Dicen que cuando se toca fondo hay dos opciones: rendirse o tratar de salir del hoyo.
El culebrón semanal del presidente Donald J. Trump incluyó un nativista mitin en Phoenix, Arizona, y cerró la semana con broche de oro perdonando al racista, antiinmigrante y convicto exalguacil del condado de Maricopa, Arizona, Joe Arpaio. Un personaje con una larga carrera de abuso de autoridad y de echar mano del perfil racial para aterrorizar a las comunidades hispana e inmigrante, con base en el pretexto de combatir la inmigración indocumentada.
El perdón a Arpaio no me sorprendió en lo absoluto, pues Trump ya lo había anunciado en el mitin de república bananera que sostuvo en Phoenix. Tampoco me sorprendió, pues Trump y Arpaio son almas gemelas unidas por su desdén a la Constitución, al Poder Judicial y hacia el expresidente Barack Obama. Arpaio, como Trump, fue pionero del vergonzoso movimiento que cuestionó la ciudadanía estadounidense de Obama. Los autoproclamados defensores de “la ley y el orden” barren el piso con la Constitución para satisfacer sus objetivos.
El primer perdón de Trump se produce en los primeros siete meses de su presidencia y, según informes de prensa, ignorando lineamientos del Departamento de Justicia. Trump actuó incluso antes de que Arpaio fuera sentenciado.
Lo que preocupa es qué hay detrás de este perdón. Si bien es cierto que el presidente tiene la autoridad de girar estos perdones, y presidentes previos no han estado exentos de controversia al girar perdones al término de sus mandatos, también es cierto que ninguno de esos presidentes ni sus asesores eran investigados por potencial colusión con el gobierno de Rusia para influir la elección presidencial de 2016 y de posible obstrucción de justicia.
El domingo se informó que hace meses, en medio del juicio contra Arpaio por desacatar órdenes judiciales de que desistiera de detener individuos sólo por sospechar que eran indocumentados, Trump le habría preguntado al Secretario de Justicia, Jeff Sessions, si el caso federal contra Arpaio podía ser anulado.
Trump aspira a la autocracia. Y eso es lo preocupante. ¿Qué pasará ahora si la investigación del fiscal especial, Robert Mueller, en torno a Rusia, produce resultados? No olvidemos que también se ha reportado que Trump ha indagado sobre la autoridad de perdonar a asesores y familiares o de perdonarse a sí mismo.
Al perdonar a Arpaio, ¿qué señal le está enviando Trump a los implicados en el Rusiagate? ¿No cooperen con el fiscal especial porque pase lo que pase serán perdonados?
Cuando uno piensa que ya ha visto todos de los excesos de este presidente, hace algo peor a lo anterior.
Lo siguiente es ver qué decidirá en torno al futuro de DACA para los DREAMers.
Y aunque pensemos que ya lo hemos visto todo, aún no tocamos fondo en la presidencia de Trump. Le restan más excesos.
El reto es ver cómo saldremos de este hoyo.
Maribel Hastings es asesora ejecutiva de America’s Voice