Durante su visita a la frontera sur de Estados Unidos, el Secretario de Defensa, General Jim Mattis, hizo una comparación histórica poco afortunada para justificar el despliegue de tropas destinadas a “contrarrestar” el arribo y posterior “ingreso” a territorio estadounidense de los miembros de la caravana de migrantes centroamericanos que, en opinión de Donald Trump, vienen a “invadir” este país.
Dijo, con una simpleza indescriptible, que de algún modo el operativo militar representa un buen entrenamiento para la guerra y que era comparable con el que se utilizó para tratar de repeler en 1916 al General revolucionario mexicano Francisco “Pancho” Villa, quien ordenó a una parte del ejército de la División del Norte incursionar en territorio estadounidense hasta la población de Columbus, Nuevo México.
Ya se sabe que Mattis solo sigue las órdenes del presidente y que en su experimentado fuero interno está consciente del ridículo militar que representa el envío de más de 5,000 fieros, bien entrenados y alimentados soldados a la franja fronteriza, con el fin de combatir a los cansados, hambrientos, enfermos, llagados y desarmados migrantes centroamericanos que, huyendo de la violencia y la pobreza, han recorrido miles de millas para llegar a un punto fronterizo con el fin de pedir legalmente asilo.
Pero de ahí a comparar una invasión armada como la que Pancho Villa llevó a cabo de manera estratégica y organizada en términos militares el 9 de marzo de 1916 —en el contexto de una guerra civil que consumía a la población mexicana de ese entonces— con el ejercicio de un derecho humano como lo es preservar la vida, aspirando como último recurso a emigrar para solicitar asilo en otra nación —como ahora mismo lo hacen los migrantes centroamericanos que ya están llegando a la frontera sur— está totalmente fuera de contexto. Histórico y humano.
Mattis lo entiende, pero sigue órdenes. Y como militar las cumple. Pero sabe, por ejemplo, que el operativo de Villa respondía no solo a una más amplia causa noble, aunque violenta, sino a una respuesta directa y contundente en contra de quien le había vendido armas en mal estado, un traficante de armamento estadounidense llamado Sam Ravel, con la venia del expresidente Woodrow Wilson, quien brindaba apoyo al entonces encargado del poder Ejecutivo en México, Venustiano Carranza, que se convertiría en acérrimo enemigo del Centauro del Norte.
Ojo por ojo, esa era la consigna. De la invasión villista, según el recuento que hace la historia de ese épico episodio, antes de regresar a México los Dorados del Norte se hicieron de ocho decenas de equinos, tres decenas de mulas, tres centenas de fusiles, además de haber incendiado un hotel, matar a ocho soldados de Estados Unidos y también a 10 civiles. El 14 de marzo de ese mismo año, la Casa Blanca ordenó entonces la famosa Expedición Punitiva, que pasaría de 5 mil a 10 mil soldados con el solo objetivo de capturar a Villa en el propio territorio mexicano, con permiso presidencial. Una misión que se convirtió literalmente en imposible, acrecentando la fama y el mito del revolucionario —en la historia, en la literatura y sobre todo en la música a través de populares corridos—, con el consecuente retorno sin gloria de los miles de militares estadounidenses. Un fracaso militar consignado por la historia.
Hasta aquí, nada hay que se parezca a lo migratorio, al sufrimiento o a las aspiraciones de una columna de desamparados migrantes que van en busca de otra oportunidad de vida, con no pocos escollos en el camino, como las cientos de voces antiinmigrantes que los maldicen en México desde la comodidad de Facebook o Twitter; pero por fortuna también con el apoyo solidario de comunidades locales que salen a su paso para ofrecerles alimento, cobijo temporal y atención médica básica. Solo van de paso, hasta donde puedan llegar. Y como millones antes que ellos, aquí y en otras regiones del mundo, el retorno no es opción.
De tal modo que regresar a Pancho Villa, metafóricamente hablando, al campo de batalla puede ser una estrategia poco inteligente de Mattis, de Trump o de quien esté detrás del despliegue militar en la frontera contra los miembros de la caravana de migrantes centroamericanos.
Sería mejor que reconocieran de una vez por todas que utilizaron al ejército estadounidense con fines político-electorales antes de los comicios de medio periodo para alarmar, una vez más, a sus fácilmente manejables seguidores, en busca de lograr su voto con base en la pantalla de una “invasión” inventada que no ocurrió y que no va a ocurrir, y que solo sirvió para que el partido en el poder perdiera la Cámara de Representantes y otros puestos de elección popular a manos de esa “ola azul” que empieza a ahogar los planes presidenciales.
Así como no encontraron a Villa, los soldados estadounidenses tampoco esta vez encontrarán “enemigos” en la caravana de migrantes. Lo que hallarán será, acaso, el reflejo de sus ancestros tratando de arribar al otrora “faro de esperanza” que hoy mismo se está apagando.