La humanidad ha conocido todo tipo de bajezas provenientes del poder: satrapía de las élites; cruentas dictaduras prolongadas de todo sello; reinados de arrogancia ante la miseria; imperios cuya gloria ha descansado en el hambre de los sometidos; teocracias encumbradas en la ignorancia y el temor de sus pueblos, e incluso democracias imperfectas favorables solamente a unos cuantos.
Y a toda esa mezcolanza de tiranías, el ser humano ha tenido que hacer frente o escapar en algún momento, convirtiendo a la humanidad en un constante éxodo migratorio de eternas voluntades truncadas.
Esa ha sido la historia de esto que llamamos mundo. No ha habido una etapa plena de paz ni de felicidad, de verdadera estabilidad económica ni de seguridad política, ni mucho menos de respeto por los otros. Ni siquiera la prolongada Pax romana fue garantía de equidad, pues mientras las élites disfrutaban, el pueblo, sometido, mantenía al imperio casi sin darse cuenta, siempre vigilado por un ejército implacable.
Es decir, todo ha sido una permanente evolución a partir de la tragedia.
Pero de esa tragedia siempre ha habido al menos una esperanza, la de que las nuevas generaciones de desposeídos reivindiquen en la nueva patria su pasado y el de los suyos, el de sus pueblos arrasados o sometidos, y den el salto cualitativo que toda sociedad requiere para avanzar.
Pero he aquí que en el lugar más insospechado del planeta ha surgido una nueva clase de gobernantes que, contrario a reivindicar el pasado doloroso de sus familias inmigrantes, simplemente ejercen con total inequidad y arrogancia las prácticas de terror que padecieron los suyos antes de emprender la retirada en busca de salvar la vida y la de su descendencia.
Han convertido a la hipocresía en una nueva forma de gobierno.
Hay muchos, pero el mejor ejemplo hasta el momento ha sido el del asesor de la Casa Blanca, Stephen Miller —el arquitecto de las más crueles políticas antiinmigrantes que haya tenido Estados Unidos—, uno de cuyos tíos ha tenido a bien exponer a través de un artículo periodístico el caso de su familia para ilustrar el nivel de hipocresía con el que pretende “cambiar” el orden mundial el presente gobierno con funcionarios tan racistas y xenófobos como él.
Básicamente le recuerda al sobrino incómodo la historia de sufrimiento, pobreza y hambre de su familia en Europa, y cómo ante la amenaza de la aniquilación masiva, su abuelo decidió salir hace más de un siglo con lo que tenía y embarcarse en una nueva oportunidad de vida con un específico destino, sin hablar una jota de inglés: Estados Unidos. Así, tal como hoy lo están haciendo cientos de familias centroamericanas que huyen de las amenazas de muerte de las pandillas y del crimen organizado que han acaparado literalmente vastos territorios del llamado “Triángulo del Norte”: Guatemala, El Salvador y Honduras.
“Si las ideas de inmigración de mi sobrino hubieran estado vigentes hace un siglo, nuestra familia habría sido aniquilada”, escribe David Glosser, tío de Miller.
Por menos que eso, cualquier personaje público con un poco de vergüenza tendría que agachar la cabeza y apartarse del puesto que ocupa, pero sobre todo de las funciones que ejerce con total impunidad contra los nuevos inmigrantes.
Pero no es, ni será así.
Él, como prácticamente todos los funcionarios del actual gobierno, han aprendido bien la lección de quien ocupa por ahora la Casa Blanca. Descendiente también de una familia de inmigrantes —con hijos que ha tenido con mujeres inmigrantes que también han aprovechado la “migración en cadena” que tanto critica y quiere vetar, como lo ha hecho su esposa Melania con sus padres que ayudó a inmigrar—, el actual mandatario ni sufre ni se acongoja al contradecir con sus actos, decisiones y soberbia su propia vida y la de los suyos, reduciendo su historia personal y familiar a un ejemplo más para el anecdotario de la ignominia y la hipocresía del poder. Su poder.
Valga este pésimo ejemplo familiar-migratorio que exhiben los Trump y los Miller y los Nielsen y los Sessions y los De Vos y los Pence y… tantos otros, entre funcionarios y legisladores de ambas cámaras, para aquellos inmigrantes latinos que de pronto olviden su pasado (su “nopal en la frente”) y pisoteen más adelante su propia historia maltratando —como ya muchos lo hacen en sus “comentarios” en redes sociales— a los nuevos inmigrantes que vendrán, también, a ocupar su lugar en el desarrollo de este país o de cualquier parte del mundo: nada los salvaría de su propia derrota moral como parte de la condición humana.