El presidente Donald J. Trump enfrenta esta semana una de sus mayores pruebas con el testimonio del exdirector del FBI, James Comey, el mismito que Trump echó tras pedirle infructuosamente que desistiera de continuar la pesquisa en torno a los vínculos de su exasesor de seguridad nacional, Michael Flynn, con Rusia.
Comey, el mismo que mantuvo memorandos detallados sobre sus reuniones y conversaciones con Trump donde el presidente habría hecho gala de su conducta inapropiada y quizá hasta ilegal.
Eso sin contar la retahíla de irregularidades con los rusos en las que parecen haber incurrido los más allegados a Trump, incluyendo su yerno, Jared Kushner.
De manera que tras el papelón que hizo en su gira tratando a déspotas con respeto y a países aliados con desdén, Trump retornó a Estados Unidos decidido a fortalecer todavía más su agenda aislacionista para ser ensalzado por su zona de confort: su base más recalcitrante y fiel que, sin importar Rusia o que la agenda del presidente a largo plazo los afecte, siguen apoyándolo ciegamente.
Es por ellos que Trump anunció que Estados Unidos le haría compañía a Siria y Nicaragua al abandonar el Acuerdo de París sobre protección del medio ambiente. Porque nada como patear el planeta y a futuras generaciones para alegrar al sector que le cree sus burdas razones para retirarse del acuerdo, como también le cree que el futuro energético es reabrir minas de carbón.
Son los mismos que le pedían que encarcelara a Hillary Clinton durante las elecciones porque supuestamente ella era una irresponsable que con sus correos electrónicos comprometió nuestra seguridad nacional. Ahora defienden a su líder que por alguna razón parece marioneta de los rusos complaciéndolos sin medir las consecuencias, quizá porque algo le saben o algo les debe.
Son los mismos que le pedían repeler y reemplazar el Obamacare y el proyecto resultante de otra promesa cumplida es dejar a 23 millones de personas sin seguro médico, incluyendo muchos que votaron por él.
Son los mismos que aplaudieron el presupuesto inhumano que presentó Trump, aunque sus severos recortes a programas sociales afectan precisamente a muchos de su fiel base.
En materia migratoria Trump no los ha defraudado. Prometió un veto a musulmanes y lo cumplió aunque esté detenido en tribunales. Y de paso, aunque la administración dice que no es veto, Trump no recibió el memorando porque este fin de semana, en el marco del más reciente ataque terrorista en Inglaterra, dijo en Twitter que por eso el “veto” de viajes es necesario para la seguridad de Estados Unidos.
Prometió una fuerza de deportación y lo ha cumplido. Una fuerza de deportación que se lleva por delante no solo a delincuentes, sino a inmigrantes sin historial delictivo. Con Trump y su Fuerza de Deportación no hay grises. Todos los indocumentados son deportables.
Lo cual me lleva a preguntarme si ahora que Trump se siente atacado por todos los flancos y torna a su fiel base como el hijo pródigo, querrá hacer realidad todas sus desatinadas promesas de campaña. Prometió revocar la Acción Diferida para Los Llegados en la Infancia (DACA) y no lo hizo. Todavía.
Trump vive en el pasado no solo por sus propuestas de política pública. Vive reviviendo la elección, vive en constante campaña apelando únicamente a la base que no le importa seguirlo al precipicio.
El problema es que al querer complacer a su zona de confort, nos está arrastrando a todos hacia el mismo precipicio.
Maribel Hastings es asesora ejecutiva de America’s Voice