Para nadie ha pasado inadvertida la orden que tuvo a bien dejar establecida el senador John McCain para que el actual presidente de Estados Unidos no participara en su funeral. Es tan evidente la vergonzosa y merecida situación de ridículo en la que ha quedado el mandatario a nivel nacional e internacional, que a estas alturas es ya imposible buscarle remedio.
De hecho, intentar algo de su parte —abrir la boca (o el Twitter) siquiera para referirse a este asunto—, sería poco menos que un suicidio político.
Las descalificaciones como militar y las ofensas como persona que profirió Trump en su momento contra el considerado héroe de guerra han tenido una contundente repercusión contra el tambaleante poder que ahora representa el mandatario. La bofetada con guante blanco que el honor de un militar y político identificado con el tema migratorio ha asestado a un presidente errático y antiinmigrante es otro punto de quiebre en lo que ya se ve venir de lo que queda de esta administración.
Es decir, el profundo aislamiento en el que va quedando poco a poco —aunado a la situación en la que se encuentran sus excolaboradores ya convictos, mismos que han empezado a hablar—, hace de Trump un nervioso paria de sí mismo que ha arremetido contra todo y contra todos, como si fuera él la nueva idea fundacional de un país que en realidad no conoce. Y su ignoracia es tan profunda sobre la riqueza histórica, cultural y demográfica de la nación que tiene en sus manos, que no ve el daño que se autoinflige y que arrastra a su familia, a sus colaboradores, a sus correligionarios republicanos y a sus seguidores hacia un abismo del que ya nadie los salva.
Así, la ausencia de este presidente en el funeral de Estado que se le brindará a McCain lo confirmará de la manera más contudente. Es decir, nadie notará su ausencia, nadie lo echará de menos.
¿Pero qué inventará en estos días para ensombrecer el homenaje a McCain? Esa es la pregunta que surge al analizar la personalidad ególatra del inquilino de la Casa Blanca, que con tal de seguir controlando los reflectores en su favor, siempre tiene algo a la mano para desviar la atención del curso de la historia, como si lo que hace, y hace mal, no quedara registrado en todas las plataformas conocidas para el análisis futuro de este periodo tan siniestro y turbulento, sobre todo para la gente de color y los inmigrantes.
Mientras tanto, el país sigue siendo testigo de nuevas redadas como la ocurrida en Texas con más de 150 trabajadores detenidos en una fábrica de remolques, y cuyas familias padecen las consecuencias de una separación inminente; o la negación de pasaportes a ciudadanos estadounidenses de origen hispano nacidos en la zona fronteriza México-Estados Unidos, al poner el gobierno en entredicho su ciudadanía, a pesar de haber nacido en territorio estadounidense, según investigó The Washington Post.
Es decir, nada detiene su agenda antiinmigrante, que es a ojos vistas la única arma que le queda y que esgrime a diestra y siniestra para seguir alimentando a su base de aquí a las elecciones de medio periodo que se realizarán el 6 de noviembre próximo.
Sin embargo, de mucho ha de servir la simbólica última batalla que el senador John McCain libró contra el abuso de poder al impedir que la hipocresía antiinmigrante del actual mandatario se hiciera presente en su último adiós.