Cuán poco valor moral debe tener un congresista como Steve King para que la vulgaridad que seguramente le ha moldeado la forma de ser y de estar en el mundo le haya incitado a celebrar con una sorna inaudita la deportación de Juan Manuel Montes, un joven Dreamer de 23 años de edad, protegido por DACA hasta 2018, y quien ha vivido en Estados Unidos desde los 9.
Aún es confuso si salió del país en algún momento sin el permiso correspondiente, lo cual cancelaría automáticamente este beneficio migratorio, o si hay algo en su historial, o si trató de ingresar ilegalmente después, o si surge algo más complicado; eso lo determinará seguramente una investigación exhaustiva del caso. Pero incluso así, la reacción del congresista rebasa límites inimaginables de los oscuros tiempos que nos ha tocado vivir en el gobierno de Donald Trump.
Ese es precisamente el punto en cuestión, más allá del caso migratorio en sí mismo de Juan Manuel.
Presumir con un tuit que brinda con una cerveza por la Patrulla Fronteriza para agradecerle por el primer Dreamer deportado lo coloca en el nivel que le corresponde a todo barbaján y pendenciero de cantina: aquel que, envalentonado por los tragos, busca pleito al que se cruce en su camino.
Con su actitud de barriada, King le hace un flaco favor a quienes dice representar en Iowa desde la perspectiva conservadora, la cual, en términos generales, siempre se ha presentado ante los ojos de la nación como una filosofía llena de valores familiares, compasivos, religiosos, de respeto a los demás, etc., etc., etc. O King equivocó el camino o simplemente demuestra lo que es: un troglodita beodo metido a político de cuarta categoría.
Esa actitud no sorprende, claro, a quienes provenimos de una región latinoamericana plagada de casos como ese, donde los políticos asumen que el poder son ellos y que el concepto de “servidores públicos” es incómodo a sus verdaderas intenciones: lucrar desde su puesto para beneficio político personal, asumiendo la pedantería como la mejor caparazón de sus ineptitudes. Total, la cosa era llegar al puesto. Lo demás –el sentido de servicio público— sale sobrando.
Ojalá los votantes que mantienen en el poder a King se den cuenta de la clase —o la falta de clase— de un político como él, que ve en la desgracia de los más vulnerables un placer tan sediento que solo se le ocurre apagar con un tarro de cerveza como su más destacada política pública, literalmente a través de Twitter.
En su próxima cruda migratoria ojalá otros digan salud con un voto. Porque de malas películas de cantina estamos hartos quienes procuramos el buen cine.