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En caída libre la solvencia moral del otrora ‘faro de esperanza’

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Dado el avance y la consolidación de la agenda supremacista emanada de la actual Casa Blanca, con Stephen Miller a la cabeza, no se ve en el horizonte inmediato un solo resquicio de benevolencia hacia los inmigrantes, especialmente hacia esos en los que el gobierno ha enfocado toda la descarga de sus más feroces ataques.

Una tras otra, las medidas adoptadas contra las minorías que no le agradan, ya sea por su color o por su origen, más que por su estatus migratorio, han pretendido cerrarles el paso en una guerra desigual desde cualquier perspectiva.

Y ahora que los demonios andan sueltos después de la “exoneración” del presidente en el Senado republicano, la situación tiende a empeorar.

Eso es lo que ha encontrado, por ejemplo, el más reciente reporte de la Liga Antidifamación, en el que se afirma que al menos unos 2,713 casos de distribución de propaganda supremacista blanca se detectaron en todo el país, “un promedio de más de siete por día” durante 2019, lo que significa un aumento al doble, respecto de lo registrado en 2018, con 1,214 incidentes.

Dicho estudio fue más específico al mencionar que dicha propaganda tuvo su mayor actividad en estados como California, Texas, Nueva York, Massachusetts, Nueva Jersey, Ohio, Virginia, Kentucky, Washington y Florida, algunos de los que reportan mayor presencia de inmigrantes de origen latino.

Es decir, aun con la frialdad de las cifras es posible darse cuenta del amplio terreno que han ido ganando a pasos agigantados diversas organizaciones que ven en la intimidación hacia las minorías la esencia de su fortaleza. Y ello ocurre amparados en el eco de una retórica que de tan repetitiva se ha vuelto “normal” a los oídos de quienes quisieran ver fuera del país en lo inmediato a grupos de inmigrantes, empezando por los indocumentados, sin importarles ni tomar en cuenta el contexto en el que tienen lugar la mayoría de las migraciones.

La deshumanización del inmigrante, de hecho, es parte de la estrategia.

De tal modo que por más que se les explicara a organizaciones como el Frente Patriota, el Movimiento de Identidad Americana o la Asociación del Patrimonio Europeo —citados en el estudio de la Liga Antidifamación como responsables del 90% de la actividad propadandística de la supremacía blanca—, no alcanzarían a comprender los factores que obligan a un ser humano a emigrar, ni mucho menos el porqué se escoge como destino migratorio todavía a Estados Unidos.

Y aquí es necesario enfatizar el “todavía”, pues no sabemos si será para siempre con la nueva conformación del siguiente orden mundial.

Situaciones como la sequía en vastas regiones de Centroamérica, especialmente el llamado Corredor Seco —que abarca Guatemala, El Salvador, Honduras y Nicaragua— se suman a la violencia que asfixia a la zona, amén de la falta de oportunidades que afecta a un buen porcentaje de sus habitantes, mismos que ven en el éxodo una puerta de escape. Y lo mismo ocurre para mexicanos y otros latinoamericanos en situación económica vulnerable, que huyen también de contextos de violencia extrema que ponen en peligro sus vidas y las de sus familias. La situación no excluye a inmigrantes del resto del mundo, por supuesto.

Sí, ya se sabe que la reacción inmediata de muchos es siempre la misma: “es su problema”. Como si autoexcluirse de una corresponsabilidad continental o mundial fuese a salvar al antiinmigrante de una lógica reacción en cadena que a todos nos espera en algún momento, si no se trabaja en función del mejoramiento colectivo, planetario.

Es decir, no se le pide al Estados Unidos de hoy tener compasión, por supuesto, porque ya es de todos sabido que esta se ha perdido en al menos la mitad de la dividida población estadounidense en estos tiempos; ni se pretende que el país dé “una vuelta de tuerca” a su forma de interpretar este capítulo de su historia, pues finalmente las realidades van definiendo el espíritu de los pueblos, para bien o para mal, especialmente el de aquellos que están en posición de echar una mano y que incluso han presumido de su otrora solidaridad, que hoy brilla por su ausencia.

Sin embargo, no deberían de temer ni entrar en pánico al ver o escuchar al “otro”, al diferente, pues ese “otro” siempre buscará su propia salida, lo mismo que sus hijos y los hijos de sus hijos. Solo que en este momento el mundo y sus migraciones se encuentran en un impasse debido a un bloqueo momentáneo surgido de lo más profundo del racismo.

Pero este no es un panorama nuevo, por supuesto. Ya incluso forma parte del primer capítulo a partir del cual seguramente futuras generaciones estudiarán la historia de esta administración, con la xenofobia, el racismo y la discriminación como capítulos inevitables. De ello, diversas instancias han ido tomando nota para dejar constancia de lo que aquí ha ocurrido, así como los escribas de la antigüedad, que daban fe, también, del comportamiento del poder.

Pero esta carta de navegación en que se ha convertido el comportamiento de esta presidencia para entender el presente estadounidense va más allá de lo meramente migratorio, pues Estados Unidos sigue perdiendo su hegemonía mundial en el ámbito moral. Y eso, nos enseña la historia, es imposible recuperar.

Para leer la versión en inglés de este artículo consulte aquí.