La evidencia está a la vista: la Organización Trump, como miles de empresas en todo Estados Unidos, también habría contratado inmigrantes indocumentados, reproduciendo de este modo una fórmula bastante conocida, por ventajosa, de beneficio económico en la cultura empresarial de este país, al hacer uso de mano de obra sin documentos y, por ende, mal pagada. Unos necesitan de otros, cierto, pero la balanza siempre se inclina en favor de quien contrata.
Así, lo que ha venido revelando desde el año pasado con bastante valentía un grupo de exempleadas del club de golf del actual presidente de Estados Unidos, en Bedminster, Nueva Jersey, y ya en este año en el de Westchester, Nueva York, ha colocado la cereza en el pastel de las contradicciones de un régimen que se ha caracterizado por condenar consistentemente la presencia de los indocumentados en esta nación.
Al resultar que presuntamente también lo ha hecho y que ha mantenido en su nómina durante más de una década a trabajadoras y trabajadores sin documentos, a los que según las víctimas el personal que las supervisaba las trataba también con menosprecio por su condición de indocumentadas, el presidente y su discurso altamente peyorativo que ha usado en contra de quienes carecen de documentos caen en un doble estándar que rebasa la hipocresía de toda posición antiinmigrante.
Evidenciadas públicamente por personas de carne y hueso como Victorina Morales, Sandra Díaz, Margarita Cruz o Gabriel Sedano —es decir, trabajadores reales con historias similares como inmigrantes—, las empresas del mandatario han salido al paso para asegurar que utilizarán con mayor rigor el sistema E-Verify, con el fin de que no se les “cuele” ningún otro indocumentado.
Se dice que “a confesión de partes, relevo de pruebas”. Es decir, la manera como han tratado de “tapar el sol con un dedo” asegurando que pondrán, ahora sí, una atención más concienzuda en sus protocolos de contratación, están admitiendo que antes no lo hacían tan rigurosamente; ello avala lo que han sostenido desde el principio quienes encabezan esta cruzada de desenmascaramiento de un presidente antiinmigrante que se aprovecha al mismo tiempo de quienes condena y menosprecia.
Con base en ello, trabajar como inmigrante indocumentado para Trump debe ser un verdadero martirio. Adivinar cómo amanecerá su explosivo estado de ánimo para sortear no pocos exabruptos tiene que requerir un talento astrológico extraordinario. Tener divergencias de personalidad, más que ideológicas o políticas, tiene que ser lo más chocante, ya sea en sus empresas o ahora mismo en la Casa Blanca con tantas bajas entre su Gabinete y colaboradores.
Pero las voces de Victorina, Sandra, Margarita y Gabriel, y seguramente la de muchos otros que han resultado afectados por los despidos, son el eco de una realidad que nos circunda, que nos es familiar y que nos convoca a reafirmar que el inmigrante es parte esencial de esta amalgama económico-cultural en la que se desarrolla la interesantísima historia de un país como este; un país que Trump, sus ideólogos y sus seguidores no entienden, ni aceptan, ni toleran, porque hace mucho tiempo que los rebasó.
En fin, decir que la inmigración forma parte del ADN estadounidense es incluso ya un pleonasmo. Es un hecho, no hay escapatoria, a pesar de los esfuerzos del presente régimen por erradicar esa idea de la psique nacional, mientras, claro, se hace uso de esa fuerza laboral indocumentada que también fortalece los bolsillos de quienes los contratan.