Mientras la cifra de muertos por coronavirus en Estados Unidos se acerca a los 100 mil, al presidente Donald Trump sólo le importa un número: los 270 votos que requiere para ganar el Colegio Electoral en noviembre y con eso garantizar su reelección.
A Trump no le importan los muertos y asegura que no tiene por qué asumir ninguna responsabilidad por su tardía, pobre, desatinada y politizada respuesta que, según análisis, de haberse producido al menos una semana antes de lo ocurrido se habrían salvado 36 mil vidas. Para Trump, si existe un culpable es China, aunque también se haya demostrado que el grueso de los contagios en Estados Unidos provino vía Europa.
Y si a Trump no le importan los muertos, no es nada sorprendente, pues se trata de una persona incapaz de tener empatía con el resto de los mortales. Ni siquiera es capaz de utilizar una mascarilla protectora en público para no alterar al sector más recalcitrante de su base, la que aún ante casi 100 mil muertos insiste en que el Covid-19 es una estratagema demócrata para lastimar la reelección de Trump.
Lo perturbador es que la cantidad de muertos no genere más indignación.
Sólo compare los números. En unos tres meses, casi 100 mil estadunidenses han sucumbido al mortal virus. En Pearl Harbor en 1941 perecieron 2 mil 400 estadunidenses; en 20 años de la Guerra de Vietnam fallecieron 58 mil 220 militares de este país; la primera Guerra del Golfo de 1990 a 1991 cobró 294 vidas de nuestros soldados; el bombazo de Oklahoma City en 1995 resultó en 168 muertes; los ataques terroristas del 9-11 cobraron 2 mil 996 vidas; la guerra de Afganistán, de 2001 al presente, ha cobrado 2 mil 216 vidas; la de Irak de 2003 al 2011 resultó en 4 mil 497 muertos.
Sin embargo, pareciera que nos quieren obligar a normalizar el teatro de lo absurdo y lo terrible que es la presidencia de Trump, y a minimizar que se han perdido 100 mil vidas y que muchas de esas muertes pudieron evitarse con una respuesta gubernamental a tiempo y libre de la politización que matiza todos los movimientos de este presidente.
Así, en los noticieros nos anuncian, ya como si nada, las cifras de contagiados y de muertos, y en el mismo noticiero nos enteramos cómo famosos y celebridades están pasando la cuarentena con sus mundanales preocupaciones de no poder ir al gimnasio o al salón de belleza, o a ver a sus masajistas o de visitar sus restaurantes o sus destinos vacacionales favoritos. Pobrecitos.
Y como si no fuera poco tener a un presidente incapaz de darle a la pandemia la gravedad que amerita, un sector de la población hace honor al mandatario al no portar mascarillas, mientras este fin de semana feriado se aglomeraban en playas, lagos, piscinas y parques como si nada estuviera pasando. Viven en un mundo paralelo donde el disfrute inmediato es más importante que prevenir más contagios y muertes.
Siguen el ejemplo de un Trump que salió a jugar golf en una de sus propiedades en Virginia, mientras más estadunidenses siguen muriendo, y lo hizo sin mascarilla y sin respetar el llamado distanciamiento social con saludos de mano y todo.
Un presidente irresponsable que apela a un sector electoral igualmente irresponsable que le cree que lo peor del virus ya pasó, y que por abrir tiendas y establecimientos la vida volvió a la “normalidad”.
Porque a Trump le urge retomar la politiquería electorera para tratar de convencer a los votantes de que está haciendo un buen trabajo, que la economía que el Covid-19 puso de rodillas y los millones de desempleados también son producto de nuestra imaginación.
Por eso, en medio de una pandemia sigue obsesionado con Barack Obama y continúa buscando la forma de entorpecer el derecho al voto de millones oponiéndose al sufragio por correo, además de seguir politizando la respuesta a la crisis con amenazas a gobernadores demócratas. En fin, Trump sigue siendo Trump en su estado “normal”.
La interrogante es si la apatía de los votantes pavimentará el retorno de Trump a la Casa Blanca, a pesar de todo, o si la indignación permitirá que la “nueva” normalidad bajo Trump que nos han querido atosigar tenga los días contados.