WASHINGTON, DC – Ya casi perdí mi capacidad de sorpresa, como otras tantas personas, ante lo que diga o haga el presidente Donald Trump. Sin embargo, su discurso del sábado ante el cónclave anual de conservadores (CPAC) fue, en una palabra, perturbador.
Tal parece que la comparecencia ante la crema y nata de su exremista base le sirvió de catarsis a Trump tras una semana de reveses, desde el fracaso de su cumbre con Corea del Norte, hasta el testimonio de su exabogado personal, Michael Cohen, ante el Congreso, donde lo implicó en varios delitos que caen bajo la jurisdicción del tribunal federal del Distrito Sur de Nueva York y no de su otro dolor de cabeza, la pesquisa de Robert Mueller. Esto, sin pasar por alto la batalla por su declaración de “emergencia” en la frontera sur, en la cual algunos de sus aliados, como el senador Rand Paul, de Kentucky, le están dando la espalda. Con Paul ya serían cuatro los senadores republicanos que, de votar con todos los demócratas, darían paso a la aprobación de la resolución para revocar la declaración de emergencia de Trump, aprobada por la Cámara Baja de mayoría demócrata la semana pasada con el apoyo de 13 congresistas republicanos.
Claro está que, aunque la medida sea aprobada y llegue a manos de Trump, éste prometió vetarla.
Trump necesitaba la adulación, los aplausos y el amor de su fiel base, a la que habló durante dos horas y 2 minutos, luego de abrazar una de las banderas estadounidenses que adornaban la tarima.
Lo que sucedió después pasará a los libros de historia como uno de los mensajes más lunáticos que haya dado presidente alguno, salpicado incluso de palabras soeces.
Trump pasó revista por sus hits favoritos: la “cacería de brujas” de Mueller; los “delincuentes” inmigrantes, y los demócratas que se oponen a su declaración de emergencia y a su muro porque “odian a Estados Unidos”. El país, según Trump, está mejor que nunca antes en la historia gracias a su presidencia; pero al mismo tiempo estamos “en grandes aprietos” y tal parece que alguien nos invadió porque, según Trump, “tenemos que recuperar (a nuestra nación)”. Se burló de la propuesta demócrata a largo plazo, el Green New Deal, para abordar el cambio climático, diciendo que no habrá “energía ni aviones”. Sus habilitadores incluso dijeron que el plan prohibirá las “vacas” y uno de ellos, Sebastián Gorka, declaró que la promotora del plan, la congresista de Nueva York, Alexandria Ocasio Cortez, “les quiere quitar sus autos y sus hamburguesas”.
No podía faltar el nuevo talking point de que los demócratas son “socialistas”, también encabezados por Ocasio Cortez.
Es muy sencillo desechar el triste espectáculo del sábado como otra función del circo que es la presidencia de Trump, pero la intención es más siniestra.
Ese discurso fue un grito de guerra de un presidente arrinconado a su fiel base, que como él sigue paralizada en la elección de 2016 pidiendo incluso el encarcelamiento de Hillary Clinton.
Y fue también un mensaje de Trump a los legisladores republicanos que a pesar de las decenas de razones que deberían tener para encarar a este presidente, se mantienen agachados y en fila porque saben que el lunático tiene el abrumador apoyo del Partido Republicano.
Esto es algo que no deben perder de vista los demócratas para quienes prevenir la reelección de Trump debería ser su norte, cerrando filas con un candidato o una candidata que tenga verdaderas probabilidades de competir contra Trump, dejando de lado las diferencias que puedan tener.
Ya perdí la cuenta de cuántos demócratas quieren competir por la nominación presidencial. Ojalá que sus diferencias ideológicas y de personalidades no consuman el tiempo requerido para apelar a votantes republicanos desafectos, a independientes, mujeres, jóvenes y otras minorías.
Trump solo apela a su base, pero a menos que ocurra algo que le impida completar su término, tiene dos cosas a su favor: es el titular y la economía está de su lado, y la distracción de una lucha interna demócrata le permite ganar terreno, eso sin contar con la “ayuda externa” que pueda recibir como aparentemente ocurrió en 2016.
Al final de su comparecencia ante el Congreso la semana pasada, Cohen, el exabogado de Trump, lanzó una advertencia al Congreso y en cierto modo al país:
“Accedí a comparecer ante ustedes porque con base en mi experiencia trabajando con el señor Trump, temo que si pierde la elección de 2020, nunca habrá una transición pacífica de poder”.
Trump ya sembró la semilla del autoritarismo entre sus filas y las palabras de Cohen deberían sonar alarmas entre los demócratas, cuya misión debe ser frenar los excesos de este presidente sin enfrascarse en dimes y diretes que al final solo beneficien a nuestro autócrata mandatario.