Para el presidente Joe Biden todo ha sido una de cal y otra de arena en los últimos días. Aunque a nivel personal se contagió de Covid-19, en el ámbito político se ha apuntado varias victorias que le dan un rebote positivo a su presidencia y, sobre todo, a su Partido Demócrata de cara a las elecciones de noviembre.
Ha sido una especie de bocanada de aire fresco que ya necesitaba no solo su agenda, sino el desempeño de sus correligionarios, quienes no encontraban las mejores rutas de escape a la trabazón política que representaba tanto la falta de resultados a los temas prometidos, como la arremetida republicana con su retórica antiinmigrante y racista que vuelve a emerger a borbotones en el ámbito público.
A nivel doméstico, por ejemplo, se destaca la aprobación de la Ley para Reducir la Inflación por parte de un Senado que, aunque demócrata, le negó avanzar su agenda a lo largo del poco más de año y medio de su presidencia. Esto, por el obstruccionismo republicano y la renuencia de un par de senadores demócratas —Joe Manchin, de West Virginia, y Kyrsten Sinema, de Arizona—, que milagrosamente esta vez no se opusieron a los acuerdos que permitieron el avance de esta medida.
Esto último, por cierto, representa al mismo tiempo un modelo de negociación interna que deberá ponerse en práctica en subsiguientes bloqueos intrapartidistas, sobre todo ahora que los demócratas mostraron unidad para luchar y ganar, y dado que los comicios intermedios están a la vuelta de la esquina.
Así, aparte de toda una suerte de iniciativas que abordan el cambio climático, fuentes de energía, atención médica, e impuestos, uno de los aspectos positivos de este plan económico de Biden es que las enmiendas antiinmigrantes que los republicanos buscaron incluir quedaron fuera; en particular, la que pretendía extender el Título 42, que permite que se niegue el ingreso a Estados Unidos de migrantes en momentos de crisis sanitarias como fue el Covid-19. Lo cierto es que la iniciativa implementada por el gobierno de Donald Trump pretendía frenar el ingreso de extranjeros que buscaban, legalmente, asilo.
Es decir, el asilo, aunque en urgente necesidad de reformas, vive para contarla por el momento.
Si a eso sumamos la buena nueva de que el programa “Quédate en México” llegará a su fin, luego de que el mismo juez federal que ordenó al gobierno de Biden reinstalarlo en 2021 anulara hace un par de días su dictamen, el panorama para los demócratas y su agenda vuelve a ocupar el ámbito de sus prioridades. El hecho de que los migrantes que aspiran a obtener asilo ya no tendrán que quedarse en México hasta su audiencia ante un juez de inmigración es, por donde se le quiera ver, un paso en firme en la lista de asuntos migratorios pendientes de la actual administración.
Por otro lado, Biden también ha tenido buenas noticias en el frente económico. Tan solo en el mes de julio se crearon más de 528,000 empleos, más del doble de lo que se anticipaba, esto a pesar de la inflación. La tasa de desempleo es de apenas 3.5%, colocándose a los niveles pre pandemia. Y en ramos más específicos donde la mano de obra latina es ampliamente requerida y reconocida, también hubo un crecimiento significativo, según el Departamento del Trabajo: en el área del esparcimiento y la hotelería hubo un aumento de 96,000 nuevos puestos; en servicios médicos, 70,000; en construcción, 32,000, mientras que en la manufactura 30,000.
El precio del combustible, además, se va reduciendo.
En otras palabras, Biden y los demócratas han acumulado algunos puntos políticos, aunque queda por ver si los votantes lo recuerdan cuando acudan a las urnas en noviembre, pues en términos electorales tres meses son un mundo y cualquier cosa puede suceder; sobre todo con una oposición que está echando mano de estrategias cargadas de esa esencia antiinmigrante, de mentiras y de odio que tienen tan bien ensayada para agitar a sus seguidores e impulsarlos a rebasar los límites de la cordura. Como el 6 de enero de 2021, ni más ni menos.
A eso agregamos el efecto que pueda tener sobre algunos votantes de que hay temas que han quedado en el tintero, como medidas que al menos legalicen a un sector de los 11 millones de indocumentados, como los Dreamers, los trabajadores agrícolas o los beneficiarios del TPS.
Y no podemos pasar por alto el efecto Trump en todo este proceso, en especial tras el allanamiento de su mansión de Mar-a-Lago por agentes del FBI en busca de documentos clasificados. El suceso y sus secuelas pueden, como un arma de doble filo, lastimar los planes del expresidente de lanzarse al ruedo político una vez más; o puede beneficiarlo, al aumentar su apoyo entre sus seguidores con base en el argumento, como ya lo hizo, de que lo “persiguen” para frustrar sus aspiraciones políticas. Claro que el papel de “víctima” no le queda, ni en esta ni en ninguna otra circunstancia, sobre todo si comparamos la “redada” del FBI a su mansión con los operativos que él ordenó durante su presidencia contra trabajadores inmigrantes en sus lugares de empleo, redadas que sí destruyeron familias enteras y proyectos de vida para siempre.
En conclusión, las cartas en contra de los demócratas no están tan claras como unas semanas atrás cuando se pensaba que ambas cámaras estaban perdidas para ellos. De momento, la competencia parece más reñida.
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