Sorpresa, no. En lo absoluto. El presidente Donald J. Trump tomó la decisión que se anticipaba: revocó la Acción Diferida para Quienes Llegaron en la Infancia (DACA). Su oscuro corazón solo le permitió dar un lapso de seis meses para que la revocación se haga efectiva y, presuntamente, ver si en ese periodo el disfuncional Congreso de mayoría republicana aprueba algo que ofrezca algún alivio a los DREAMers.
No era necesario revocar DACA para pedir acción del Congreso, pero a Trump lo mueven al menos tres cosas: cumplir con su promesa de campaña de eliminar DACA a su base más antiinmigrante, no porque su vil acción sea justa o necesaria, sino porque quiere mantener contento a ese sector recalcitrante que le es fiel hasta el final.
La segunda razón es que DACA fue girado por Barack Obama en junio de 2012 y la misión de Trump desde que asumió la presidencia es sencillamente deshacer todo lo que tenga el sello de Obama, sea legislación o acción ejecutiva. Trump es tan inseguro y su desdén contra Obama es tal, que solo quiere borrar el legado del expresidente.
Hay una tercera razón. Trump no asume ni culpas ni responsabilidades. Tras decir que los DREAMers estaban cerca de su corazón o incluso afirmar que los ama, Trump coloca a su achichincle, el Secretario de Justicia, Jeff Sessions, a dar la cara por él. Algo que al antiinmigrante Sessions no lo perturba en absoluto. Sessions y su pupilo, Stephen Miller, asesor de Trump en la Casa Blanca, tienen a DACA en la mira desde que se ordenó en 2012. La catalogan de anticonstitucional.
Además, con su decisión, Trump coloca la pelota en la cancha del Congreso; pero si este no actúa, la responsabilidad de la inacción recae entonces sobre el legislativo, aunque el Ejecutivo tenga la prerrogativa de evitar esta desdeñable acción y haya optado por no hacerlo.
La acción de Trump es políticamente cobarde y económicamente contraproducente. Y, claro está, totalmente inhumana. Se trata de 800 mil almas que no arribaron sin documentos por cuenta propia, que solo conocen a este país como su único hogar, que estudian, trabajan y contribuyen.
No son los criminales que Trump dice persguir, pero estarán expuestos a su maquinaria de deportaciones porque en esta administración la priorización ya no existe.
Pero a estas alturas nada de eso sorprende. Ya estoy curada de espanto ante los excesos de Trump.
Pero, ¿qué hara el Congreso de mayoría republicana?
Cuando Obama era presidente, los republicanos bloquearon las medidas que ofrecían una vía de legalización a los indocumentados. En 2010, la Cámara Baja de mayoría demócrata aprobó el DREAM Act para legalizar a los DREAMers, pero la medida no avanzó en el Senado.
En 2013, el Senado de mayoría demócrata aprobó una reforma migratoria amplia que luego murió ante la inacción de la Cámara Baja de mayoría republicana.
Muchos de esos republicanos, incluyendo los líderes, citaron DACA 2012 como una de las razones para oponerse a la reforma, argumentando que Obama pasó por alto al Congreso y que la acción ejecutiva era anticonstitucional, aunque todos los presidentes, incluyendo ahora Trump, las giren.
Era más que obvio que los republicanos simplemente no querían tocar el tema migratorio.
Curiosamente algunos de los republicanos que condenaron a Obama por girar DACA, ahora le pidieron al antiinmigrante Trump que no la revocara.
Pues bien. La pelota ahora está en la cancha del Congreso republicano.
Queda por ver si ese puñado de republicanos que quiere ayudar a los DREAMers es capaz de trabajar de forma bipartidista con los demócratas interesados en hacer lo correcto sin politizar el futuro de miles.
Durante demasiado tiempo los DREAMers han sido piezas en un cruel juego de ajedrez, y la nefasta acción de Trump es la más reciente movida.
Una movida que hace honor a su cobardía.
Maribel Hastings es asesora ejecutiva de America’s Voice