Ya no extraña el abierto y constante exabrupto racista en estos tiempos de parte de quienes ahora detentan el poder. La desatención a las formas básicas de decencia política en los discursos y declaraciones ha quedado atrás. De lo que se trata ahora es de aniquilar a través de comentarios pueriles no solo al adversario político –que seguramente se los puede revertir en el mismo nivel–, sino al que han querido convertir en “indeseable” quienes ocupan ahora la Casa Blanca: el inmigrante.
Sí, ese inmigrante al que han querido convertir en chivo expiatorio de todos los males que aquejan a la autodenominada “nación más poderosa” de planeta y al que erróneamente consideran “débil” y fácil de “dominar”. No se adelanten: quién dijo miedo.
La más reciente de esas baladronadas pseudoantropológicas ha provenido nada menos que de uno de los más fervientes defensores de la supremacía blanca, el representante republicano de Iowa Steve King, quien en un tuit alabó a otro de sus pares, el político racista holandés Geert Wilders , al escribir: “Wilders entiende que la cultura y la demografía son nuestro destino. No podemos restaurar nuestra civilización con los bebés de otras personas”.
¿De qué cultura y de qué demografía habla King? Como si fuera la única e indispensable en el planeta, obviamente se refiere a la cultura y demografía blanca. ¿Cuánto miedo debe tener su albo y delicado gen como para incluso marcar su territorio en el relativo anonimato que confiere una plataforma como Twitter? Lo imagino con un cubrebocas y un par de guantes de látex al escribir las palabras “los bebés de otras personas”.
Pues bien, querido supremacista blanco, “los bebés de otras personas”, curiosamente, le han proveído a Estados Unidos la garantía de una rica diversidad cultural a lo largo de varias generaciones; han consolidado a este país como uno de los más multilingües que hayan existido jamás en la historia de la humanidad; al igual que los blancos, también han aportado su sangre en las variadas guerras –ese eterno autoengaño del ser humano— en las que ha participado el ejército estadounidense.
También han cuidado de los ancianos de este país cuando sus familias los abandonan; han atendido a hijos que no son suyos con igual esmero como si fueran los propios; también te han dado de comer pues, de muchos modos, garantizan tu salario al dedicarles tantas horas en elucubraciones sobre cómo cerrarles el paso y echarlos del país para que tu delicada mirada no los vea más. Por eso también te pagan, y crees que eso es “legislar”.
Con el arribo del Trumpismo al poder, ya se sabe que la frontera mental del supremacista no está ni al norte ni al sur de Estados Unidos, sino en Europa; pero solamente en la Europa blanca, la que reivindica como parte de sus raíces, y no la que día tras día también aspiran a pertenecer “esas otras personas” que igualmente huyen del desequilibrio endémico en que se encuentra el planeta, para vergüenza de todos.
Viéndote en ese espejo de la historia, querido supremacista, ¿no te das cuenta que tus ancestros también fueron los “bebés de otras personas” que, huyendo de la ignominia, la pobreza y la persecución religiosa ocuparon y transformaron de una vez y para siempre este territorio?
Te llenas la boca con palabras que no entiendes del todo, como “cultura”, “demografía” o “destino”.
Y aun así, quieres un muro.