha quedado más que claro que el problema de Donald Trump no es sólo con los indocumentados, sobre todo si son mexicanos. Trump tiene profundos “issues” con los latinos aunque sean ciudadanos estadounidenses.
Los ataques racistas de Trump hacia el juez federal Gonzalo Curiel, quien preside el caso por fraude contra la Trump University, son tan descarados que el magnate naranja tuvo la osadía de decir que por su herencia mexicana Curiel está “inherentemente” no cualificado para atender el caso. Incluso dijo que habría conflicto de intereses porque “voy a levantar un muro”. Es decir, que por haber tenido padres mexicanos, Curiel, en opinión de Trump, carece de objetividad e independencia jurídica.
Curiel nació en East Chicago, Indiana, de padres mexicanos, aunque Trump ha dicho que es “mexicano”. Su hermano mayor, también nacido en Indiana, sirvió en la Guerra de Vietnam.
Pero en el mundo de Trump y de quienes lo siguen ciegamente, no importa que un hispano sea indocumentado, residente permanente, ciudadano naturalizado o nacido en este país. Todos, sin excepción, son centro de ataques. Su agenda no es sólo antiinmigrante; es antilatina.
No dudo que Trump tenga seguidores hispanos. Los he visto en noticieros; los he escuchado de primera mano en pláticas informales en diversos puntos de este país. Creen que los ataques de Trump contra los inmigrantes y los latinos no están dirigidos hacia ellos. Trump habla de “los ilegales, no de mí”, suelen decir.
Tristemente parecen no entender que cuando Trump ataca a los hispanos no hay excepciones.
El ataque contra el juez Curiel es sólo el más reciente. La semana pasada estuvo en Nuevo México y arremetió contra la gobernadora del estado, Susana Martínez, nacida en El Paso, Texas, de origen mexicano, republicana, presidenta de la Asociación Nacional de Gobernadores y titular del estado con la mayor concentración de personas de origen hispano. Como Martínez todavía no anuncia su apoyo a Trump y no asistió a su rally, el empresario no vaciló en atacarla, minimizar su desempeño como gobernadora y decir que quizá él debería buscar la gubernatura de Nuevo México. Ahora la busca para asegurarse su apoyo.
Y cómo olvidar cuando Trump echó al presentador del noticiero Univisión, Jorge Ramos, de una de sus ruedas de prensa. Ramos, mexicano y ciudadano estadounidense naturalizado, presentador de la principal cadena televisiva en español de Estados Unidos, autor y considerado por la revista Time como una de las 100 figuras más influyentes, fue echado por Trump de una de sus ruedas de prensa; y mientras Ramos aguardaba fuera del salón, uno de los seguidores de Trump le dijo “regrésate a tu país”. Trump ha dicho que Univision es controlada por el gobierno mexicano.
Si así trata Trump a un juez federal, a una gobernadora y a un reconocido periodista, todos de origen hispano, no sorprende que tilde a los inmigrantes mexicanos de violadores, narcotraficantes y criminales.
Estados Unidos es hogar de 55 millones de hispanos que de diverso modo han contribuido a la grandeza de esta nación: laboran sus campos, pelean y mueren en sus guerras, y se desempeñan en puestos a todos los niveles de nuestra sociedad, desde el más humilde hasta el más influyente.
Los líderes del Partido Republicano creen que denunciar cada exabrupto de Trump, aunque apoyen su candidatura, de algún modo los exime de culpa. Como Poncio Pilato se lavan las manos, pero son sus cómplices. Trump es el líder del partido.
Quienes apoyan a Trump dicen que les gusta porque no es un político y es como es.
Y Trump es un xenófobo, prejuicioso que promueve la división y a cada oportunidad le falta el respeto a las minorías que juntas son mayoría. Como el viernes, que señaló a uno de sus seguidores llamándolo “Mi afroamericano” como si fuera una mascota.
Ah, y no olviden que va construir un muro. Aunque frente a muchos electores latinos en Estados Unidos hace rato que lo levantó.
Maribel Hastings es asesora ejecutiva de America’s Voice.