El mejor acto, y el más vergonzoso, en el circo presidencial de Donald J. Trump es el de los contorsionistas.
Estos contorsionistas están por todas partes. Son sus más allegados asesores; su portavoz, Sean Spicer; los republicanos del Congreso, especialmente en la Cámara de Representantes donde algunos, incluso a nivel de liderazgo, aparte de contorsionistas, le hacen muy bien como muñecos del ventrílocuo Trump. Son además los voceros y “analistas” que recorren los programas de cable de 24 horas contorsionándose dolorosamente para justificar los excesos, exabruptos y tuits presidenciales. Y también algunos son “periodistas”, columnistas y presentadores conservadores.
Es sabido que la política es uno de los juegos más sórdidos. Pero hay grados de sordidez. Si el expresidente Barack Obama hubiera hecho una milésima de las cosas que ha dicho y hecho el actual mandatario, los republicanos ya lo habrían crucificado o pedido su destitución.
Pero en un juego donde los republicanos creen que al controlar las ramas Ejecutiva y Legislativa pueden avanzar su agenda, no les importan ni los excesos ni los conflictos de interés ni la posibilidad de que los lazos de Trump con Rusia vayan más allá de meros contactos inocentes.
Si fuera un presidente o una presidenta demócrata el implicado en los contactos con Rusia, los republicanos ya lo habrían quemado en la hoguera por traición.
Cuando la semana pasada Trump acusó a Obama de intervenir sus comunicaciones en la Torre Trump en medio de la campaña presidencial, el presidente del Comité de Inteligencia de la Cámara Baja, Devin Nunes, republicano de California, justificó a Trump diciendo que “el presidente es un neófito en la política…y me parece que muchas de las cosas que dice, ustedes a veces las toman literalmente”.
¿Qué tiene de lenguaje figurado acusar a Obama de intervenir sus comunicaciones y de comparar esta presunta acción con el Macarthismo o con Watergate?
La presidencia de Trump nos ha dado el concepto de “datos alternativos”. La asesora legal de Trump, Kellyanne Conway, empleó la frase para justificar las mentiras de Spicer cuando aseguró que la multitud que asistió a la ceremonia de juramentación de Trump fue la mayor que jamás se haya visto “y punto”.
Para Trump y sus contorsionistas las mentiras y las falsedades son “datos alternativos”. Por eso mentir se les hace tan fácil. Lo han hecho varias figuras cercanas a Trump en el Rusiagate: su exasesor de Seguridad Nacional, Michael Flynn, y su Secretario de Justicia, Jeff Sessions.
Pero además de los “datos alternativos” ahora tenemos que convertirnos en expertos para descifrar cuándo Trump está hablando en sentido literal o cuándo en sentido figurado. Nada de lo que dice o hace Trump es en sentido figurado.
Trump no es un neófito ni un adolescente. Es un hombre de 70 años peligrosamente inestable e inseguro, rodeado de asesores aun más inestables, a quien no le importa proferir insultos ni mentir ni que su credibilidad esté por los suelos. Lo peor del caso es que ese personaje dirige a la nación más poderosa, ejerce control sobre armas nucleares y con un tuit puede iniciar una guerra si se lo propone.
En la Cámara Alta al menos los senadores republicanos John McCain y Lindsey Graham han pedido que se presenten pruebas de que Obama ordenó la intervención de las comunicaciones de Trump, acusación que el presidente lanzó sin pruebas; pero que, de ser cierto, echaría más sombra sobre su truculenta persona, pues supondría que hubo razones de peso para intervenir sus comunicaciones.
Pero si Trump es un irresponsable, más lo son sus habilitadores, los contorsionistas que todo le justifican y nada le cuestionan. Sus cómplices.