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El traumático desamparo de los menores migrantes

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David Torres

De todas las víctimas de la política migratoria del gobierno de Donald Trump, los niños migrantes ocupan —y ocuparán en el análisis posterior de este periodo de la historia de Estados Unidos— un sitio especialmente doloroso.

A ellos se les ha separado de sus padres al llegar a la frontera sur a solicitar asilo, tras huir de situaciones de extremo peligro en sus lugares de origen o de la lacerante pobreza que muchos de ellos padecen junto con sus familias.

También se les ha detenido y enjaulado durante más del tiempo legalmente establecido sin poder ver a sus seres queridos, y para los que aún se atrevan a intentarlo se les ha amenazado con prolongar dicho periodo de detención indefinidamente.

También se les ha humillado por parte del personal que está a su cargo negándoles los utensilios básicos de limpieza, además de que en muchos de los testimonios de estos menores ha quedado asentado que han sido maltratados física, verbal y sexualmente.

Otros tantos de ellos, aun siendo menores de edad, han tenido que hacerse cargo de otros pequeños detenidos que no conocen, pero con los que padecen por igual un desamparo compartido.

También se les ha amenazado con no volver a ver a sus padres, y en la confusión de estos pequeños, muchos han llegado a pensar equivocadamente que fueron abandonados por sus propios progenitores, lo que les ha llevado a situaciones de frustración, terror, enojo, pánico y tantos otros padecimientos emocionales que difícilmente los dejarán en paz durante el resto de sus vidas, como el estrés postraumático, ya sea que sigan aquí o que hayan sido deportados.

Y todo ello bajo la tutela cínica de una serie de políticas migratorias que, más que controlar y regular los flujos migratorios, han creado una verdadera crisis humanitaria en la frontera y un severo daño psicológico en toda una generación de menores migrantes difícil de sanar.

Lo más paradójico del caso es que todas las aseveraciones anteriores no han sido invento de la “prensa falsa”, o de los propios migrantes, o de enemigos invisibles de una administración que coquetea cada vez más abiertamente con la autocracia; sino que han sido reconocidas por el propio gobierno que ha infligido tan decomunal daño al segmento de la población migrante más vulnerable, tras el estudio publicado por la Oficina del Inspector General, dependiente del Departamento de Salud y Servicios Humanos.

En efecto, los representantes del gobierno visitaron 45 instalaciones que tenían a cargo el cuidado de menores migrantes y, según el reporte, entevistaron a unos 100 especialistas en salud mental que corroboraron todos y cada uno de los puntos citados arriba, para llegar a la conclusión de que al trauma que ya arrastraban los niños y las niñas desde sus lugares de origen, pasando por mil peligros durante su trayecto hasta la frontera México-Estados Unidos, se agregó otro trauma igualmente doloroso al darse cuenta de que el país que anhelaban como salvador y sanador, no solamente les cerraba las puertas, sino que los castigaba con el encierro y la separación de sus padres por atreverse a pedir refugio.

Este ha sido per se el choque cultural más fuerte al que se hayan tenido que enfrentar en una realidad multilateral que ha tendido a transformarse por decreto, con el único fin de causar daño y obligar a futuros migrantes a desistir de su intento por salvar sus vidas y las de sus familias.

Pero que un verdugo reconozca el daño infligido a sus víctimas no es común, a menos que de ello obtenga alguna ganancia o una vacía redención. De tal modo que con este mea culpa, el gobierno actual, lejos de salir bien librado, no hace más que confirmar la perversidad anti-inmigrante que emana cada mañana de la Casa Blanca.

Porque de lo que se trata, en todo caso, no es de “reconocer” solamente que se ha hecho daño de manera irreversible a esos menores, sino de que dichas políticas migratorias no se ejerzan más porque son contrarias a la defensa de los derechos humanos y porque contravienen incluso convenciones internacionales de protección al menor.

¿Qué país o qué otra región del mundo tomará el relevo si el Estados Unidos contemporáneo se convierte finalmente en una fortaleza infranqueable para nuevos inmigrantes, especialmente no blancos, pobres y sin documentos?

Mientras las nuevas rutas migratorias se vayan definiendo por los propios migrantes en busca de, en lo posible, nuevos horizontes menos hostiles, valdría la pena enfocarse en el aspecto de lesa humanidad que representa el actual daño que han infligido las políticas migratorias del presente gobierno a los menores migrantes, daño que deberían estar atendiendo ya organismos internacionales, y juzgar a quien haya que hacerlo, en memoria de otros menores que fueron igualmente maltratados en otras épocas de la historia humana.

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Para leer la versión en inglés de este artículo, por favor consulte aquí.