La lastimosa discusión migratoria sostenida en el debate de precandidatos presidenciales republicanos en Cleveland, Ohio, no reconoció al gran elefante blanco que por años el Partido Republicano ha ignorado y sigue ignorando: una reforma migratoria que defina qué hacer con los 11 millones de indocumentados que viven entre nosotros.
La inmigración afloró pero no en los mejores términos: se habló de frenar “ilegales”, de seguridad fronteriza, de muros, de túneles, en alusión al Chapo Guzmán, colocando a narcos y a inmigrantes en la misma oración; de salvar al Seguro Social cobrando impuestos a narcotraficantes, prostitutas, proxenetas y, por supuesto, a los “ilegales”, todos juntos y revueltos. Se habló de que esperen su turno en una fila que para efectos prácticos no existe.
Sólo uno, Jeb Bush, el ex gobernador de la Florida, se atrevió a sostener su previa declaración de que quienes cruzan sin documentos buscando el bienestar de sus familias lo hacen por un acto de amor. Pero incluso Bush saltó de inmediato al tema de la seguridad fronteriza y recalcó que no se trata de conceder amnistías sino de una vía a la legalización ganada, aunque no queda claro qué es eso: si sólo un permiso de trabajo, legalización sin ciudadanía o legalización después de cuánto tiempo.
Fue palpable la incomodidad que el tema migratorio genera entre los precandidatos republicanos.
Una incomodidad que refleja el enorme poder que tiene sobre el Partido Republicano su facción más extremista y antiinmigrante. El mismo sector que vota en las primarias republicanas y a quien estos precandidatos apelan a expensas del voto de los otros sectores requeridos para competir efectivamente con los demócratas en una elección presidencial.
Sectores electorales como los hispanos, otros votantes inmigrantes, afroamericanos, mujeres, la comunidad LGBT, jóvenes e independientes, entre otros.
Desde los comicios del 2008 el Partido Republicano viene aplicando una estrategia errada. No reconoce los cambios demográficos y sigue apostando a ganar la presidencia únicamente con el apoyo de una base ultraconservadora, anglosajona y que envejece.
Usemos el ejemplo del voto latino. En el 2004, el presidente George W. Bush defendió una reforma migratoria amplia ante las críticas de esa base antiinmigrante. Bush ganó entre 40% y 44% del voto hispano, según diversos cálculos, y fue reelecto.
En las elecciones del 2008, el candidato republicano, John McCain, senador de Arizona y defensor de la reforma migratoria amplia, pudo haber competido efectivamente ante Barack Obama por el voto latino. Pero en las primarias, y posteriormente, McCain declaró que no votaría por su propio proyecto de reforma migratoria en su intento de ganarse a la base antiinmigrante que jamás le perdonó su colaboración con el León liberal del Senado, Edward Kennedy, en un plan bipartidista de reforma migratoria. McCain redujo a 31% el apoyo latino a un nominado republicano.
Pero el Partido Republicano no aprendió la lección.
En las elecciones de 2012, el proceso de primarias también fue una competencia por el más duro contra los inmigrantes. En lugar de sacar partido del descontento que tenían los votantes latinos porque el presidente Barack Obama no impulsó en su primer mandato la reforma migratoria que prometió en 2008, los republicanos, otra vez, ahuyentaron al voto latino. El eventual nominado, Mitt Romney, propuso la “autodeportación” como plataforma migratoria y dijo que vetaría el DREAM Act. Romney redujo a 27% el apoyo latino a un candidato presidencial republicano.
Tras la paliza de 2012, el Comité Nacional Republicano presentó en 2013 una “autopsia” de por qué perdieron y qué tendrían que hacer para atraer a sectores electorales como los latinos.
El análisis señalaba que “debemos abrazar y defender una reforma migratoria amplia”, y que “si los hispanos perciben que un nominado o candidato republicano no los quiere en Estados Unidos, los latinos no prestarán atención a cualquier otra cosa que digamos”.
¿Qué pasó? En el umbral de la elección presidencial de 2016 los republicanos requerirán hasta 47% del voto latino, según un análisis de Latino Decisions, pero no aprenden la lección. Un elefante sin memoria.
Maribel Hastings es asesora ejecutiva de America’s Voice.