WASHINGTON, DC – ¿En qué momento mentir, ocultar, atacar y repetir falsedades cual si fueran evangelio se normalizó? ¿Será que en la sociedad en que vivimos, no solo aquí sino en cualquier parte, el constante bombardeo de violencia y excesos nos han desensibilizado al grado de que no nos importe que el ocupante de la Casa Blanca, Donald Trump, sea un individuo peligrosamente inestable? ¿Alguien que puede comprometer nuestra seguridad nacional y colocarnos en una situación vulnerable con un tuit?
Están en curso –y es probable que arrojen luz o simplemente no prueben nada– las investigaciones en torno a los posibles vínculos del círculo de Trump con Rusia y si hubo algún tipo de coordinación entre la campaña de Trump y el país adversario para influir en el resultado de las elecciones de 2016.
No obstante, las que siguen levantando sospechas son las constantes instancias en que esta administración ha ocultado información, ha mentido, ha desviado la atención o ha creado distracciones para evadir el tema. Eso, claro está, sumado a que quizá una de las escasas constantes de Trump sea su admiración y defensa del dictador ruso, Vladimir Putin, cuando era candidato y ahora como presidente.
Desde que el director del FBI, James Comey, confirmó que la agencia investiga la posible coordinación entre allegados de Trump y Rusia a fin de influir en las elecciones generales de 2016, lo que se ha desatado es una cadena de absurdos que provocarían risa si sus efectos no fueran tan trascendentales.
Por ejemplo, el hecho de que Devin Nunes, el republicano de California que preside el Comité de Inteligencia de la Cámara Baja que pretende investigar el caso de Rusia, haya tenido la osadía de recibir reportes clasificados de la misma Casa Blanca que está bajo pesquisa, no solo denota una novatada, sino la incapacidad de ser imparcial. Una pesquisa encabezada por Nunes es como dejar al cabro al cuidado de las lechugas.
Quizá en esta especie de mundo paralelo en que vivimos no alarme a muchos el hecho de que potencialmente un candidato a la presidencia, Trump, y su equipo, hayan podido coordinar con un país adversario mecanismos para diseminar información falsa o para comprometer a la oposición para favorecerlo.
Y como dije, quizá las investigaciones en torno al asunto concluyan que no hubo tal coordinación. Pero la sola idea de que haya ocurrido en cualquier otro momento de nuestra historia reciente habría generado alarma por tratarse de un país adversario, Rusia, dirigido por Putin, un exagente de la KGB minado por acusaciones de corrupción, brutalidad y violaciones de derechos civiles. El mismo Putin que Trump, a cada oportunidad, se resiste a condenar.
Trump ha llegado al extremo de inyectarse en la pesquisa opinando mediante Twitter al decir que la investigación se basa en “falsedades” propagadas por la “prensa falsa”, y tanto él como sus cotorras buscan generar distracciones en torno al punto central de la pesquisa: si colaboró o no la campaña de Trump con Rusia para influir en la elección general de 2016. Para Trump, el ataque al sistema democrático no es importante si ese ataque lo favorece. El fin justifica los medios.
Para Trump y su administración lo alarmante es que entre la comunidad de inteligencia se hayan revelado nombres de sus allegados captados en comunicaciones legalmente interceptadas de entes extranjeros rusos vigilados por Estados Unidos.
Lo preocupante es qué puede esperarse de una administración dada a mentir, exagerar, ocultar y desviar y ni siquiera ha cumplido 100 días. En 2003 una mentira, que Sadam Husein poseía armas de destrucción masiva, nos llevó a una guerra en Irak cuyas devastadoras secuelas continúan. Y George W. Bush, con todo y esta guerra y su ascenso a la presidencia tras la controvertida elección del 2000, era un niño en pañales al lado del inestable Trump.
Solo nos queda rogar que Dios nos agarre confesados.
Maribel Hastings es asesora ejecutiva de America’s Voice