Al presidente Donald Trump le pasa como al pastorcillo en el cuento del lobo. Ha dicho tantas mentiras y falsedades que cuando actúa, según él por “compasión”, es difícil creer en sus verdaderas intenciones.
La semana pasada ordenó un ataque con misiles a una instalación militar Siria en respuesta al ataque con gas sarín del régimen de Bashar al-Asad contra civiles, que cobró la vida de 84 personas, incluyendo niños.
Trump dijo que las imágenes lo sacudieron y agregó que “ningún hijo de Dios debe sufrir jamás tal horror”.
Independientemente de las motivaciones de Trump para ordenar el ataque, sea compasión real o pasajera, desviar la atención de las investigaciones sobre sus vínculos con Rusia, o resultado de un presidente sin claras políticas públicas que actúa más por arranques que por clara ideología, la realidad es que lo menos que Trump ha demostrado como civil, candidato y presidente es compasión.
Trump condujo una campaña brutal de ataques personales contra sus adversarios republicanos y demócratas. Cuando amarró la candidatura presidencial, se ensañó contra Hillary Clinton y en sus mítines de campaña alentó el odio e incluso la violencia física entre sus fieles seguidores. Ha mentido y entorpecido las pesquisas que buscan determinar si, en efecto, miembros de su campaña y equipo coordinaron con Rusia esfuerzos para ayudarlo a ganar la presidencia.
Como candidato y como presidente Trump ha promovido políticas migratorias y sobre refugiados carentes de cualquier viso de compasión.
Aunque sus órdenes ejecutivas sobre refugiados y musulmanes están bloqueadas, su esencia es cruel: cerrar las puertas de Estados Unidos a refugiados que huyen de la violencia. Parece que solo generan la compasión de Trump si los atacan con armas químicas y las imágenes lo confirman, porque de otro modo le hace honor a aquello de que ojos que no ven, corazón que no siente.
Y en materia migratoria no se queda atrás.
Trump ha dicho que los DREAMers están cercanos a su corazón y todavía no anuncia si revocará o no la Acción Diferida para los Llegados en la Infancia (DACA) que protege a estos jóvenes de la deportación y les concede permisos de trabajo. Pero parece que no tiene ningún problema en deportar a los padres y familiares de esos DREAMers.
La compasión también se echa por la borda contra los inmigrantes que han sido detenidos y deportados sin realmente representar una amenaza para sus comunidades o nuestra seguridad nacional. Trump asegura que sólo se está centrando en criminales, pero no es verdad. Su Fuerza de Deportación anda desatada y no le importa ni dónde ni cuándo no cómo actúa, así sea frente a aterrorizados niños.
Como tampoco muestra compasión por los más de cinco millones de niños ciudadanos que tienen al menos un padre indocumentado, muchos de los cuales enfrentan un diario vivir incierto ante la posibilidad de que al regresar de la escuela uno de sus padres o ambos hayan sido detenidos y deportados. Trump ve a los indocumentados en un vacío y no como seres humanos que son parte de familias y comunidades y que, en la gran mayoría de los casos, son personas productivas con vidas establecidas en este país.
Estamos en medio de la Semana Mayor y para muchos creyentes es oportunidad para la introspección. Para otros el Conejo de Pascua es más importante que las enseñanzas religiosas; y otros, quizá los más, usan estas fechas para envolverse en una falsa bandera de compasión que solo muestran de cuando en vez y de vez en cuando, aunque no sea genuina.
Como Trump y su estrenada “compasión”, pues como dice el dicho: en boca del mentiroso, lo cierto se hace dudoso.
Maribel Hastings es asesora ejecutiva de America’s Voice